La semana pasada se reestrenó Los despiertos en el Teatro del Barrio de Madrid. Después de un éxito notable en la temporada pasada, esta obra escrita y dirigida por el gaditano José Troncoso regresa a los escenarios para emocionarnos y conmovernos con la historia de tres barrenderos nocturnos.
Debutaron con el montaje el pasado mes de marzo y permanecieron casi dos meses en cartel hasta llegar a convertirse en una referencia del teatro popular. Además, la obra remueve, gusta y hace disfrutar a los espectadores y espectadoras que estén dispuestos a tener una conversación seductora en la que cada persona da y recibe algo que la transforma. El dramaturgo nos deja claro que el teatro es un diálogo compartido con la sociedad, un arte que se enfrenta cara a cara con las sombras y el silencio para que surjan las palabras, las luces y la vida.
Los despiertos es un montaje que ilumina, perturba, revela, divierte y nos hace reflexionar sobre el presente. Porque sabemos que en toda historia espantosa hay una paradoja que puede llevar a la comedia. Y viceversa, en los momentos de humor o comedia hay un fondo de tragedia. Se toma como punto de partida la historia de tres barrenderos que pelean por mantenerse a flote en una sociedad que los aísla: Grande, Mediano y Finito. Hombres humildes que limpian las calles y narran sus penas mientras el resto de las personas duermen. Y así un día tras otro para dejar en evidencia la presión social y laboral a la que se ven sometidos estos personajes.
Alberto Berzal, Israel Frías y Luis Rallo nos sorprenden gratamente con su trabajo interpretativo, además de su desparpajo sobre las tablas, su naturalidad y su admirable expresión gestual. Da gusto ver lo bien que se compenetran los tres porque, desde el principio, el texto y la interpretación son tan envolventes, sin dejar de sobrecoger, que te fundes en Los despiertos sin apenas ser consciente. La honestidad del escrito y la manera que tiene el elenco de exponerlo sobre las tablas es lo que hace que parezca sencillo, pero la complejidad de la dramaturgia está latente durante los 65 minutos que dura la función.
Otro de los aciertos es que se apuesta por una escenografía sobria pero eficaz que nos traslada de una noche a otra sin la necesidad de grandes despliegues que nos distraigan de lo verdaderamente importante. La iluminación, a manos de Javier Ruiz de Alegría, cumple a la perfección su cometido y dota de fuerza cada movimiento escénico. Todo fluye de manera dinámica, incluida la cautivadora música, para que los espectadores y espectadoras estén inmersos en esta obra que deja huella al salir del teatro.
Una estela que invita a reflexionar sobre las reivindicaciones de las personas trabajadoras pero también acerca de la unión y la hermandad para crear esa conciencia de clase tan necesaria; porque la realidad es que se está perdiendo. Cómo me gusta el teatro que, además de entretener, se utiliza para hacernos meditar sobre lo que estamos presenciando. Y es que Los despiertos tiene la capacidad de observar la sociedad en la que estamos inmersos, ver lo que ocurre a nuestro alrededor y denunciarlo sobre las tablas. Por otro lado, la acogedora construcción de la sala permite cercanía e intimidad para que nos adentremos de manera rápida en la historia mientras apreciamos el espléndido trabajo actoral.
Los despiertos es una obra valiente y conmovedora que mira directamente a los ojos del público y que cuida hasta el más mínimo detalle.
Crítica realizada por Patricia Moreno