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30.07.2021 Críticas  
Los invitados al jardín

Cierre de mi temporada teatral y del IX Festival Experimental de Teatro Clásico, clasicOFF, en Nave 73 de Madrid, Yo solo vine a ver el jardín es una propuesta fantástica y redonda donde el placer, la independencia, el disfrute de la soledad y el libre albedrío se goza en un jardín al que el espectador es invitado para un disfrute conjunto.

Partiendo de la “Tragicomedia de los jardines y campos sabeos” de la sevillana Feliciana Enríquez de Guzmán, dramaturga y poeta del Siglo de Oro, en Yo solo vine a ver el jardín, Aglaya (Lluna Issa Casterà), “la resplandeciente”, “la que brilla”, “la espléndida”, según la mitología griega, invita a su jardín a seis pretendientes (Nacho Aldeguer, Mariano Estudillo, Javi Lara, Juan Maroto, Jose Juan Rodríguez,  Iñigo Rodríguez-Claro), surgidos de redes sociales y aplicaciones de contactos, para proponerles vivir una relación poliándrica, un hombre para cada día de la semana, para experimentar el placer, el autoplacer, y festejar los cuerpos.

La dramaturgia de Yo solo vine a ver el jardín es de Carla Nyman, puede servir de anexo escénico a su último poemario publicado, Movernos en la sed, donde la primera y tercera parte (Aquí el cuerpo y Deseo) son casi el argumentario del que parten estos versos que adaptan el original de Enríquez de Guzmán. Aglaya se consiente los enamoramientos más inverosímiles por amor, parafraseando a Nyman, como un ejercicio no ya de rebeldía en contra de un padre castrador, sino como un ejercicio pleno de libertad individual, ejerciendo su humanidad, aprendiendo y jugando con su ser.

La experiencia de esta creación colectiva de amor&rabia se completa con el efectivo juego de audiovisuales de Micaela Portillo y la música y mezcla de sonido de Lluna Issa Casterà y José Pablo Polo, trasladándonos no ya a un espacio como el descrito donde se desarrollaran los juegos de sexo y autoexploración, sino a un estado mental, una predisposición corporal y anímica provocada por las composciones electrónicas y bases que resincronizan los latidos del corazón.

Lluna Issa Casterà se apodera del espacio y lo completa con una presencia abrumadora, sexual y evocadora. Es una perfecta Aglaya poseída por Scheherezade en una danza escénica de la que se ca despojando de esos velos que la descubren y nos muestran el esplendor de una actriz exponiendo un personaje sin más capas que las manos, ajenas y propias, por las que quiere ser cubierta, descubierta y explorada.

Este jardín de Carla Nyman es el mismo espacio simbólico al que Antonio Gala nos invitó y aquí la audiencia, “nosotros somos los invitados al jardín: de la vida, del amor, de la felicidad, de la alegría. No permaneceremos en él siempre, ni siempre nos parecerá en flor. Ni siquiera seremos dichosos durante todo el tiempo que lo habitemos.” Nyman es la perfecta anfitriona de este patio de recreo en el que la plena autoconsciencia, el respeto y las mismas reglas del juego, sin que haya una jerarquía mayor que el propio placer común y democrático, son las que rigen la convivencia en este jardín: consentimiento, sentido y sensibilidad.

Crítica realizada por Ismael Lomana

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