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15.06.2022 Críticas  
Una obra redonda con un sabor crítico inigualable

La Villarroel de Barcelona presenta la obra Una teràpia integral, un texto escrito por Marc Angelet y Cristina Clemente que está interpretado magistralmente por Abel Folk, Àngels Gonyalons, Roger Coma y Andrea Ros. Una comedia donde hacer pan ayuda a canalizar y poner en cuestión nuestra necesidad de aceptación y creencias.

Toni Roca lleva más de diez años impartiendo un curso intensivo de cuatro semanas para aprender a hacer pan. Hay pocas plazas y bofetadas para apuntarse. Los alumnos que se inscriben quieren aprender a hacer pan, pero el método parte de una simple y extraña premisa: “Para hacer un buen pan, no es necesario tener la mejor harina o la levadura más fresca, para hacer un buen pan, hay que estar bien con uno mismo.” Así de simple.

Marc Angelet y Cristina Clemente nos presenta un texto que nos habla, sin tapujos, del concepto de la autoayuda. En este nuevo mundo de las redes sociales en el que los influencers proliferan como setas fermentando un grupo sin igual de seguidores que hacen y deshacen lo que ellos dicen, los falsos «psicólogos» aparecen para crear grupos de borregos «sectarios» ávidos de una nueva figura a seguir.

Toni Roca, uno de los panaderos más experimentados y seguidos en las redes sociales ha dado el salto para crear su fe. Él, que hace pan (parece que bueno), tiene en su mantra, «el pan somos nosotros» la solución a nuestros problemas. Si el pan no es perfecto es que nuestra vida tampoco lo es. Si el pan es insulso es que nuestra visión del mundo y, por ende nuestra vida, lo es aun más. Algo hay que canalizar, algo hay que solucionar y, mágicamente nuestro pan cambiará.

Angelet y Clemente nos presentan así una hilarante comedia ambientada en un obrador que nos sorprende escena a escena. La dirección, también de ambos, pivota entre la fina línea entre lo patético y lo irónico. En algunos puntos de la obra, nuestra mente no es capaz de discernir si lo que vemos es humor y, por tanto, hemos de reír; o si realmente lo que cuentan nos puede hacer llorar. Este punto medio tan bien creado hace que tratemos la obra desde una perspectiva distinta de juego. Un juego terapéutico que nos ocupó grandes momentos de la pandemia en el que, de nuevo y casi por generación espontánea, todo el mundo hacía pan. ¿Una forma de canalizar nuestra frustración al no poder salir de casa? Es más que probable. ¿Nos hacía sentirnos útiles? Sí. En ocasiones, ¿nos hacía sentirnos estúpidos? También.

Realmente, el tándem directivo ha sabido retratar perfectamente a una sociedad que presume de haber matado a la religión (oye, que somos un país aconfesional… aunque no lo parezca) pero que tiene todavía la necesidad obsesiva de tener fe en algo. Una fe ciega y completa en algo que nos ayude a encontrar sentido a nuestras vidas, aunque nos tengamos que aferrar a algo totalmente absurdo.

En el terreno de la interpretación, Angelet y Clemente han escogido a cuatro personalidades todo terreno que venderían humo hasta al papa.

Empezando por Abel Folk, quien interpreta al gurú del pan, su seguridad escénica y presencia hace que nos creamos esos aires de influencer venido a menos. Sus «cursos» se llenan tan rápidamente como de dinero sus bolsillos y, ciertamente, esos sabe lo que hace. Folk nos presenta una actuación muy bien medida para no llegar a sobrepasar el punto de la parodia.

Àngels Gonyalons nos presenta a la Neus Oliva, un personaje que tiene todo atado y calculado, que no se permite ningún error en la vida y que, sí o sí, todo lo que hace lo hace bien medido. Gonyalons nos presenta el personaje en el que gran parte del público se puede sentir identificado. Su fanatismo con el «influencer» es tal que rebosa de alegría solo empezar el curso pero, como el público, empezará a ver cosas que no entiende; algo que a nosotros nos ayudará a meternos más dentro del obrador. Gonyalons utiliza sus años de experiencia teatral para ofrecernos un abanico de sensaciones y sentimientos confusos que traspasan la cuarta pared. Nos identificamos con ella, a veces la comprendemos y amamos los cambios sutiles pero constantes que abraza durante el paso del texto.

Roger Coma nos presenta a Bruno Locascio; el personaje más estrambótico e imprevisible de todos. Es fantástico ver como Coma lo empodera, cómo se mete en la piel llegando a rozar (y en ocasiones sobrepasar magistralmente) el punto de la parodia que el personaje necesita. No todo en él es parodia, tiene un punto de inflexión muy interesante que descubrimos con el paso del tiempo y con el que podemos disfrutar del trabajo actoral que el actor nos brinda en escena. La catarsis tiene un nombre, es Bruno.

En último lugar, Andrea Ros nos presenta a Laura Salas. Una joven agobiada por su vida que quiere hacer todo por cambiar. Alguien que pide ayuda desesperadamente a cada segundo con la mirada. Ros pone toda su alma en escena cada vez que aparece y nos hipnotiza con su actuación. Realmente, su personaje es el más complejo y completo de todos los que conoceremos y Ros lo presenta con una naturalidad tan cercana que enamora. Capas y capas de actuación se generan escena a escena para finalmente mostrar un interior impactante.

Por último, me gustaría destacara en la parte técnica la fantástica escenografía que Jose Novoa ha creado y quien ha sabido adaptar a las dos bandas de La Villarroel. Y, junto a él, destacar también el gran trabajo de iluminación de Sylvia Kuchinow quien nos presenta una gran variedad de perspectivas lumínicas en lo que podría ser el obrador más especial en el que haya estado.

Con Una teràpia integral, La Villarroel de Barcelona cierra por todo lo alto su Temporada 2021-22 con un espectáculo divertido y, sobretodo, actual que nos deja más pensativos de como habíamos entrado. Una obra redonda con un sabor crítico inigualable.

Crítica realizada por Norman Marsà

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