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09.07.2021 Críticas  
Emocionante y esencial lección de vida

La Sala Flyhard estrena por fin L’habitació blanca. El texto de Josep Maria Miró encuentra en la dirección de Lautaro Perotti una mirada cómplice que propone un acompañamiento excepcional para los intérpretes y los personajes que defienden. Un intercambio que es a la vez privilegio tanto para el público como para cualquiera de las personas implicadas en la propuesta.

La idea de infancia se abarca de un modo más conectivo que temático, algo que vincula desde lo íntimo y profundo texto con personajes y (valiéndose de una constancia progresiva y persistente, como si de un gotero invisible se tratase) también con los espectadores. Resulta interesante posicionar la propuesta de Miró con respecto a algunos de sus últimos textos. Especialmente con Olvidémonos de ser turistas y Nerium Park, entre otros. Como en el primero, la elipsis y permuta genérica seguirán presentes sin caer nunca en contradicción con el lenguaje interno y finalidad de la pieza. La estructura narrativa vuelve hacia atrás y retorna constantemente. Así son los rompecabezas y así su itinerario (de)constructivo. Como en el segundo, asistiremos a un inquietante retrato a partir del ejemplo teatral. En ambos casos, el autor no sólo demuestra una sólida base textual sino también una gran capacidad para la descripción de situaciones, mezclando diálogos y silencios de un modo tan elocuente como turbador.

También tiene cabida la auto-referencialidad y la citación de este segundo texto, así como la vinculación de personajes. Una especie de precuela episódica que lo será también de esa evidencia de lo que sucede dentro y fuera. Allí, del piso y de la urbanización donde se trasladaban los protagonistas. Aquí, de su progresión interior. Sus temores (ejemplificados en la infancia) saldrán de nuevo a la luz en esta habitación tan bien plasmada por la escenografía de Albert Pascual y la iluminación de Xavi Gardés. Un espacio prácticamente vacío donde todo está por amueblar (si es que todavía se está a tiempo) y donde el poco mobiliario que contiene se puede ir (re)colocando en función también del punto de vista y su variación. Un aula vacía donde todo está/estaba/estuvo por suceder y donde el aprendizaje revertirá el proceso de endurecimiento de esta corteza cerebral figurada donde se encuentran la imaginación y el pensamiento. También las percepciones y capacidad de juicio y decisión. La memoria y la consciencia. En definitiva, el conocimiento.

Un espacio más que posible para una ficción sobre las relaciones humanas, sus cimientos y características. Qué ambicionamos y por qué. Cómo nos sentimos amenazados cuando percibimos que algo se tambalea. Qué nos asusta y cómo mimetizamos nuestros hallazgos o fracasos en un ámbito (el laboral por ejemplo), en el otro (véase el íntimo). Cómo nos afectan actos de nuestros semejantes y cómo los incorporamos en nuestras disyuntivas anímicas e interiores. Cómo se giran las tornas en momentos puntuales de nuestras vidas. En correspondencia, el trabajo de Francesca Piñón, Paula Blanco, Albert Prat y Marc Rodríguez resulta impresionante. En manos de Perotti (y de la ayudantía de dirección de Concha Milla) alcanzan picos interpretativos que todavía no les conocíamos sin abandonar lo bueno y mejor de lo mostrado en su amplia trayectoria. De la aparente impasibilidad al desenmascaramiento del dolor ante la certeza (progresivamente más real a medida que avanza la pieza) que adquieren sus personajes de haber infligido dolor. No «solo» de haberlo recibido. Algo apartado y no asimilado hasta que los conocemos y un material con el que hacen maravillas. Un skyline memorístico y emocional que les/nos devuelve a la infancia, abriendo interrogantes y heridas.

Piñón tensa y destensa las cuerdas tanto de la trama explícita como de la interior con una armonía total con respecto al texto, propiciando y recogiendo las reacciones del resto al mismo tiempo que desgrana las del suyo propio. La perceptibilidad que se discierne de los silencios de Blanco es oro puro, así como una mirada expansiva desde la introspección. Prat acompaña a su personaje con un afecto y proclividad permutable por la empatía que despierta en el espectador, superando lo cuestionable y confesional y centrándose en lo humano de la toma de consciencia. A su vez, Rodríguez cierra el círculo y trasciende cualquier rasgo de caracterización para transformar en algo tangible y corpóreo el conflicto de su personaje, consiguiendo escenificar lo que vendría ser algo tan abstracto y subjetivo como es el cargo de consciencia. Virtuosismo nada exhibicionista siempre a favor de un texto que defienden con entrega y exploración hiperestésica.

Como sucedía en la pieza dirigida por Gabriela Izcovich con algunos secundarios, el personaje de Piñón servirá para que asumamos la evolución del resto. En este caso todos serán protagonistas e interpretarán un único rol, pero esa especie de retorno mental a partir de una figura ausente pero concreta resulta paralela (a nivel emocional) a la búsqueda entre introspectiva y estupefacta de entonces. En este caso, motivada por la aparición del personaje de la maestra de antaño que no deja de representar a modo simbólico un órgano de poder, por lo menos en el propio posicionamiento de cada personaje ante cómo gestionar el conflicto.

Como entonces también una parábola. En primer lugar, por la enseñanza que tanto personajes como espectadores extraemos durante y tras el recorrido dramático delimitado por la pieza. También porque sin manifestarse de forma expresa el término matemático, el recorrido de los tres protagonistas (incluso de los cuatro en un momento clave) podría describirse como una curva abierta formada por dos líneas simétricas respecto de un eje (que sería la aparición/confrontación de la maestra) y en que todos sus puntos están a la misma distancia de un foco muy concreto. En este caso, el pasado. ¿Qué distancia (física o no) hay del insulto al compañero de clase a la agresión disfrazada de configuración definitoria de la manera de entender el entorno inmediato y de relacionarse con el mundo de la víctima?

Sobre las tablas, L’habitació blanca propicia un acontecimiento escénico que marca un ilusionante modelo a seguir. La colaboración e intercambio entre casas como la Sala Flyhard y Timbre4 establece un vínculo artístico que se crece gracias a una reciprocidad que es tan fructífera como relevante e influyente. Ejemplificado en la pieza que nos ocupa, la aportación que realiza Perotti con respecto al texto es tan cabal como reveladora. Profunda y expansiva, nos encontramos con una dirección que sabe como unificar lo que en otras manos serían múltiples capas de lectura en una evocación transversal y muy bien estructurada que, al mismo tiempo, las muestra todas.

Lamentablemente, vivimos en una sociedad que concibe y no condena con rotundidad y efectividad el ataque y la agresión (incluso el asesinato). Y cuando lo hace ante la obviedad más dolorosa e irrevocable no reconoce los “motivos” de raíz como el machismo, la homofobia, el clasismo o el racismo. Por lo menos en algunas de las esferas más representativas o influyentes como son el espectro político, legislativo o judicial. A pie de calle esto se traduce, además, en una habilidad prácticamente instintiva y espontánea para mirar hacia el otro lado, ignorar mediante la técnica de la no implicación y la adhesión silenciosa por miedo. Cómplices.

Finalmente, las obras de teatro (y por extensión, cualquier otra manifestación artística) se contextualizan también de manera contemporánea al momento social y político durante el que se muestran o representan. Hablábamos de parábola, aprendizaje y retrato a partir del ejemplo teatral. Y aquí la estampa es precisamente de estos cómplices. Porque dentro de las artes escénicas ellos también tienen cabida. Y porque tras pasar por L’habitació blanca y convivir durante este magnífico instante guiados por un equipo excepcional, se abre la posibilidad del quizás. De la conversión de lo que hasta ahora era (hetero)normativo y a partir de hoy puede que se transforme en (hetero)aliado. Cómo a través de esta ficción se consigue hablar de TODO sin nombrar prácticamente «nada» merece descubrirse en esencia (y presencia) en la Sala Flyhard.

Crítica realizada por Fernando Solla

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