Me encanta la iniciativa del Teatre Lliure de Barcelona de internacionalizar parte de su teatro, creando proyectos conjuntos con directores de fuera. Ya llevamos varias temporadas pudiendo disfrutarlos. Este año, para el Temporada Alta 2021, el lituano Oskaras Koršunovas dirige L’Oncle Vània de Chéjov.
Una amplia gama de temas universales se tratan en esta obra del autor ruso, referente del realismo literario. Y es que aunque pase más de un siglo, la esencia del ser humano, sus instintos y emociones más básicos siempre están presentes. Por ello, podría parecer relativamente fácil contemporaneizar otras épocas. Pero hacerlo bien, con un trabajo que cale profundo en el espectador, ya no lo es tanto. Y Koršunovas lo consigue, haciendo que nos sintamos identificados, nos compadezcamos de algún personaje o nos conmovamos con ellos. Gran parte de la razón por la que se consigue empatizar sin mucho esfuerzo es por haber elaborado un montaje en el que esos personajes, en algún momento, rompen la cuarta pared para acercarnos a ellos.
Me encanta también ver, con el paso del tiempo, a nuestros actores siendo dirigidos por diferentes batutas. Y apreciar que, no solo se adaptan perfectamente a todas esas direcciones, sino que nos ofrecen extraordinarios resultados. Así pasa en este montaje de L’Oncle Vània donde, si bien todo el elenco es fantástico, los cinco personajes principales están arrebatadores. La intensidad es el mecanismo que todos hacen funcionar con vehemencia hasta el punto, a veces, de la extenuación. Pero claro, luego el efecto en la platea es el que es.
La selección de Raquel Ferri como Elena y de Júlia Truyol como Sonia no podía ser más acertada. El magnetismo que la Ferri ejerce sobre el público creo que no es sensación sólo mía. Y digo magnetismo, porque al igual que un imán, no hace falta que haga nada para atraer las miradas y el interés hacia ella (su vestuario, virginal y sensual, a cargo de Nídia Tusal, tiene mucho que ver, por lo que el objetivo está conseguido). Esa mujer joven, bella, correcta en apariencia pero llena de pasión, a la que le queda tanto que explorar, atada a un hombre con andador igual que está atada al destino que ha elegido y que vive sumida en el tedio es interpretada por Ferri con frescura, naturalidad y gran calidad.
En el caso de la ‘calórica’ Truyol, se pasa al drama (después de haber tenido un verano pleno de comedia) y demuestra, sin duda alguna, por qué puede estar en una obra de este calibre. No creo que haya nadie en platea que no la pueda querer. Ha tenido la suerte de tener el personaje más amable de todos. Pero eso no es suficiente. Sonia es la figura más joven, pero una de las más maduras. Tiene escenas donde desprende inocencia, donde se rompe por el dolor del amor no correspondido, trabaja algunas de las partes más dramáticas, y tiene que estar ofendida pero expresar ternura y amor a la vez. Salta todo el tiempo de vestidura en vestidura emocional; sin embargo, todas le quedan fetén. Para ella, tal y como percibimos su Sonia, parece que sea sencillo. Pero en absoluto lo es.
Ahora, si las chicas están pletóricas, los personajes masculinos protagonistas son un lujo. Leer Lluís Marco en el programa de mano siempre da alegría y es seguridad de acierto. Una vez más, confirma su carrera y reafirma su nombre en el teatro catalán. El proceso de ‘apagado’ del ser humano a través del paso del tiempo que desarrolla su personaje, el profesor Serebriakov, es interpretado por Marco de una forma clara y evidente. Es un privilegio contar con actores con esta experiencia y de esta madurez sobre las tablas.
Iván Benet es quien se encarga de dar vida al doctor Ástrov, que representa el ardor por conseguir llevar a cabo siempre un nuevo proyecto, uno tras otro y de forma inacabable; un apasionado del trabajo, de la vida y del amor. Amante de la Tierra y de su fruto y luchador y defensor de los derechos de esta, tiene uno de los monólogos más bonitos de la función apelando a la responsabilidad y el esfuerzo para no destruir nuestro planeta. ¿He dicho alguna vez que podría pasarme horas escuchando a Benet hablar en un escenario? Pues lo vuelvo a repetir. Es, sin duda, uno de los actores con más calidad que existen a día de hoy (para mí y creo que la mayoría estará de acuerdo). Y me encanta cuando su trabajo le obliga a sacar su lado dramático (posiblemente, es cuando más lo disfruto). Porque sabe transmitir, sabe llegar hasta lo más hondo, porque es un actor al que se le respeta, porque se lo ha ganado a pulso. Porque para demostrar esa profundidad en un personaje, tiene que haber algo de esa profundidad en el actor. Y él la tiene. Es inherente. Es un don. Y él lo sabe explotar. Sea que recite a Kafka, a Koltès o a Chéjov.
Finalmente, llegamos al tío Vania. Julio Manrique es Iván Petróvich Voinitski. E Iván Petróvich Voinitski es Julio Manrique. Me apasiona el Manrique actor. Me impresionó la primera vez que lo ví y me sigue impresionando pasados los años, aunque sea una consciente de lo que se va a encontrar. La entrega de Manrique sobre las tablas no tiene límite. No se si es sano para él (en el sentido irónico de la palabra). Pero para el resto es un regalo. ¿Cómo definir todo lo que abarca su personaje y su interpretación sin llegar a adular pero sin quedarme corta? Pues creo que solamente siendo sincera. Todos interpretan con calidad. Todos los personajes son 100% creíbles. Pero la manera en la que Manrique vive a Vania y la forma en que expresa su sensación de vida malgastada va más allá de una interpretación. Es la completa comunión entre personaje y actor. Un nexo, un hilo tan tan fino que hay momentos en los que dudas si existe o no. La entrega, la sinceridad, la aparente (que no real) facilidad con la que consigue imbuirnos de sus sentimientos es fascinante. La intensidad que mencionamos al principio, esa alocada y extrema pasión y la consagración que le hace a su personaje, que nos deja mudos, sin aliento, aguantando la respiración por miedo a que si respiramos se rompa el momento, eso solo lo consigue Manrique; pocos más. Me planteo cómo va a acabar después de todas las funciones, así que he reservado entrada para volver en la última y comprobarlo.
En este espacio final me apetece volver a alabar el montaje de Koršunovas. No sería justo que no mencionara la escenografía de Gintaras Makarevicius, de un solo espacio, un comedor, pero bien recargado, como la escritura de Chéjov. Lleno de detalles que provocan sensaciones (como el texto). Una mención también a los audiovisuales de Artis Dzerve, el sonido de Antanas Jasenka y la iluminación de Ganecha Gil que juegan un papel importantísimo aquí. Koršunovas ha querido que esta obra nos atraviese por igual tanto por la vista como por el oído, aplicando drama y comedia al conjunto para nuestro disfrute (por cierto, se me olvidaba, no se pierdan el momento gallina de la función; una auténtica paranoia).
L’Oncle Vània es una obra intensa donde las haya. Ya lo es la dramaturgia, que decíamos que toca varios aspectos de las emociones humanas y que se centra en el tiempo y en la edad y en cómo estos nos afectan a medida que uno se hace mayor. Pero con este montaje, no solo se resaltan todos esos aspectos sino que se intensifican aún más por el excelente trabajo que todos han realizado. Siempre me pasa lo mismo después de ver obras maestras así. Que necesito dar gracias a todos los que se toman en serio las artes escénicas y hacen teatro así. Tanto al equipo técnico como al artístico. Es lo mínimo. Y es más que merecido. Gracias.
Crítica realizada por Diana Limones