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11.11.2021 Críticas  
10 años festejando la muerte

En 2020, la compañía teatral Barcelonesa La Calòrica cumplía 10 años. El festejo de su primera década no ha cesado y por ello, estos días podemos disfrutar, en la Biblioteca de Catalunya de Barcelona, de la revisión de su primera obra de creación: Feísima enfermedad y muy triste muerte de la reina Isabel I.

Que La Calòrica es una de las compañías teatrales Barcelonesas de referencia, de eso no hay duda alguna. Por ello, y con el empeño que les caracteriza, durante esta temporada teatral 2021-2022, la compañía realiza un esfuerzo titánico iniciando una gira para llevar de nuevo sobre las tablas sus obras más aplaudidas. Así, podremos disfrutar de Fairfly, Els Ocells (o Las Aves, versión en castellano que podrá verse en el CDN de Madrid en 2022), Arbres, vodka i naus voladores o, la que nos ocupa hoy, Feísima enfermedad y muy triste muerte de la reina Isabel I.

Tras una vida de triunfos que le han llevado a convertirse en la soberana más temida y poderosa de la cristiandad, la reina Isabel I vive sus últimos días sin saber quién le sucederá al trono y dará continuidad a su gran proyecto. Muchos de sus hijos han muerto y otros sufren el trato injurioso de sus maridos. Tan sólo queda una cabeza en la Tierra donde se pueda ceñir la corona de Castilla: la cabeza perturbada de la princesa Juana.

Cuando años atrás la compañía novel creó la obra, esta se creó como un ejercicio teatral enfocado en las monarquías y el ansia de poder. El texto aborda los últimos días de la soberana Isabel La Católica quien, en fase terminal por un cáncer de útero, debe decidir quién llevará su corona y guiará a su descarriado pueblo hacia el digámosle «proyecto social» que ella ha impuesto. La decisión no es fácil y ella lo sabe. Lo siente en sus entrañas junto al dolor que la desgarra por dentro. Esta gesta o historia de ambición y deslealtades está llena de miedos, dudas y reproches hacia sus allegados quienes le parecen simples peleles en los que otorgar tal hazaña.

La revisada dramaturgia de Joan Yago sigue funcionando a la perfección diez años después. Un texto prosaico, lleno de certeras y disparatadas afirmaciones sobre la familia real llegan al público en boca de una soberana que muere y que, realmente, no tiene nada que perder y todo que decir. Cualquier idea por burda, trasta o extraña que sea, puede ser (y es) totalmente creíble en boca de Isabel I. Un magnífico texto que, revisado, ahora hace hincapié en temas profundos del ser humano como la muerte y la familia.
Por otro lado, la perfecta y medida dirección de Israel Solà nos presenta un tempo cambiante que engrandece aun mas a los personajes que Yago nos presenta en el texto. No es fácil orquestar a seis personajes en escena pero si, a su vez, a estos los conviertes en personajes protagonistas cediéndoles espacios en los que la historia los hace brillar, la gesta es más que memorable. Las locuras que el tándem Yago – Solà nos muestra en escena ya hacía presagiar hace 10 años que La Calòrica iba a convertirse en una de las compañías de referencia en la escena catalana. Ahora, pasado este periodo, no hay suficientes palabras con las que alabar el trabajo en conjunto de estos dos maestros.

Pero aunque el tándem Yago – Solà es de lo mejor que tenemos en casa, el éxito de La Calòrica no seria tal sin una compañía de actores y actrices a la altura de la exigencia que se les plantea.
Empezando por la exultante Isabel La Católica, interpretada por el sobresaliente Aitor Galisteo-Rocher, quien brilla y maravilla al público con su interpretación del papel que da nombre a la obra. Un papel cuyo peso en la obra es indiscutible, dado que es el único personaje que en ningún momento abandona la escena y que, obviamente, está siempre presente. Con una actitud sobradamente varonil y sin impostar la voz, ella es la reina y se le practica pleitesía. La grandeza personificada en un personaje lleno de ambición pero de dudosos escrúpulos.

Junto a él, disfrutamos de la maestría de Xavi Francés como el rey Fernando. Un rey consorte que no pinta nada en una corona. Minusvalorado por su señora, Fernando trata de conseguir la corona para él pero Isabel no está dispuesta ofrecer la posición a alguien tan ínfimo y obviable. Francés nos muestra de nuevo la bis cómica que tan bien domina en escena mezclada con esa genialidad que le caracteriza en la creación de personajes tan dispares, ruines e interesados.

Cristina Arenas es la encargada de interpretar a la única hija que le queda a Isabel I; su preciosa y «querida» hija (no tan cuerda) Juana. Arenas nos presenta una Juana La Loca que trata de contenerse, que no quiere mostrar el resentimiento que tiene a su familia mientras admira a su despiadado marido, el príncipe Felipe (interpretado por Marc Rius). Arenas realiza un trabajo perfecto donde notamos el vaivén de su (escasa) cordura en un momento que no sabe gestionar. Utilizada, tanto por su familia como por su marido, la locura parece ser su única escapatoria.
Junto a ella, disfrutamos de Marc Rius quien tiene el breve papel de príncipe Felipe; marido de Juana. Un personaje que, aun aparecer en pocas ocasiones, deja bien clara su posición, sus intenciones y su perspectiva hacia la familia de su esposa a la que desprecia.

Por su parte, Carla Rovira Pitarch nos presenta a un clérigo sin escrúpulos. Él va donde el sol más calienta y si para ello, debe engatusar, esconder o traicionar, no dudará en hacerlo. Rovira encandila al público con una interpretación espléndida que sorprende por sus camaleónicos momentos. Un pilar fundamental de la escena.

Por último, evidenciar el trabajo de Esther López quien nos presenta a la chica de compañía de la reina. Vamos, la chica para todo. Igual la ayuda a vestirse, como le sirve la cena, como le limpia los bajos. Un personaje que se basa más en lo que hace en escena que en la palabra en sí. Casi, podemos decir que el público empatiza constantemente con su persona y su pensamiento. En ocasiones, más sorprendida que nosotros, la chica para todo nos guía a través de la escena y sus reacciones ayudan al público a entender todo el bagaje anterior que no vemos pero que ella parece acumular en años. Su cansancio evidencia que la familia es un absoluto desastre y que, realmente, no se sabe cómo siguen en el poder.

Por último, destacar la funcional escenografía y el perfecto vestuario creados por Albert Pascual. Un vestuario con todo lujo de detalles y una gran escenografía que nos ayuda aun más a zambullirnos en una época donde todo parece oler a rancio y añejo. Junto a la caracterización de Anna Rosillo, la iluminación de Sam Lee y la música de Jan Fité, La Calòrica nos presenta un producto bien cuidado que no sorprende en absoluto que se convirtiera en un éxito. Diez años después, la calidad sigue intacta y el producto sigue siendo insuperable.

Crítica realizada por Norman Marsà

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