LaJoven presenta Fuego en el Círculo de Bellas Artes de Madrid con dramaturgia de los hermanos Quique y Yeray Bazo (QY Bazo) y dirección de José Luis Arellano García. La obra, situada en los albores de la Segunda Guerra Mundial, forma parte de la tetralogía Mapa de las ruinas de Europa.
Fuego es una apuesta didáctica que, con el apoyo del Instituto Navarro de la Memoria, presenta una propuesta que analiza, desde una perspectiva histórica y dramatúrgica, el pasado reciente de Europa y plantea al espectador una mirada crítica sobre su presente. Constituye la segunda entrega del Mapa de las ruinas de Europa que LaJoven inició en 2018 con la obra Barro, en la que abordó la Gran Guerra. Fuego, por el contrario, nos sitúa veinte años después, a las puertas de la Segunda Guerra Mundial, en el mismo corazón de Alemania.
La obra se divide en dos actos especulares. En el primero, cuatro chicas pertenecientes a las Bund Deutscher Mädel (BDM o la sección femenina de las juventudes hitlerianas) asisten excitadas al Congreso de Núremberg de 1934, en el que Hitler se dirigió a 60.000 jóvenes alemanes. Finalizado el Congreso, cuando arranca la noche, las chicas se reúnen alrededor de una hoguera e iluminadas por un fuego que alimentan con libros, hablan y ríen pero también dudan y comparten sus sueños de futuro y de lo que el futuro espera de ellas.
En la segunda parte, cuatro chicos de las juventudes hitlerianas en una noche decisiva para sus vidas acampan en el claro de un bosque. Durante esa noche, mientras los lobos aúllan y se aproximan, estos cuatro jóvenes adultos probarán su valor, retarán su valía física, serán violentos, orgullosos y, al calor del fuego, se mostrarán seguros (o no) de su misión y de su fidelidad al movimiento nazi. Estamos en 1938, un día antes de la que sería llamada La noche de los cristales rotos.
Las dos piezas conversan entre sí y se complementan. El juego de duplicidades que ha planteado QY Bazo, crea una dramaturgia potente que los ocho protagonistas saben explotar. Las cuatro actrices María Valero, Cristina Varona, Marta Velilla y Luna Zuazu componen el retrato conmovedor de cuatro jóvenes dispuestas a dar lo mejor de sí, aunque en el proceso corran el riesgo de ver sus vidas arrasadas por el incendio que crece en su interior. Alejandro Chaparro, José Cobertera, Víctor de la Fuente y Jota Haya, por su parte, realizan un trabajo coral e individual igualmente brillante en el que sus personajes dejan aflorar el verdadero sacrificio que su país les está demandando.
Desde el punto de vista dramatúrgico y teatral, Fuego es un montaje notable. El texto es ágil y muy fluido. Las conversaciones entre los jóvenes son vivas y plagadas de referencias que nos permiten dibujar con relativa precisión su carácter, motivaciones, sus miedos y arrepentimientos pero sobre todo sus deseos. No obstante, pese al juego especular, la carga dramática no está del todo compensada. El segundo acto brilla especialmente y es más rico en complejidad que el primero. Las razones que empujan a los cuatro protagonistas masculinos son más sutiles y ricas. La narración alcanza un clímax sobrecogedor en el arco que recorre Lucas interpretado por Víctor de la Fuente. El incendio estalla en el umbral del amanecer y como el propio Lucas dice, nadie puede controlarlo. La escena es brillante. Arellano consigue crear una verdadera sensación de horror, en la que vemos arder ideologías y conciencias. Para ello se apoya en las composiciones musicales de Alberto Granados Reguilón y una dramática iluminación que aprovecha los colores de la Alemania nazi, para colorear este incendio alegórico.
Sin embargo y, aunque la dramaturgia es solvente, la reflexión histórica que se pretende plantear, flaquea. Se extraña un espíritu más ácido y valiente que explore los perversos mecanismos de la manipulación. Es evidente que nos encontramos ante un grupo de jóvenes convencidos pero el proceso y las razones de ese convencimiento, se pierden en cierto modo. De hecho, en el primer acto, protagonizado por el elenco femenino, hay una sobreabundancia de alusiones veladas que generan un ruido narrativo perturbador. El fin educativo se pierde. Por ejemplo, la referencia a un posible abuso sexual, aunque sutil y ejecutado con una fuerte belleza simbólica, es tan feroz que sustrae completamente del contexto histórico de la trama. Por otro lado, el desenlace del acto es precipitado e innecesariamente violento. La motivación del personaje es evidente, pero resulta en cierto modo excesiva. La trama gira inesperadamente hacia un thriller en el que el contexto político parece una excusa diluida aunque todavía presente.
El mensaje histórico tiene una mayor claridad en la segunda parte. Nos permite asomarnos, aunque sea muy tímidamente, al verdadero conflicto interior que vivió esa juventud de entreguerras. El arrepentimiento y el espíritu crítico afloran, por fin, y el lenguaje simbólico se desvela.
Fuego, es el retrato de un pasado que parece estar resucitando en nuestros días. Dos noches que cambiaron la vida de ocho jóvenes que resultaron protagonistas de un drama del que fueron también víctimas. Ocho representantes de una generación manipulada por una sociedad perversa que los empujó al incendio. Una obra que pretende agitarnos también en ese incendio y hacernos reconsiderar el presente que estamos construyendo.
Crítica realizada por Diana Rivera