Tras Victòria d’Enric V y Hamlet, Pau Carrió completa una trilogía de grandes obras de la literatura europea con Crim i càstig de Fiódor Dostoievski. Un volcado del papel a la escena de preguntas planteadas, monólogos interiores y filosofía que inundan la sala Fabià Puigserver del Teatre Lliure de Montjuïc en Barcelona.
Carrió admite que la obra de Dostoievski siempre le ha rondado desde que la leyó por primera vez en su adolescencia y la misma ha ido volviendo de tanto en tanto a su cabeza hasta que ha encontrado el momento y la ocasión de poderla subir a las tablas. Todas las cuestiones éticas y morales que plantea el autor sobre el uso y aplicación de la violencia y el posible derecho de autoridad e individuo de ejercer la misma quedan perfectamente reflejados en el texto que ha adaptado el propio director a partir de la traducción de Miquel Cabal.
La novela rusa de más de 600 páginas se traduce en un montaje de casi 4 horas que, honestamente digo, no se hacen largos. El cribado de qué dejar y qué quitar ha sido decisión de Carrió en base a una selección trabajada sobre lo que mejor encajaba, donde ha habido también una parte de intuición. Como resultado se ha dado a luz un proyecto que contiene el espíritu esencial de la historia.
El director también ha trabajado sobre seguro tanto con el elenco como con el equipo artístico. En la parte actoral, concede de nuevo el protagonismo a un Pol López que si bien siempre es extraordinario, en esta ocasión además nos regala una doble interpretación con un Raskólnikov pensador y clarividente a ratos, y febril y delirante en otros. Un trabajo al que además se le añade la dificultad de no salir de escena en ningún momento llevando a cabo una interpretación de elevada intensidad en muchos momentos. La filosofía que impregna el pensamiento del protagonista se transmite principalmente a través de la palabra, quien es otro de los personajes principales de Crim i càstig. Y Pol López es perfecto para ello, por su capacidad de convertir sus monólogos en conversaciones con el silente espectador.
La bien elegida Míriam Iscla se mete en la piel del Inspector de polícia Porfiri Petrovna, némesis de Raskólnikov. Una enorme actriz a la que Carrió ha querido incluir de esta manera y con gran acierto, pues las escenas de dialéctica intelectual sostenidas entre ambos son uno de los platos fuertes de la función, que se salda con un excelente.
También quiero destacar a una gran María Rodríguez que en cada nueva interpretación, más se afianza como una actriz de singular energía y especial conexión con el público. Marc Rodríguez, Albert Prat, Oriol Guinart, Carlota Olcina, Roser Batalla, Francesca Piñón, y Oscar Rabadán hacen, de igual manera, un formidable trabajo, de una calidad máxima, que es imprescindible para que el conjunto llegue a la excelencia por la condición coral de esta dramaturgia.
El planteamiento escénico de Sebastià Brosa también ha sido una idea brillante (vista por primera vez en el Lliure) para conferir de gran atractivo el montaje de Carrió. Utilizando los arcos del patio de butacas como escenario, que recuerda una plaza o las calles del San Petersburgo de la época y sentando a la platea en el escenario habitual, además de conseguir un entorno completamente nuevo y muy atractivo para esta sala, también se consigue la sensación de que nosotros somos el espectáculo (o los protagonistas) cuando Raskólnikov se dirige a nosotros para reflexionar. El resto de la escenografía y el vestuario (a cargo de Adriana Parra) mantienen una tendencia minimalista y atemporal. Una gran bolsa de plástico se usará para recrear una gran escena del crimen mental que surge de las cavilaciones del personaje principal.
A destacar también la música electrónica de Arnau Vallvé, con muy apropiados tintes de altibajos psicológicos, que interpreta Joan Solé, quien está en escena también todo el tiempo pero en un discreto segundo plano en una de las arcadas del primer piso.
En definitiva, una gran versión en gran formato de Crim i càstig el que ha resultado de la mente de Pau Carrió, quien junto al resto de la compañía, añaden otro magistral título a la lista de producciones del Teatre Lliure.
Crítica realizada por Diana Limones