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26.07.2021 Críticas  
Que la mierda impregne las paredes del teatro

Tras su gran éxito en el TNC donde agotaron las entradas antes de iniciar funciones, la compañía teatral La Calòrica vuelve a la ciudad condal, esta vez al Teatre Poliorama, con De què parlem mentre no parlem de tota aquesta merda. Una auca ecologista que pone aprueba a una sociedad acomodada y despreocupada.

La Calòrica nos presenta un jugoso texto escrito por Joan Yago, dirigido por Israel Solà y interpretado por la totalidad de la compañía junto a Mònica López que nos conciencia sobre el cambio climático (un tema que no acostumbra a tratarse directamente en el teatro) mientras lloramos de la risa y nos sorprendemos constantemente.

De què parlem mentre no parlem de tota aquesta merda es un alegato ecologista, una carrera desesperada entre escaleras y rellanos, una comunidad enfrentada al terrible reto de organizarse antes que el agua les llegue al cuello. Algo huele a podrido. No puede seguir negando la evidencia. Mientras nosotros continuamos hablando de nuestras obsesiones, la mancha de humedad se extiende, las tuberías se atascan, las paredes se agrietan… Reconocer el problema es – ya lo dicen – el primer paso para solucionarlo. ¿Pero estamos realmente dispuestos a dar el segundo paso?

En De què parlem mentre no parlem de tota aquesta merda la compañía teatral La Calòrica hace lo que mejor sabe hacer: crear un texto absurdo, mordaz y lleno de pura sátira viperina que nos hace pensar. Pero esta vez, la compañía ha querido ofrecernos varios giros inesperados de guión creando una obra dentro de una obra. No solo disfrutamos de un irrisorio congreso sobre negacionismo y medioambiente donde el «buen» ambiente escasea; sino que desde su interior la mierda fluye. Para escenificarlo, no solo se basan en los magníficos personajes del congreso sino que ellos mismos se caricaturizan en una historia paralela que nos deja un sabor a gamba podrida como metáfora de la sociedad.

Joan Yago, autor del texto, es el artífice de una comedia que, en ocasiones, nos hace reír bajo el bigote; en otras, nos hace delirar con personajes caricaturizados al extremo (véase el Mossén; con el que ni la mismísima Mònica López podía evitar reír en escena) y, en otras muchas, nos hace agachar la cabeza en una vergüenza ajena que sentimos como nuestra.

Joan Yago es experto en crear momentos hilarantes que se recrean sin límite para crecer de forma exponencial hasta reventar y, todas ellas, tienen un propósito implícito a descubrir. Junto a Israel Solà, director de la obra, crean un producto teatral sin igual que engancha al público en la butaca y lo hipnotiza para que olvide que está en un teatro. El magnetismo que consiguen crear en escena es muy difícil de encontrar actualmente; pasando de la comedia al drama y transitando entre historias paralelas pero siempre potenciando la crítica interna con un tempo teatral in crescendo.

Actoralemente, he de decir que el trabajo que presentan Xavi Francès, Aitor Galisteo-Rocher, Esther López, Marc Rius y Júlia Truyol solo puede tratarse como excelencia. La capacidad de crear diversos personajes (cada cual mejor) y, a su vez, desdoblarse para interpretarse a si mismos creando una (in)cierta y cercana veracidad en escena roza la perfección. No quisiera olvidar a la artista invitada Mònica López, una incorporación que se convierte en todo un éxito. Ella crea el contrapunto serio y veraz a un congreso irrisorio y lleno de sin sentidos. Los monólogos que la actriz plantea en escena se convierten en un discurso acusador que nos hace dudar sobre nuestras acciones personales.

En la parte técnica, la escenografía de Albert Pascual, la iluminación de Raimon Rius y la creación del espacio sonoro de Guillem Rodríguez son todo un acierto. Empezando por el apoyo de las tres pantallas superiores en los momentos del congreso en los que impera el trabajo de video de Aharón Sánchez; transitando por los rieles de cortinas que tan bien separan espacios escénicos como las mismas historias; la hipnótica gestión del movimiento de Davo Marín y; finalizando por la excelente caracterización de Anna Rosillo y la creación de la máscara y prótesis de Carles Piera y David Chapanoff que ayudan a conectar ambas historias. El excelente trabajo desplegado por el equipo técnico ayuda a normalizar y naturalizar las transiciones entre historias con un ritmo imperante.

Que La Calòrica está actualmente en su nivel teatral más alto no lo podemos negar. Que su proyección creacional ha sido constante, trabajada y delirante; es algo obvio que no podemos dejar pasar. Actualmente no hay muchas compañías que consigan llegar a un nivel de excelencia como el suyo. Muchos espectáculos constan de un productor, un director y diversos/as actores y actrices contratados para crear un espectáculo pero, en su caso, no es así. Ellos son una compañía teatral (algo que actualmente escasea) que se cohesiona para llevar a cabo una idea, un producto creado mano a mano para conseguir emocionar a un público ávido de historias diferentes a las que estamos acostumbrados. No me malinterpreten, efectivamente, a todos nos gustan las historias románticas, los musicales internacionales, las franquicias que llenan nuestras carteleras… yo soy el primero que disfruta con ellas. Pero, ver como una compañía teatral apuesta por crear algo diferente, que se la juega, eso no tiene parangón. Y si encima, el producto que se presenta es de la calidad que impregna La Calòrica, perdónenme pero quisiera que la mierda impregnara las paredes de un teatro durante una temporada teatral completa.

Crítica realizada por Norman Marsà

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