La Villarroel de Barcelona presenta L’Oreneta; el último texto de Guillem Clua dirigido por Josep Maria Mestres y interpretado por Emma Vilarasau y Dafnis Balduz. Este tour de force magistralmente interpretado, eriza el vello de los espectadores mientras una lágrima contenida cae por sus mejillas. El resultado: una ovación en pié desde el primer saludo.
Guillem Clua vuelve a maravillarnos con un texto duro y sensible que nos presenta en la vida de la señora Amèlia, una profesora de canto, que recibe en su casa a Ramon, un hombre joven que quiere mejorar su técnica vocal para cantar en el memorial de su madre fallecida recientemente. Pronto descubrimos que la canción elegida, L’Oreneta, tiene un significado especial para los dos personajes, que irán desgranando detalles de su pasado, marcado por un atentado terrorista de signo islamista que sufrió la ciudad el año anterior.
L’Oreneta nos introduce de lleno en una historia basada en un acontecimiento social que en Junio de 2016 impactó a todo el mundo. Un terrorista entró en el Bar Pulse de Orlando (Florida, EUA) con un rifle y mató a cincuenta personas. Ese ataque de odio se convirtió en el más mortífero cometido nunca contra la comunidad LGTBI y la noticia e imágenes corrieron como la pólvora por las televisiones de todo el mundo. Un atentado en toda regla hacia una comunidad que no dudó en mantenerse unida y apoyarse tras este terrible acontecimiento.
Guillem Clua, artista creador de historias que dejan huella, nos presenta un texto que fluctúa entre sentimientos. Sentimientos muy variados que incluyen la soledad, el abandono, la ira y la impotencia pero que, a su vez, en ocasiones transitan hacia la alegría, la esperanza o la curación. Un texto que ayuda a recomponer esos pedazos que la comunidad LGTBI tenemos enquistados en nuestra psique y, cuyo miedo constante a ser juzgados y atacados, impera en un mundo cada vez más intolerante.
Pero no solo dicha comunidad puede sentirse identificada en el texto. El mismo dolor que sentimos lo pueden sentir otras personas asociadas a otro colectivo, familia o situación. Por indicar dos ejemplos cercanos, todos recordamos el atentado de la Sala Bataclan de París perpetrado por atacantes suicidas islamistas en los que murieron 130 personas y otras 415 resultaron heridas; o la serie de ataques terroristas que se desarrollaron en las ciudades de Barcelona y Cambrils (Cataluña) en agosto de 2017. Ambos ataques de odio pueden verse reconocidos en el que el autor teatral explica sin filtros. A través de los sentimientos y de la situación presentada en escena de la mano de Amèlia y Ramón, Clua nos presenta una historia tensa cuyos continuos silencios conversacionales nos dicen más de lo que nos dice el texto en sí. Poco a poco iremos entendiendo la situación, poco a poco iremos tensando el ambiente hasta destripar una historia que, de nuevo, nos rompe y nos cura al mismo tiempo.
La dirección que Josep Maria Mestres impregna en la obra es sencillamente dejar que los corazones hablen. Los tiempos escénicos son tan reales como una conversación que acaece en ese momento. Vivimos el dolor, el sufrimiento, la duda. El silencio incómodo. Ese silencio desesperante de querer explicar algo y no saber cómo decirlo. El darle vueltas mentalmente para no intentar hacer daño. Esa tensión retenida que en algún momento explotará. El público, instintivamente, forma parte de ello y lo sufre con los personajes. Un sinvivir continuo que tan bien aguanta en escena.
Para poder construir esta situación, Clua y Mestres han sabido contar con dos grandes que pudieran sostener la historia bajo ese nivel tensional. Emma Vilarasau y Dafnis Balduz nos presentan unos personajes cercanos y creíbles que podemos reconocer como familia. Su dolor se respira en el ambiente y lo contagian a un público que no se atreve a musitar nada desde que la primera tensión aparece en escena. El público no aparta la mirada de ellos y siente. Vilarasau y Balduz demuestran una seguridad y un control escénico impecable.
En la parte técnica, destacar la hermosa escenografía creada por Alessio Meloni y el vestuario de Nídia Tusal. Todos los detalles de la escenografía de Meloni son carismáticos y nos sumergen en la vida de una antigua cantante que ha hecho su dinero y que ahora, tras lo acontecido, ha decidido dedicarse a la docencia. Parece que tiene todo hecho ya y así lo refleja un piso diáfano con el que los mileuristas solo podemos soñar, lleno de recuerdos en forma de letras escritas. Por su parte, Ramón es un chico joven que aun está tratando de recuperar la vida que, por desgracia, nunca tendrá. Por último destacar la iluminación de Ignasi Camprodon que, mientras pasan las horas y la noche empieza a llegar, se habitúa al horario escénico representado sombreando en ocasiones donde la historia se entrevé más dura y complicada.
L’Oreneta de Guillem Clua es una obra soberbia y generosa que todos deberíamos experimentar. Un texto que nos rompe por dentro y que, aunque quiera curarnos bajo un manto de celebración, nos deja algo huérfanos. Porque el dolor se cura con el tiempo.
Crítica realizada por Norman Marsà