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10.09.2021 Críticas  
Solo nos quedan las preguntas

Nada que perder, de QY Bazo, Juanma Romero y Javier G. Yagüe, vuelve a la Sala Cuarta Pared de Madrid. Esta obra, la primera de la llamada Trilogía Negra, se desarrolla en ocho escenas relacionadas con un mismo evento, en el clima asfixiante de la corrupción política.

Ya tuve la oportunidad de ver la segunda obra de esta trilogía, Instrucciones para caminar sobre el alambre, que, por cierto, también estará en cartel en esta sala durante septiembre y octubre. Los actores Marina Herranz, Javier Pérez-Acebrón y Guillermo Sanjuan hacen doblete y protagonizan ambas obras, dirigidos por Javier G. Yagüe.

En Nada que perder hay en todas las escenas dos interlocutores y un observador que comenta la escena, muchas preguntas, dirigiéndose directamente al público y preguntándole qué harían en el lugar del personaje, en esa situación. Este observador plantea preguntas, más o menos filosóficas, y aporta desasosiego y comicidad a partes iguales. Comenzamos la función con una, en boca de Marina Herranz: “¿Qué es el hombre?”. Cada uno de los cuadros ofrece una visión fría, pero desgarrada, de la brecha generacional, la miseria humana y la red de intereses y víctimas en torno al poder y el dinero.

Los tres intérpretes, verdaderamente versátiles y comprometidos, se dejan la piel en cada uno de los personajes, desdoblándose en personajes y asumiendo variedad de registros. Su trabajo luce y cobre vida en una escenografía que consiste en un par de focos, bolsas de basura, una mesa y dos sillas. Las conversaciones aluden a problemas y conspiraciones familiares y secretos que se revelan demasiado tarde; algunos personajes recurren al encierro, otros al sexo, y otros a las mentiras y la manipulación; algunos de ellos quieres saber y otros no quieren; otros juzgan; otros defienden la justicia divina o natural frente a la del hombre, desatando su instinto más animal o protector.

La obra mantiene el suspenso de principio a fin, activa al espectador, que se deleita encajando las piezas de un puzle que se manifiesta en diferentes escenas, tratando de encontrar sentido y de verse a sí mismo en ellas. Me quedo con la originalidad de Pérez-Acebrón a la hora de componer el personaje del jefe de los cobradores de deudas, con Herranz en todos los papeles, pero sobre todo cuando se convierte en esa madre chantajista, adorable y aterradora. Por su parte, Sanjuan domina la tragedia del adolescente, del trabajador, del abogado y del concejal y su energía propulsa las escenas.

Maravillosa es la escena del desahucio, en que lo que no vemos nos llega en forma de angustia. Las escenas finales ponen el broche de oro a la obra: la desesperación y el escepticismo en los personajes del interventor y el profesor de filosofía, ambos interpretados por Pérez-Acebrón. Es curioso; cuando la filosofía está acabada, solo nos quedan las preguntas y la esperanza. Cuando creemos que todo está perdido, llega la escena entre el concejal y su madre, divertidísima y escatológica, que nos recuerda que todos estamos hechos de la misma pasta.

Nada que perder es un viaje teatral y vital en toda regla, que funciona a base de contrastes y remueve las tripas, en que todos los elementos, desde la dramaturgia hasta la interpretación de los actores se ensamblan de la manera más perfecta para denunciar y hacer crítica social, pero, sobre todo, para mostrar el engranaje de una simple firma ilegal y los límites del ser humano en la era digital. Una obra altamente recomendable.

Crítica realizada por Susana Inés Pérez

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