El Teatre Goya ha acogido Las criadas de Jean Genet dentro del marco del Grec Festival de Barcelona. Paco Bezerra versiona y traduce el texto y Luis Luque dirige una función con una puesta en escena que nos mantiene siempre alerta, entre la anticipación y el desasosiego. Ana Torrent, Alicia Borrachero y Jorge Calvo se entregan a este juego macabro de principio a fin.
Enfrentarse a esta pieza del autor no es tarea fácil. A ninguna. Las Criadas nos sitúa en un terreno no por apasionante menos incierto, incluso peligroso. Hay que ser valiente para acercarse aquí. A este ritual escenificado de lo que no osamos decir y mucho menos hacer a partir de unos personajes y un texto que saltan la barrera de la expresión. De la verbal a la física y ejecutante. Algo que por supuesto sigue definiendo el reto y finalidad última de las artes escénicas y que Bezerra incluye y pone en boca del personaje de la señora. ¿Teatro para qué? Pues para esto. Un esto que es dolor y ruptura. Ceremonial y expiración nada complaciente y donde no tiene cabida una recepción pasiva por parte del público.
El timón de Luque es eficaz y logra transmitir este ritual también y especialmente en el juego de rol paralelo entre las dos hermanas y, por extensión, las intérpretes. La cínica visión de Genet sobre las relaciones humanas (ya sean políticas, sexuales, matrimoniales o familiares) son luchas de poder. Por supuesto la ilación entre Solange y Claire. Dentro de este «esparcimiento» perverso de robo de identidad, tanto Torrent como Borrachero captan y transmiten la mutación del encierro prácticamente incestuoso hacia la competitividad extrema. Siempre desde la aleatoriedad más instintiva, simultánea y explosiva. Su movimiento escénico (con asesoría de Agnes López) bien podría delimitar la fiscalización corpórea de su estructura mental a través de imágenes que reflejan la una en la otra (y de la otra) y viceversa.
Este antecedente es transversal en la aportación conjunta de todas las disciplinas artísticas y técnicas que trazan y delimitan el lenguaje interno de la propuesta. El diseño del espacio escénico de Monica Boromello nos sitúa en un resquicio posmoderno. Un blanco clínico, también en el vestuario de las hermanas y un uso muy bien hallado del audiovisual sobre pantalla. Blanca. Formas geométricas terminadas en ángulos rectos y afilados como todo lo que allí sucede. Una región poligonal que sería contemporánea y alusiva de la interior. Del córtex cerebral, quizá incluso celular. Todo lo que podría y va a suceder nos espera ahí, entre la aprehensión cognitiva del punto de no retorno y el proceso de endurecimiento de esa corteza figurada. A través de las decisiones espaciales que se presentan todo se refleja, se retransmite, se digitaliza (mención para el diseño de videoescena de Bruno Praena). Un espacio físico que, como en el mental al que emula, se encuentran figurativamente la imaginación y el pensamiento. Todo un espectro perceptivo donde la memoria y la conciencia, el juicio y el conocimiento, interactúan hasta determinar la capacidad de decisión.
En un contexto donde la usurpación y el (auto)rechazo juegan un papel tan importante, esta cohabitación en plano de la sustantividad y el ensueño está muy conseguida. Así funciona también la iluminación de Felipe Ramos. Por contraste, la música original compuesta por Luis Miguel Cobo nos sitúa en el terreno sonoro del thriller más o menos clásico. Para no obviar ni olvidar el caso real que Genet tomó de base para esta pieza y para crear un ambiente muy acorde también con la trama criminal y las proyecciones que vemos en pantalla. A destacar, el buen hacer de las actrices cuando se enfrentan al primer plano, así como la combinación/superposición de sus cuerpos con el movimiento por el espacio escénico. Juntas se desdoblan sobre sí mismas y al cuadrado y consiguen incluirnos en el protocolario de este rito. Lo mismo sucede con Calvo, que se sitúa en un terreno entre imaginado y existente, marcado por la fastuosidad y la ausencia que también aprisionan a su señora. La función metateatral asignada a su personaje funciona tan bien como su caprichosa generosidad para con las domésticas.
Detalles todos que denotan un tratamiento de la ambivalencia que se aplica por igual al vestuario de Almudena Rodríguez. Uniformes que son prácticamente camisas de fuerza para las criadas. Piezas de tela que también entran a formar parte de este ritual hecho a medida según las exigencias fatales de semejante torbellino emocional.
Finalmente, la propuesta de Bezerra capta también el fervor de Genet ante la desigualdad de clases, especialmente a través del inevitable desvarío ególatra de Claire y su aterradora crueldad. Un lenguaje progresivamente más oscuro y amenazante que Luque transita y transmite a todos los implicados, especialmente a Torrent, Borrachero y Calvo. De nuevo, la reflexión sobre el teatro a día de hoy puesta en boca de su personaje (y en paralelo al discurso de clase) es tan solícita en el debate como inconformista en su posicionamiento.
Crítica realizada por Fernando Solla