La Sala Roja de los Teatros del Canal de Madrid se viste de largo para acoger el 60 aniversario de Els Joglars. Llegan con su último espectáculo, ¡Que salga Aristófanes!, un montaje con el sello Joglars, lleno de sátira, humor, denuncia y por encima de todo, mucho respeto y amor por el teatro de siempre.
El jardín de un centro de reeducación socio cultural será el escenario de la representación que han preparado los internos. La Directora del centro se esforzará para que esa representación de los clásicos griegos sea políticamente correcta, intentando cancelar cualquier atisbo de violencia, misoginia, patriarcado, homofobia y cualquier cosa que pueda ofender a nadie. En su empeño se topará con el más cuerdo de los internos, un ex catedrático de historia clásica que sufrió el escarnio de sus alumnos y que acabó con sus huesos en el internado. El profesor protagoniza y dirige el montaje, entre momento de lucidez y recuerdos seremos testigos de como un supuesto grupo de locos nos pone de frente a la esclavitud y sinrazón de las redes sociales, de lo que se puede y no se puede decir, de como la risa sigue siendo la mejor medicina y que el humor no debe ser ni puede ser un terreno común y correcto.
Ramon Fontserè se pone al frente una vez más del montaje, encarnando al malogrado catedrático, con su más que consabido hacer para la comedia construye un personaje que pasa de los recuerdos a la enajenación. A creerse Aristófanes dirigiendo sus grandes textos. En esos episodios veremos lo que provocó que el profesor acabara en ese estado, y será ahí cuando la sátira y el humor estilo de la casa harán acto de presencia haciendo las delicias de quien quiera unirse a la fiesta.
El reparto lo completan Pilar Sáenz, Dolors Tuneu, Xevi Vilà, Alberto Castrillo-Ferrer y Angelo Crotti. Todos simplemente perfectos en ese tono de comedia y locura que destila el montaje. Apoyados en la escenografía de Anna Tusell y con todos los “gadgets” marca Joglars que tanto nos gustan a sus seguidores.
Quizá el montaje peca de un arranque un poco lento, pero a partir de la primera media hora funciona como un reloj de comedia y sarcasmo. Interpela al espectador, lo incomoda y le hace reflexionar en la impúdica política de la cancelación, en la irresponsable y tóxica denuncia en las redes, y en toda esta absurda corrección impuesta por un sistema que no acepta el humor como denuncia indolora.
Crítica realizada por Moisés C. Alabau.