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19.01.2022 Críticas  
El poder transformador de las historias bien narradas

El Teatro del Barrio de Madrid nos plantea a través de la obra Kohlhaas, dirigida por María Gómez, una reflexión sobre el deseo de justicia y la necesidad de reparación, aunque sobre todo, nos ofrece una oportunidad única de sumergirnos en el teatro narrativo del que esta pieza es sin duda un referente.

Kohlhaas es una de las obras más representativas de las nuevas corrientes escénicas que surgieron en Italia a finales de los 70 y que Marco Baliani viene representando desde hace tres décadas.

La historia toma su punto de partida de una novela alemana del siglo XIX del autor romántico Heinrich Von Kleist, que fue adaptada por el propio Baliani y Remo Rostagno al lenguaje teatral. Un honrado criador de caballos, Michael Kohlhaas, ve como un poderoso noble le arrebata injustamente y con engaños sus dos mejores zaínos. Kohlhaas buscando la reparación del daño sufrido iniciará un camino en busca de una esquiva justicia que le irá empujando a un lugar cada vez más oscuro. Así, el protagonista representará la paradoja del hombre corrompido por su deseo de recibir justicia.

Hay muchos méritos en Kohlhaas que deberían hacernos agotar las entradas para disfrutar de las últimas representaciones de esta magnífica versión.

El texto es el primero de ellos. Esta obra nos plantea una reflexión aguda y sensible sobre la fragilidad de la justicia y la omnipresencia de la corrupción. El mundo del protagonista se desmorona frente a sus ojos tras descubrir que el sistema falla cuando el daño lo infringe el poderoso. La ausencia de una justicia legal se transforma en un veneno que va sedimentándose y consumiendo su pensamiento, reduciendo a este recto hombre en una mera sombra que ya solo tiene un discurso y un propósito vital.

Ahora bien, lo mejor de esta función es la naturaleza teatral de la propia obra. En rigor, Kohlhaas no es un monólogo, aunque Riccardo Rigamonti sostenga en solitario toda la historia. Kolhaas es propiamente un cuento y Rigamonti un cuentacuentos (un fabulador) que eleva la narración a un punto en el que su voz y sus manos ejercen el hechizo que cautiva al espectador.

Lo más interesante en la actuación de Riccardo Rigamonti es que, más allá de dar su voz a los personajes, interviene como un cicerón que nos narra la trama y nos guía sensorialmente a través de ella. Este inspiradísimo actor construye un mundo entero sin levantarse de su silla. Durante los 80 minutos de función apoyado exclusivamente en su voz y su cuerpo es capaz de evocar todo un paisaje, hacer sentir el frío de una mañana turbia, el sonido del viento, un incendio, un mar de banderas. Despliega una gestualidad contenida y precisa que, pese a estar metódicamente estudiada, seduce por su naturalidad orgánica y es capaz de mantener la atención sobrecogida de toda una sala absolutamente atrapada en su sola mirada.

Esta obra es quizá el mejor embajador del teatro di narrazione italiano en el que más que interpretar se relata y más que representar la historia se induce en el auditorio a través de un narrador prácticamente inmóvil. Una sintaxis escénica poco desarrollada en España que tiene una poderosa capacidad de sumergir al espectador en la historia y exigirle una atención activa para que termine de construir la imagen que le es solo evocada.

Obviamente esta arriesgada puesta en escena es tan buena como lo sea su narrador y el actor italiano Riccardo Rigamonti demuestra talento, sensibilidad, plasticidad y una enorme intuición que hacen de esta experiencia escénica una verdadera metamorfosis para el espectador que se deja atrapar en ella. Solo hay una pequeñísima concesión escenográfica con un sutil y perfecto juego de luces, obra de Magdalena Broto, que matiza el texto, subraya la interpretación y colabora con elegancia en la evocación de la trama.

Kohlhaas se escucha como las historias narradas junto a la hoguera, con las repeticiones y codas de los buenos cuentos que perviven en la memoria. Riccardo Rigamonti es un actor brillante que se enfrenta solo ante una sala expectante con su voz y su enorme talento sin más apoyo que un relato bien construido lleno de lirismo. Una experiencia que reta el lenguaje del teatro convencional y transforma al espectador que se quiere dejar seducir por ella. Una representación bella y excepcional, sin matices.

Crítica realizada por Diana Rivera

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