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13.12.2021 Críticas  
100 años atrás

Mariano Llorente y Laia Ripoll han escrito Rif (de piojos y gas mostaza), montaje dirigido por la segunda con la que recordarnos desde el Teatro Valle-Inclán (Madrid) del Centro Dramático Nacional las motivaciones, embrollos y consecuencias de las guerras entre nuestros antepasados y los autóctonos del norte de Marruecos hace ahora un siglo.

Seguro que los que critican la intención de actualizar la ley de memoria democrática tienen poca o nula idea de que durante un tiempo los españoles consideramos el norte de Marruecos como una extensión caprichosa del territorio de nuestra nación. Como un pedazo de tierra del que extraer sus recursos para mayor gloria de nuestra economía y de los bolsillos de unos cuantos elegidos. A todos esos que creen que el concepto memoria histórica solo aplica a la Guerra Civil, a ellos y a los demás, deseosos de conocer qué nos ha llevado hasta ser quiénes y cómo somos hoy, está dirigida esta obra creada por Micomicón y coproducida por el Centro Dramático Nacional y A Priori.

Ahora que somos capaces de plantearnos la versión oficial de la historia con otros prismas, como el de los derechos humanos, la justicia, la igualdad y la dignidad del ser humano, Mariano Lorente y Laia Ripoll se preguntan qué derecho tenía España a colonizar y explotar el Rif. Interrogante que podríamos hacer extensiva al vínculo entre colonias y colonizadores por todo el mundo. Asunto en el que contemplar no solo lo que sufrieron los que se vieron invadidos y sometidos, sino también los forzados a ejercer como soldados a cientos o miles de kilómetros de sus casas, sin formación ni ánimo bélico, obligados a matar para sobrevivir, expoliados como mano de obra barata y convencidos de que abusar estaba bien.

Una propuesta que comienza alto con la escenografía de Arturo Martín Burgos que convierte la sala en un frente de guerra y torna en cabaret, bar y espacio de variedades con la iluminación de Luis Perdiguero y vuelve a ser el exterior de una noche estrellada con la videoescena de Álvaro Luna. Tras una breve introducción, la entrada en tropel coreográfico de su troupe de intérpretes genera una sensación de ritmo, dinamismo y verbo que engancha. Una sensorialidad a la que le siguen una serie de escenas y cuadros con intención narrativa, pero en la que los personajes quedan sobrepasados por la intención descriptiva de sus diálogos. Resulta tan evidente el propósito expositivo que la credibilidad de la dramaturgia queda en un segundo plano que afecta a su capacidad de conectar, embaucar y seducir.

Política y corrupción, prostitución y mendicidad, analfabetismo y periodismo, tortura y crueldad, múltiples temas y un sinfín de personajes que conforman más un fresco crudo y realista -complementado por proyecciones a la manera del NO-DO de años después- que una historia que seguir de principio a fin. Un planteamiento que pone a prueba la versatilidad y capacidad de cambio de registro y tono de todos sus intérpretes. Un reto que Arantxa Araguren, Néstor Ballesteros, Juanjo Cucalón, Ibrahim Ibnou Goush, Carlos Jiménez-Afaro, Mariano Llorente (también actor), Mateo Rubinstein, Sara Sánchez y Jorge Varandelen superan con nota, motivo por el que resultan lo más destacado y subrayable de Rif (de piojos y gas mostaza).

Crítica realizada por Lucas Ferreira

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