Santi Rodríguez se sube a los escenarios del Pequeño Teatro Gran Vía de Madrid para tratar de darnos una vuelta de tuerca al concepto del más allá en su nuevo espectáculo de comedia, Espíritu.
Es admitido abiertamente por el actor que mas de una vez ha puesto un pie en el otro barrio, esa realidad inevitable que nos hace cuestionarnos cosas relevantes sobre el mundo de los vivos y nuestra relación con la muerte. Pero su acercamiento al tema no entra en la sobriedad de Igmar Bergman, sino mas bien en el punto de vista del ciudadano de a pie, en clave de comedia irreverente y con un giro de transformismo de postre.
Espíritu nos presenta un texto que demuestra el poco respeto que debemos tener a la muerte en contraposición a las vicisitudes que sufrimos los vivos, porque empezar una comedia de fantasmas con un pedo es dejar cosas claras desde el primer instante. La intención es reírse y el objetivo de la obra es evidente: tenerle miedo a la muerte es una tontería. ¡Morirse es facilísimo, lo difícil es vivir!
Es cierto que Santi Rodríguez tiene una asociación indivisible con su papel de frutero en la serie Aida que él mismo reconoce. Para sorpresa de pocos, esta asociación sigue muy presente en esta obra. No podemos afirmar categóricamente que no tiene registros como actor, pero sí que tiene uno que eclipsa particularmente a todos los demás. Esta obra es un claro ejemplo: hay tres personajes que comparten escenario, que se pueden definir como un frutero hablando sobre la muerte, un frutero disfrazado de la niña de la curva y un frutero haciendo de la señora mayor del quinto. Si bien estos dos cameos no son protagonistas, sino un intento de aligerar el último tramo de la obra, sí que es cierto que provocan un cierto distanciamiento con el concepto principal detrás del texto, que de por sí es tenue, pero que hará las delicias de los “boomers” (esa generación que vivió Aída y 7 vidas) que le profesan cariño al actor. De hecho, no faltaban las risas, pero eran más pronunciadas en aquella parte del público que ya había soplado las 50 velas.
La puesta en escena es atmosférica, incluso me atrevería a decir que es la parte más aterradora de la obra, ya que se trata de una mudanza. En el apartado técnico no hay mucho a destacar, pero todo es correcto en su ejecución. En cierto modo podríamos adjudicar esta valoración a la obra a grandes rasgos.
Espíritu es una obra correcta, no hay nada particularmente sobresaliente ni llamativo, sin embargo, es un producto con un público objetivo muy claro que obviamente va a disfrutar aquello que busca.
Crítica realizada por Ariadna Ortega