La Zaranda presenta en la sala Principal del Teatro Español de Madrid, La Batalla de los Ausentes. Una sátira poética sobre el olvido, el poder y la guerra con dramaturgia de Eusebio Calonge y dirección de Paco de La Zaranda que estará en escena hasta el 20 de marzo.
En La batalla de los ausentes tres oficiales en el ocaso de sus vidas, veteranos de una guerra olvidada, se reúnen para conmemorar una batalla que a nadie importa. El polvo y el olvido han borrado la efeméride y ni estos mismos tres viejos soldados son capaces de recordar en qué trinchera o en qué fosa cayeron los suyos. Son fantasmas de un pasado que nadie recuerda, tres quijotes que no renuncian a la gloria y proyectan, más bien fantasean, un último asalto. Primero se alzarán contra un enemigo ausente que no devuelve la ofensiva. Más tarde se armarán contra el propio poder y finalmente librarán una última batalla contra la misma vida. “La muerte es un destino indigno para el que lo dio todo por un sueño”.
La sátira es afilada y el espectáculo amargamente bello. La Zaranda logra crear una atmósfera simbólica cubierta de polvo, en la que descansan huesos viejos y estandartes mohosos. Más allá del texto de Eusebio Calonge, que es una pieza magnífica en la que un acerado sarcasmo lo tiñe todo, lo más evocador es precisamente lo que no se dice.
El diseño escénico de Paco de la Zaranda es un hilo invisible que mueve nuestras emociones a medida que evoluciona el espacio. Todo se mueve, se altera, se descompone y se transforma en otra cosa. Es poderosa su simple complejidad y la forma en que la escena se transfigura ante nuestros ojos siguiendo la coreografía de estos tres personajes. Todo parece tan fácil y natural y a la vez tan simbólico solo para conducirnos sin capacidad de objeción a un universo invadido de múltiples lecturas.
Francisco Sánchez, Gaspar Campuzano y Enrique Bustos, los tres actores de esta amarga comedia, podrían no hablar, no decir una sola palabra en toda la obra. Sus máscaras contraídas, el gesto desgarrado y el movimiento pesado y añoso de sus extremidades nos dibujan una vida entera en la que todo es opaco y gris, hasta el sueño de victoria. Los tres son pura plasticidad y dramatismo. Es inmensa la forma en que logran obscurecer de macabra desesperanza su último baile, aferrados a muñecos inertes y sin expresión.
La batalla de los ausentes es un esperpento, un espejo cóncavo o convexo que devuelve una imagen grotesca y deformada de nuestro presente. Nos pone frente a frente con los vicios de nuestros dirigentes, con la memoria frágil de una sociedad urgente y sobre todo con el ocaso y el olvido. Una tragicomedia en la que el dolor rezuma entre las sonrisas, por mucho que el público insista en querer reír, más allá de las posibilidades racionales de la emoción. Hay motivos de comedia, es cierto. Las réplicas que Calonge pone en la boca de los actores son ácidas y divertidas, pero el drama de estos tres fantasmas hiela la sonrisa del espectador sensible, convirtiéndonos a su vez en espejos de su gesto descompuesto.
Los tres actores en este marco son una máquina perfecta en la que nada sobra. Todo confluye sobre el escenario iluminado por esa sola bombilla, desnuda, cruda, que acaba por apagarse, como la vida, como el tiempo, como la memoria, como los pecados de los poderosos y las perversiones de una sociedad imperfecta.
Lo que firma La Zaranda es un montaje personal, atemporal y terriblemente actual. Una cita obligada para encontrarse con el lenguaje de esta compañía que trasciende su apariencia formal para arrojar al espectador una imagen cruel pero poética las miserias de nuestro presente. “Reniego del que progresa para quitarme el futuro”.
No hay crónica posible ni cabal para esta pieza. Es una dramaturgia global. Participar de La batalla de los ausentes es emprender un viaje emocional en el que, por debajo de toda sátira, hay una reflexión tan humana y directa como el fin de la vida y el crepúsculo de las ilusiones. “La última batalla es la que se libra contra uno mismo y contra la muerte”. Todo habría sido desoladoramente brutal si no tuviera esa poética teatral tan reconocible.
Uno puede ir preparado para dejarse sorprender por La Zaranda pero no para aprehender la poesía y la inteligente emoción que destila este montaje. La Batalla de los ausentes, es cruel y compasiva, hermosa y horrenda pero por encima de todo pura poesía cubierta de polvo y olvido.
Crítica realizada por Diana Rivera