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27.07.2021 Críticas  
Luchar por la libertad es inevitable

Nadine Sierra y Javier Camarena protagonizan en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona la opera romántica Lucia de Lammermoor de Donizetti en una producción de la Bayerische Staatsoper. Giacomo Sagripanti dirige a la Orquesta Sinfónica y Coro del Gran Teatre del Liceu en esta producción firmada por la actriz y directora polaca Barbara Wysocka.

Uno de los títulos más brillantes del repertorio belcantista, Lucia di Lammermoor, regresa al Gran Teatre del Liceu de Barcelona con seis representaciones, del 16 al 28 de julio, casi seis años después de su última representación, el 29 de diciembre de 2015. Esta nueva producción cuenta con un tándem de lujo: Uno de los tenores más queridos del público liceístico, el mexicano Javier Camarena, quien interpreta el papel de Sir Edgardo Di Ravenswood, junto a la joven soprano de Florida Nadine Sierra, que debuta en el Gran Teatre del Liceu, y lo hace en el virtuoso papel de Lucia. Junto a los papeles protagonistas podemos disfrutar de Alfredo Daza quien interpreta el papel de Lord Enrico Asthon, Emmanuel Faraldo quien se mete en la piel de Lord Arturo Buklaw, Anna Gomà quien interpreta a Alisa, Mirko Palazzi como Raimondo Bidebent, y Moisés Marín como Normanno.

Lucia di Lammermoor es una ópera en tres actos compuesta por Gaetano Donizetti sobre un libreto de Salvatore Cammarano, basado en la novela The Bride of Lammermoor, de Walter Scott, inspirada a su vez en una leyenda medieval. La obra, ambientada en Escocia a mediados del siglo XIX, cuenta la historia de una joven que enloquece cuando su familia la recluye en un pozo como castigo por negarse a un matrimonio de conveniencia. La ópera se estrenó en Nápoles el 26 de septiembre de 1835. En Barcelona se vio por primera vez en el Teatre de la Santa Creu, el 22 de septiembre de 1838, y en el Gran Teatre del Liceu el 15 de septiembre de 1849. En esta ocasión se ha programado una exitosa producción de la Bayerische Staatsoper en Múnich, estrenada el 26 de enero de 2015.

Lucia di Lammermoor es un título que suele estar envuelto en un mundo en ruinas sombrías y casi fantasmales. Este espíritu decadente y crepuscular permanece también en esta producción que presenta la Mansión Ashton como una casa noble pero lúgubre y degradada. En este contexto poco acogedor, dos jóvenes, Edgardo y Lucia, se niegan a someterse a una familia tiránica que no entiende sus sentimientos ni respeta su derecho a casarse por amor. Como en la mejor literatura gótica, la tragedia ya está anunciada desde el principio, cuando Lucia ve el fantasma de una niña asesinada tiempo atrás en esas mismas tierras. Este fantasma la obsesiona como un mal presagio. La tensión estalla cuando la joven se ve obligada a firmar el contrato matrimonial con Lord Arturo Bucklaw, un gesto que Edgardo recibe como una puñalada. En su noche de bodas, Lucia, desesperada, asesina a su marido, antes de hundirse finalmente en la locura.

Impulsada por una visión reivindicativa que subraya el carácter rebelde de la protagonista de la obra, la directora de escena Barbara Wysocka ha decidido trasladar la trama de la ópera a finales de la década de 1950, justo antes de la ascensión de Kennedy a la presidencia de los Estados Unidos. Según indica, lo realizó así porque considera que fue el último momento en el que, en Occidente, una mujer todavía podía estar sujeta a las prioridades familiares. En la década de los 60, sin embargo, los movimientos contraculturales, la segunda ola feminista y la liberación sexual significaron un antes y un después en la visión de las mujeres y permitieron a la siguiente generación liberarse del yugo del viejo orden familiar.

He de alabar el acertado cambio de época que Barbara Wysocka ha realizado en la ópera. Sus claros referentes cinematográficos, películas como Rebeldes sin causa o Bonnie & Clyde, nos presentan una Lucia algo más actual aunque clásica. Estas películas se empapan estéticamente de la época en la que transcurre esta Lucia di Lammermoor, por no hablar de las historias de amor imposible con un claro mensaje final: luchar por la libertad a veces es inevitable, aunque el precio a pagar es el más alto.

A los ojos de Wysocka, Lucia se convierte en una especie de Marilyn Monroe apocalíptica mientras que Edgardo es un alter ego de James Dean desorientado que conduce un descapotable y viste de cuero negro. Un cambio incipiente en los personajes que ayudará a acercar aun más la ópera a los jóvenes con un texto y una partitura magníficos que harán que quieran volver a disfrutar del género en otra ocasión.

Lucia, arrastrada a seguir los pasos de su amado, enloquece ante el peso de tener que enfrentarse a una sociedad opresiva, y ambos perecen después de un intento frustrado de escapar. En este sentido, la joven protagonista aparece aquí como una rebelde esta vez con causa, una mujer fuerte que lucha por defender su derecho a ser feliz, pero que inevitablemente se ve superada por los acontecimientos. Sin embargo, su gesto no es inútil, porque abre las puertas a las nuevas generaciones que darán un paso más en el camino de la liberación femenina. Así, al mismo tiempo que la directora polaca respeta el libreto, también ahonda en la mente de los personajes, trabajando a fondo el aspecto actoral de la obra. Desde esta perspectiva, Wysocka actualiza una historia que todavía hoy nos desafía por las cuestiones morales que plantea.

La dirección escénica y coreografía de Barbara Wysocka se convierte así en todo un acierto al trasladar la ópera a una época totalmente diferente y presentándonosla algo más actualizada. La nueva versión estrenada en 2015 se vuelve aun más atrayente y magnética y, a su vez, sigue manteniendo el tono operístico inicial sin que el cambio nos pueda molestar a la vista. La escenografía de Barbara Hanicka y el vestuario de Julia Kornacka nos ayudan aun más a introducirnos en un mundo de la alta sociedad donde su protagonista se cae a trozos; tal como ocurre con su casa. El mundo se rompe; Lucia también.

Y es que Lucia Di Lammermoor es una excelente ópera romántica belcantista y, por ello, es difícil de cantar. El maestro Giacomo Sagripanti quien dirige la Orquesta Sinfónica y Coral del Gran Teatre del Liceu cuenta con la armónica de cristal que Donizetti exigió para acompañar el aria de la locura del tercer acto. Un momento agradecido y mágico en escena en el que el público permanece en silencio frente a la belleza.

Considerada una de las cumbres del belcantismo, Lucia di Lammermoor incluye arias de gran belleza como Regnava nel silenzio (Acto I), en la que Lucia relata su visión del fantasma de una niña asesinada tiempo atrás en esas mismas tierras y que, a pesar del tono sombrío del tema, es una de las arias más refinadas del repertorio soprano de Donizetti. También disfrutamos de la fantástica Il dulce suono (Acto III), también cantada por Lucia, una de las más famosas arias de la locura del siglo XIX cuya complejidad diabólica se convierte en un reto para las cantantes. Aun así, el virtuosismo vocal de la soprano, Nadine Sierra, superó la prueba con alta nota cuando el público empezó a vitorearla al finalizar la pieza. Si no hubiese sido por el director de orquesta, los vítores hubiesen durado hasta que le hubiesen concedido el reclamado bis.
En cuanto al tenor Javier Camarena, este destaca en Fra poco a me ricovero de Edgardo (Acto III), que conlleva dificultades técnicas que solo están al alcance de las mejores y más exigentes voces. No cabe duda que el cantante superó con creces esta prueba que el público esperó por tres actos; dado que su personaje no tiene mucho recorrido vocal hasta la llegada al acto tercero. El tenor estuvo brillante en su interpretación.

Con Lucia Di Lammermoor el Gran Teatre del Liceu de Barcelona finaliza una temporada redonda. Aunque la pandemia ha afectado al mundo de la cultura y, por ende, al gran teatro, excelentes títulos han sido anunciados para la nueva Temporada 2021-2022. Si el nivel iguala lo que este año ha pasado por su escenario, no cabe duda que el teatro de la ópera Barcelonés seguirá siendo un referente en la historia del género.

Crítica realizada por Norman Marsà

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