El Teatre Nacional de Catalunya programa en su Sala Petita, hasta el 24 de abril, el Macbett de Eugène Ionesco con traducción a cargo de Ramón Simó y que él mismo dirige. Una propuesta gamberra, con tintes de absurdo, que da como resultado un elevado saldo a favor en todos los aspectos.
Ionesco estrena en el 1972 esta sátira basada en el Macbeth de Shakespeare pero con matices menos optimistas y con referencias a Ubú Rey de Jarry y a las existencialistas opiniones de Jan Kott. Simó utiliza esta fuente para crear la versión que ha estrenado en el TNC de Barcelona.
Es interesante ver cómo Simó ha conseguido poner de manifiesto el proceso de aparición de la ambición en el ser humano y en lo que tiene que ver con el deseo de control sobre el otro y la avaricia instalada en aquellos de los que se espera que rijan para el bienestar de los demás.
Esta versión del Macbeth original es contemporánea y muy vigente (¿dejan de serlo alguna vez cualquiera de estos asuntos?) y Simó añade claras pinceladas de actualidad en el texto de los protagonistas que, de ninguna manera, pueden dejar indiferente al espectador. La dramaturgia usa, además, el recurso de la repetición, que le da un impulso adicional a la fuerza que ya contiene la propia palabra.
En la parte técnica, el espacio escénico de Bibiana Puigdefràbegas ha recreado el ambiente de un país en guerra (interesante la metáfora visual con la montaña de víctimas) en un contexto de frialdad y oscuridad. Los propios actores montan y desmontan mesas que son trincheras y tronos y un puente elevado provee el espacio que da el necesario protagonismo a los personajes en determinados momentos.
En escena siempre un piano que acompaña de forma intermitente y que adereza el ya de por sí teatral montaje con tonadas que a momentos roza lo cabaretero, muy acorde con el conjunto. La música a cargo de Joan Alavedra (inspirada en Verdi) y el artífice del instrumento musical un genial David Anguera que también participa como parte del elenco y que tiene amplia experiencia en la combinación de ambas disciplinas sobre el escenario. El vestuario de Mariel Soria (sobre todo en la parte que tiene que ver con los personajes secundarios, como las brujas o el mismo de Anguera al piano) consigue entonar perfectamente con el espíritu de la obra y darle un contrapunto al resto del conjunto.
Se palpa una gran dirección de actores que nos brinda como resultado un siempre extraordinario Joan Carreras con un Pep Ambrós de igual talla, repartiéndose a Macbeth y Banco respectivamente con excelencia tanto en la entrega del texto como en las variaciones de sus personajes que pasan de dramático y trágico a cómico y absurdo continuamente. La otra pareja que sobresale es la formada por Josep Julien y Pepo Blasco, que nos entregan grandes momentos cómicos en el que se revela su amplia experiencia sobre las tablas. El resto del elenco lo completan David Bagès (un grande de los escenarios también) quien retrata magistralmente la cobardía, Anna Alarcón, Laia Alsina y Xavi Ricart a quienes también hay que destacar por su mayúsculo trabajo, puesto que este Macbett tiene un reparto bastante coral.
Quedan 2 semanas de funciones y como casi todo lo que se programa en la Sala Petita, este es un montaje ciertamente transgresor, muy de nuestro presente. Casi tres horas de función para un gran formato con nueve actores y una escenografía repleta de detalles y matices para una obra de teatro que consigue entretener, hacer reír y, como siempre, provocar reflexión en la platea sobre cómo el poder pudre y acaba siempre perjudicando al pueblo.
Crítica realizada por Diana Limones