Malena Alterio y Luis Bermejo vuelven con Los que hablan al Teatro del Barrio de Madrid; escenario en el que el texto y la dirección de Pablo Rosal brillan por su capacidad de conseguir sonrisas, despertar el drama y apelar a nuestra necesidad e incapacidad para comunicarnos.
No se nos da bien el silencio. No lo soportamos. Pero tampoco se nos da bien hablar. Hablamos por hablar. Para evitar el hueco, el pozo, el agujero negro en el que podemos quedar encerrados con nosotros mismos o enfrentados con la inmensidad de un mundo que nos reclama y exige, que nos evidencia que estamos vacíos y desesperados. De ahí que hablemos por hablar, pero no para dialogar, enlazarnos y relacionarnos. Si no para reivindicar nuestra existencia y exigirle, pedirle y demandarle al otro que nos afirme y certifique que existimos y merecemos la pena, que nos valide, que de sentido a quién y cómo somos. La constatación de todo esto es que algo no va bien con nosotros. Somos unos neuróticos. Pero somos tantos, si no todos sí casi todos, que pasamos desapercibidos.
De ahí que interpretemos Los que hablan como una comedia. Cierto, lo es. Pero también un drama, aunque lo suficientemente maduro y sereno por parte de Pablo Rosal como para hacer que nos riamos de nosotros mismos. Sin fustigarnos ni castigarnos, aunando la sonrisa con la honestidad. No es poco. En sus ochenta minutos hay personajes y situaciones de todo tipo y pelaje. Chuscos y chungos para los que el lenguaje es algo primario. Engolados y superlativos que se recrean en su expresión tanto como frente al espejo. Sencillos y espontáneos que dicen lo que piensan, mas nunca piensan lo que dicen. Un cuadro, un fresco, un collage de humanidad en la combinación, la interacción y la unión de las voces, la presencia y la gestualidad de Malena Alterio y Luis Bermejo.
Compañeros, pareja, amigos, desconocidos, colegas, vecinos… son de todo, juntos y por separado. Les basta con situarse a unos centímetros y mirarse y tocarse cuando corresponde para crear el universo, el ambiente, la atmósfera y el instante que lo sintetiza todo. La alegría, la tristeza, la esperanza, la ilusión en la que sentimos que la vida fluye porque su discurrir está por encima de nuestros deseos y nuestras amarguras. Mar de fondo del que nos olvidamos al ser espectadores de Malena y Luis y tener la suerte de disfrutar de su capacidad y de su arte, de su don y de su chispa, de su versatilidad y su habilidad para cambiar de registro, tono y mirada.
Motivos y razones por los que nos entregamos y dejamos llevar por ellos. Confiados, seguros, deleitados porque nos hacen gozar y disfrutar con la hipérbole y el histrionismo de algunos pasajes, así como encogernos y recogernos en la butaca al sentir que conectamos con la emocionalidad de otras escenas y tramas de su propuesta. Pablo Rosal debe estar orgulloso de en qué se convirtió Los que hablan en cuanto tomó cuerpo sobre el escenario. Alterio y Bermejo deben estar más que satisfechos de los aplausos que llevan acumulados desde que estrenaran este montaje en el Teatro de la Abadía en octubre de 2020. Que sigan hablando, que no callen.
Crítica realizada por Lucas Ferreira