Grease es uno de esos musicales que forman parte de nuestra vida. Da igual cuanto tiempo pase, sigue funcionando. La nueva adaptación que David Serrano dirige en el Nuevo Teatro Alcalá de Madrid vuelve a trasladarnos al instituto norteamericano de finales de los años 50 del que todos hubiéramos querido ser alumnos para participar en sus múltiples actividades sociales.
Primero fue en los escenarios de Chicago en 1971. En 1978 llegaría la película que todos conocemos y hemo visto multitud de veces. La primera ocasión en que la Gran Vía madrileña escuchó a Danny y Sandy en español fue en 1999. Ahora, cincuenta años después de su estreno original, los luminosos no anuncian los nombres de quienes encarnan a ese macarra luciendo chupa de cuero y a esa niña rubia que destila néctar. Basta su propio título, Grease, y la evocación de sus canciones y bailes para llamar nuestra atención y darnos ganas de ocupar nuestros asientos en el patio de butacas.
Dos horas y media después, cuando se encienden las luces y dejan de sonar los aplausos, la sensación es la de que se han cumplido nuestras expectativas. No nos han sorprendido, algo difícil con una historia ya tan conocida, pero nos han hecho disfrutar, lo que resulta muy meritorio por parte de todo el equipo de SOM Produce dirigido por David Serrano en lo que parece una prolongación de la fórmula que tanto éxito de público y crítica le dio con Billy Elliot.
El espectáculo tiene claras cuáles son sus claves para funcionar y las maneja y despliega con rigor y solvencia. Lo visual está fundamentado en el colorido, las formas y la variedad diseñada por Ana Llena y caracterizada por Chema Noci, así como por la escenografía de Ricardo Sánchez Cuerda unida a la iluminación de Juanjo Llorens. La recreación de 1959 con las posibilidades técnicas de la caja escénica del Nuevo Teatro Alcalá ofrece un amplio abanico de variedades. Paneles de leds, plataforma rodante, fondos que suben y bajan y arquitectura a dos niveles simultaneándose con una continua entrada y salida de atrezo para escenificar cuanto ambiente sea necesario.
El siguiente es pilar es, como no podía ser menos, la música. La letra de las canciones suena bien, su adaptación al español (labor de Alejandro y David Serrano) transmite la esencia con que las recordamos y con lo que exige la narración que se está representando. A su vez, la interpretación en directo de la partitura, bajo la batuta de Joan Miquel Pérez, provoca ganas de levantarse y moverse a su ritmo. Música en perfecta sincronía con las coreografías de Toni Espinosa, uno de los elementos más sólidos de este montaje y el que hace que cada uno de sus números tenga entidad por sí mismo, sin provocarnos la tentación de comparar.
Y poniéndole cara a todo ello un casting muy acertado. Cada personaje está definido, pero más allá del protagonismo de Lucia Peman (Sandy), Quique González (Danny) e Isabel Pera Nebrera (Rizzo), hay una coralidad no solo concebida sobre el papel sino muy bien materializada en forma de réplicas, movimiento en escena y fluidez que nos hace viajar de lo íntimo a lo grupal, del postureo adolescente a la significación emocional, de la expresión personal al contagio de la explosión colectiva. Un continuo con el que este Grease transmite el deseo de formar parte de esas pandillas de chicos y chicas con ganas de disfrutar y conocer, así como el impulso de darlo todo bailando junto a ellos en su fiesta de fin de curso.
Crítica realizada por Lucas Ferreira