El multipremiado El Principio de Arquímedes llega al Teatro Quique San Francisco de Madrid para presentarnos, a través de un potente y enérgico texto de Josep Maria Miró, una desavenencia moral que desafía a un público dispuesto a escuchar y reflexionar sobre lo que ocurre en el escenario.
La historia comienza un día en el que un grupo infantil de natación empieza a nadar sin el flotador de burbuja. Ese momento crucial tan importante para los más pequeños de la piscina es el desencadenante de que salgan a la superficie acusaciones, dudas y sospechas. La directora del club deportivo le pide explicaciones al entrenador encargado de la clase porque algunos padres se han quejado de cómo ha resuelto la negativa de lanzarse al agua de unos de sus alumnos más apreciados.
Es una obra que abre interrogantes acerca de los miedos contemporáneos, donde hay más preguntas que respuestas sobre las relaciones humanas, los prejuicios y la confianza. La estrategia del guion es no dar al espectador o espectadora una información adicional a la que tienen el resto de personajes, de tal modo que la ambigüedad -algo de lo que siempre pretendemos rehuir- es el eje central de El Principio de Arquímedes. Tendemos a pensar constantemente en términos absolutos, separando lo bueno y lo malo; no obstante, tanto el conocimiento que tenemos de las cosas como nuestro comportamiento en relación a ellas se comprende mejor en términos relativos que tengan en cuenta las condiciones o el contexto. El público es empujado a tomar partido, dejando de ser un mero asistente, para pasar a formar parte activa del mensaje.
Me entusiasma cuando, además de entretener, el teatro supone una experiencia emocional a la que nos exponemos libremente porque estamos dispuestos a sorprendernos y a enfrentarnos a nuevos lenguajes que nos hagan reflexionar sobre lo que está sucediendo en el escenario.
Todo lo anterior se consigue gracias al trabajo de un magnífico reparto en el que merece la pena detenerse a destacar la química y la buena sintonía existente. Da gusto ver a cuatro actores tan bien compenetrados que llevan El Principio de Arquímedes a escena con esmero y naturalidad. Ana Belén Beas, Pablo Béjar, Guillermo López y Alejandro Tous logran convencernos a partir del notable manejo de la variedad de matices para construir sus respectivos personajes desde las contradicciones y la complicación.
Entre todos logran que el ritmo no decaiga en ningún momento aunque el mérito de este asunto también radica en el dinámico espacio escénico, del que se encarga Fer Muratori, que nos traslada de un momento a otro sin la necesidad de grandes despliegues que nos distraigan de lo verdaderamente importante. El conjunto visual contribuye a adentrarse en el espectáculo y matiza las emociones que van surgiendo de la necesidad de seguir los diálogos y analizar los argumentos de los personajes. La iluminación cumple perfectamente su función y dota de fuerza e importancia cada movimiento mientras ayuda a la configuración de los diferentes momentos.
Por otro lado, no me gustaría acabar sin destacar la forma narrativa que ha elegido Miró, presentando las escenas no sólo desordenadas cronológicamente hablando sino también desvirtuadas, de manera que una escena nos puede parecer una cosa pero, tiempo más tarde, volvemos a ver esa escena y llegamos a la conclusión de que tal vez nos hemos precipitado. Una manera original y cautivadora de presentar toda la información. Además, el Teatro Quique San Francisco es el lugar idóneo para representar este texto porque su reducido tamaño fomenta la creación de un clima especial de complicidad y cercanía entre público y artistas; de este modo, las sensaciones vividas desde el patio de butacas aumentan mientras estamos permanentemente a la escucha para encontrar respuestas.
Se trata de ver en El Principio de Arquímedes más allá del mero entretenimiento para colocarnos en una posición activa que propicie la reflexión crítica sobre la forma en la que accedemos al mundo y a la realidad a través de la conciencia.
Crítica realizada por Patricia Moreno