Lo fingido verdadero es, probablemente, una de las tragicomedias menos representadas de Lope de Vega. En esta ocasión, Lluís Homar dirige una arriesgada y fabulosa adaptación sobre las tablas del Teatro de la Comedia de Madrid hasta finales de marzo.
Convertirse en director de un texto teatral es, ante todo, ser capaz de llevar a cabo un proceso de mediación o de diálogo entre la contemporaneidad y aquel pasado, más o menos lejano, en que la obra fue escrita. El reto que asume Lluís Homar de llevar a escena Lo fingido verdadero es digno de admiración porque logra el complicado propósito de transmitir, como hizo en su momento el gran dramaturgo del Siglo de Oro español, el caudal reflexivo de un teatro destinado al pueblo y dispuesto a despertar el interés de gran cantidad de espectadores y espectadoras.
Lo fingido verdadero es una pieza basada en la vida de San Ginés que está integrada por tres componentes completamente heterogéneos: un drama histórico en la primera parte, una comedia de enredo en la segunda y un auto sacramental en la tercera. La Compañía Nacional de Teatro Clásico nos pone frente a esta arriesgada, pero directa, propuesta que favorece el pensamiento crítico sobre el destino y sus arbitrariedades a través del diálogo y de la reflexión conjunta, aún cuando no acaba de apreciarse que sus partes formen un significado global. Y todo eso con un espectacular elenco encabezado, en esta ocasión, por Arturo Querejeta e Ignacio Jiménez. Este último interpreta al personaje de Ginés en determinadas funciones, en sustitución de Israel Elejalde, y así sucedió cuando yo acudí.
Una de las cuestiones más complicadas para una obra de teatro de esta magnitud -cuenta con un número bastante amplio de actores y actrices- es que debe afrontar un espectáculo coral, con una cifra superior a la habitual de personajes, donde el verdadero protagonista es un colectivo que debe cuidar al máximo su sincronización y química para que eso se convierta el motor de este atractivo montaje. Silvia Acosta se desdobla en varios personajes y brilla poniendo el toque justo a cada uno de ellos; María Besant construye e interpreta de una manera memorable; Montse Díez no se queda atrás, sino que incorpora una interesante flexibilidad; el trabajo que realizan Miguel Huertas, José Ramón Iglesias, Álvaro de Juan, Jorge Merino, Paco Pozo, Verónica Ronda y Aina Sánchez conecta a la perfección con el resto del elenco, escrupulosos con lo que dicen y con lo que no; Aisa Pérez y Eva Trancón realizan actuaciones desbordantes de energía y magnetismo; Arturo Querejeta demuestra que es un actor en mayúsculas y que su esfuerzo merece una mención aparte porque con su sola presencia da al montaje una dimensión única y especial; por último, Ignacio Jiménez utiliza la expresión corporal y facial con una maestría absoluta, pronuncia cada palabra con una convicción impactante que se convierte en un reflejo certero de lo verdadero y lo fingido. He tenido la fortuna de ver en varias ocasiones, sobre las tablas, al actor madrileño y pienso que realmente merece la pena disfrutar de su fabuloso trabajo porque con él no hay medias tintas.
Otro punto fuerte de Lo fingido verdadero es la sobria pero eficaz escenografía, a cargo de Jose Novoa, y el brillante trabajo de iluminación en el que Juan Gómez Cornejo cuida hasta el más mínimo detalle para dotar de intensidad a cada movimiento que tiene lugar en el Teatro de la Comedia de Madrid. Qué bien utilizados todos los recursos para que todo combine, otorgándole un dinamismo muy atractivo visualmente que nos ayuda a sumergirnos de lleno en el mundo que nos presenta el poeta y dramaturgo del Siglo de Oro.
Lo fingido verdadero es una propuesta interesante que logra recoger el alma de Lope de Vega y que cobra una dimensión especial gracias al fabuloso trabajo de todo el elenco. Y si no que se lo pregunten al público que demuestra su gozo con una más que merecida ovación.
Crítica realizada por Patricia Moreno