El Teatro Real de Madrid cierra la temporada con un Verdi. Se le dan bien al Real los italianos y lo aprovecha al máximo. Nabucco era una deuda pendiente y se salda la deuda con un montaje pobre y monótono en lo escénico pero sobresaliente en las interpretaciones, con un Coro haciendo historia en el Real.
Nabucco, una de las primeras óperas de Verdi, ha pasado a la historia por un apabullante “Va piensero”. El coro de los hebreos cautivos, un canto a la esperanza que ha trascendido de la ópera a la cultura popular. Pero Nabucco es mucho más que ese momento de apenas cuatro minutos. Contiene Nabucco bellos pasajes que no pasan inadvertidos, y que en esta producción que llega al Real, brillan a pesar de que la puesta en escena juegue todo el rato en contra de la belleza de lo que se canta en el escenario.
Nicola Luisotti, consagrado y querido por el público del Real, vuelve a dirigir con maestría la orquesta, no baja el ritmo, y eleva la música por encima de la platea. Merecidísima ovación al maestro.
En los papeles principales destaca Anna Pirozzi que compone una Abigaille malvada, pérfida y desvalida a la vez. Maravillosa en sus intervenciones. Luca Salsi es ese Nabuccoque se proclama Dios, hasta que finalmente, después de un tremendo episodio de enajenación, recapacita y devuelve a los judíos su templo y sus costumbres. Luca Salsi enloquece literalmente y así se desenvuelve con su personaje. Los duetos con Abigaille son efectivos y precisos. Michael Fabiano, quien cada vez se prodiga más por el Real, y al que el público madrileño cada vez quiere más, hace un Ismaele poderoso. Destacable también la intervención de Silvia Tro Santafé como Fenena, que, aunque más discreta en sus partes solistas, en las que compartía intervención con Nabucco y Abigaille se crecía considerablemente.
Desgraciadamente la propuesta escénica de Wolfgang Gussmann impide que este Nabucco pase a la historia. Un muro o monolito enorme, simbolizando la opresión. Un muro que pretende ser un personaje más pero que acaba estorbando. Un vestuario simplemente aburrido, no permite que este Nabucco termine de brillar. Se ha disculpado el escenógrafo diciendo que la ópera discurre por demasiados escenarios y que eso la hace imposible. Francamente, para eso está un escenógrafo. Él ha optado por una solución que resulta vacía y ramplona.
Por suerte, aparte de la orquesta y el elenco empastados, tenemos al inmenso Coro del Teatro Real, para regalarnos un momento que pasará a la historia. Al final del tercer acto llega el momento esperado. El “Va pensiero”. Y aquí se contiene la respiración, no se pestañea, se ponen todos los sentidos para no perderse nada de ese momento. ¡Y como suena! Emociona más allá de lo imaginado. Brotan lágrimas en el público y en alguno de los integrantes del Coro. No es para menos. La ovación es tal que se ven obligados a bisar. Una vez más el Coro reafirmándose como uno de los mejores del mundo.
Y se sale de Nabucco con el corazón algo más congraciado, y con el alma un poco más dispuesta a soportar los calores que azotan estos días la capital. Un buen broche de oro a una temporada que se salda con un notable. Algunas sombras pero más aciertos.
Crítica realizada por Moisés C. Alabau.