Una charanga circense entra en el Teatre Condal de Barcelona, y tras la sorpresa inicial nos damos cuenta que están interpretando la obertura de todo un Stephen Sondheim: A Funny Thing Happened on the Way to the Forum aka Golfus de Roma. Para cuando llegue el intermedio, ninguno de los espectadores podremos concebir que algún día este musical haya podido representarse sin payasos.
El director Daniel Anglès y su equipo han conseguido lo que muy pocos: coger uno de los grandes éxitos de Broadway y darle una nueva vida, fresca y vibrante, sin cambiar nada de su esencia. Cuando Stephen Sondheim habla de Forum en su libro Finishing the Hat, admite que las canciones inteligentes que él escribía chocaban con el argumento divertido de Burt Shevelove y Larry Gelbart a partir de los personajes de tres obras de Plauto. Su ingenio no conectaba con la «farsa vulgar elegantemente vestida». Tuvo que obligarse a olvidar lo que había aprendido de Oscar Hammerstein sobre la sofisticación del musical y volver a canciones que «aprovecharan el momento», sin ir más allá, porque era lo que pedía el vodevil. Incluso en el segundo acto tuvo que renunciar a incorporar números porque la persecución de los personajes hacía inviable pararse a cantar. En consecuencia, con el paso de las décadas desde su estreno en 1966, Golfus de Roma había quedado un tanto anticuada, porque representaba un tipo de músical que ya se había dejado atrás con la evolución del género con Show Boat o Oklahoma!. Pero resulta que había una manera de renovar sin actualizar, de redimensionar sin intelectualizar este musical. Porque hay alguien que reúne la música, la farsa e incluso la crítica ácrata: los payasos.
Y la atemporalidad de los payasos que imbuye (sin inundar) esta producción en catalán es una de sus claves. Convertido en un payaso, el Pseudolus de Jordi Bosch se convierte en un maestro de ceremonias menos ceremonioso y a la vez más profundo. Es el elemento esencial de este musical, y su presencia, su estilo, su acercamiento a la «payasidad», sus ansias y sus fingimientos, marcan la pauta para todo el resto. Su pareja con el esclavo jefe Hysterium (Frank Capdet) resulta totalmente natural, como un augusto y un clown. El desaparecido Erronius (OriolO) es un payaso vagabundo, un elemento casi alienígena pero que a la vez conecta con todos los demás. Los Protéicos (Mireia Morera, Marc Ribalta y Javi Vélez) son como contraaugustos esencialmente mudos que meten en problemas a los protagonistas. Incluso el director de la orquesta, Xavier Mestres, hace las veces de jefe de pista, el Mesié Loyal.
No todo se limita a una traslación del mundo del payaso: la comedia se aprovecha en toda su extensión. Los jóvenes protagonistas Eros y Phyllia son los más puros, como corresponde a su inocencia. Eloi Gómez y Ana San Martín son tan guapos, graciosos y cantan tan fenomenalmente bien que casi hacen llorar. El símbolo perfecto de los héroes clásicos… que aquí son los secundarios, pero cuyo amor, deseo y lealtad siguen disparando toda la acción y la mayoría de obstáculos para que Pseudolus consiga lo que quiere.
Senex, padre de Eros, es un viejo verde, símbolo de la autoridad y el privilegio, y quizás el personaje más desagradable de la obra. E incluso con tanto en contra, Roger Julià lo consigue defender a la perfección en todo momento. Sabe mal el poco juego que tiene Mercè Martinez como su esposa Dòmina, pero es lo que le da el texto original: por su parte, la actriz saca todo el jugo posible a su matrona romana, en cada palabra, cada gesto y en su única canción. Terminando el trío de obstáculos, el Miles Gloriosus de Víctor Arbelo es excesivo, avasallador, violento y operático, y en lo cómico es como un Ben Stiller con anfetas: es decir, impecable.
Mención aparte merece la casa de cortesanas de M. Lycus, aquí una mujer, interpretada con su habitual solvencia por Meritxell Duró. Daniel Anglès aprovecha para subvertir totalmente los tópicos heteropatriarcales con una elección de cortesanes LGBTI que haría las delicias de Bill Solly, Jack Cole y Tim Acito.
Todo el mundo toca algún instrumento, como en el circo (y como en el Sweeney Todd de Patti LuPone y Michael Cerveris en 2006). Todo el mundo opera con una cohesión, con una unidad de estilo perfecta, encajando sus particularidades en el conjunto y jugando a lo que todos proponen. Sumando. Si hubiera que poner un pero a toda la magnífica velada sería que le falta histeria a la secuencia de la persecución del segundo acto, puro vodevil de puertas al que le faltan puertas, tal vez por las dimensiones del Condal, tal vez por la propia música de Sondheim, tal vez un poco por todo. El vodevil tiene unas exigencias de ritmo muy tiranas.
Eso sería todo. Por lo demás, este Golfus de Roma te llena de alegría y maravilla del primer al último momento, te mete dentro de lo que pretende sin fisuras, sus payasos juegan en serio, sus destellos serios nunca se alejan más que un paso del humor, todas las canciones nos permiten coger aire para seguir riendo (lo que pretendía Sondheim) y al mismo tiempo apuntar algo más sobre los personajes (lo que quiso quitarse de encima Sondheim… pero no pudo del todo). Ha habido una mínima actualización de bromas -vivimos en un mundo post-pandemia- pero casi por completo este sigue siendo el mismo Forum que escribieron Sondheim, Shevelove y Gelbart. Solo que es mejor. Este se siente presente, vivo, nuestro. Golfus de Roma, con payasos es mejor.
Crítica realizada por Marcos Muñoz