Dentro de la programación del Grec Festival de Barcelona, el Teatro Condal presenta la obra El Diablo Cojuelo de la compañía Rhum & Cia. No quiero que mis nietos digan, “mi abuelo empezó payaso y de ahí no pasó”. Quiero que mis nietos digan, “mi abuelo empezó payaso, pero se esforzó y acabó haciendo clásicos, que son la cultura, la dignidad y el futuro”.
Con esa firme convicción, la compañía de payasos (esos personajes maravillosos que tantas alegrías nos dan a unos y temor imbuyen a otros) Rhum & Cia decide aceptar el encargo de Lluís Homar, director de la Compañía Nacional de Teatro, para adaptar un clásico. Y como seres alocados que son, eligen el primero que encuentran: El diablo cojuelo de Vélez de Guevara. Una obra compleja, extraña y con un final precipitado, en la cual el joven estudiante Cleofás, huido por la falsa promesa de matrimonio a una dama, se topa con una botella en cuyo interior está cautiva una entidad diabólica menor: El Diablo Cojuelo. Cojuelo también es perseguido por otros diablos y mientras ambos personajes huyen surcando los cielos de Madrid ven lo que sucede a través de los tejados de las casas.
El Diablo Cojuelo es una mala obra, según los miembros de la compañía. Pero es un clásico al fin y al cabo, y quieren hacer teatro clásico y serio para dejar su impronta en la posteridad.
Su objetivo como compañía es bienintencionado y está realizado con el ímpetu y el valor de quién quiere prosperar. Pero no podemos olvidar quiénes son Rhum & Cia, y poco a poco los integrantes del grupo comienzan a revelarse. Son payasos y no pueden luchar contra quiénes son, contra sus instintos, contra lo que les sale de dentro: hacer reír a ritmo de locura, bromas y música. Y sin olvidar en ningún momento a sus becarios, como llaman al público con el que interactúan continuamente. Revientan la cuarta pared y revientan el escenario y la platea.
Durante la obra de El Diablo Cojuelo, que podemos disfrutar en el Teatre Condal barcelonés, vemos fragmentos de la propia obra (magníficamente adaptados por Juan Mayorga) y parones, al más puro estilo de “La Cubana”, cuando cualquiera de los intérpretes huye instintivamente del hieratismo y la profundidad del clasicismo y se embala hacia la pantomima, el vodevil y el musical. Y en ese estilo, Rhum & Cia son insuperables. Además, la música es en directo; ellos tocan sus instrumentos.
Cada uno de los miembros de la compañía tiene muy claro cual es su rol, tanto en la obra original como en la “vida real” y no se salen de ahí en ningún momento. Puede parecer sencillo pero no lo es. Para nada. Sus personajes de la “vida real” son excesivos y muy diferenciados entre ellos. Estereotipados, como debe de ser en el mundo vodevilesco y “payasil”. Son, sencillamente, maravillosos. La sonrisa no te desaparece desde el minuto 1, en el que te amenazan con un bate de beisbol para que apagues el teléfono y no lo pongas en modo avión “porque esto es un teatro y no un puto avión”, hasta el final, tan atropellado como el de la obra en la que pretende basarse.
Como conclusión, además de pedir fervientemente que vayáis a verla con premura, El diablo cojuelo es un canto al amor y a la vida, a la alegría, a ser quién se quiere ser sin importar el qué dirán o la clase social. El diablo cojuelo es una maravilla y solo tengo palabras hermosas para ese grupo de artistas de la alegría y el desenfreno.
Larga vida a Joan Arqué. Larga vida a Roger Julià. Larga vida a Xavi Lozano. Larga vida a Jordi Martínez. Larga vida a Mauro Paganini. Larga vida a Piero Steiner. Larga vida al teatro. Y la eternidad para los payasos, quiénes nos hacen reír en estos tiempos en los que vivimos y que son más para llorar.
Crítica realizada por Manel Sánchez