El Gran Teatre del Liceu acoge la visión escénica de Àlex Ollé para La bohème de Giacomo Puccini. La célebre partitura se traslada a la contemporaneidad de un barrio popular donde la realidad social se plasma a partir de una idealización sentimental de la miseria en la que viven sus protagonistas. Giampaolo Bisanti se encarga de la dirección musical.
Ollé encuentra un apoyo imprescindible en el equipo formado por Alfons Flores y Urs Schönebaum , que firman escenografía e iluminación respectivamente. El arranque del primer cuadro es tan espectacular como adecuado a nivel de dramaturgia. Se solventan perfectamente los requisitos interpretativos con la estructura en varios niveles. También se facilitan los cambios entre cuadros escénicos y se propicia la idea de retorno a ese único e idílico momento de felicidad romántica también a través de los distintos cambios y espacios. La reciprocidad entre los cuadros primero y cuarto es importante y aquí esto se capta y transmite en todo momento. También contrastan la fastuosidad del segundo con la austeridad del tercero. No olvidemos que Giuseppe Giacosa y Luigi Illica escribieron el libreto a partir de retazos. No en vano, su fuente de inspiración fue Scènes de la vie de bohème de Henri Murger. Para una traslación a escena de una naturaleza dramática similar el acompañamiento es importante y, en este caso, encontramos un buen ejemplo del mismo.
El diseño de las fachadas y de los distintos andamiajes, así como el juego con la perspectiva y la posición escénica de los mismos nos muestra a la vez una visión general del ambiente bohemio del siglo XXI y el interior de uno de los inmuebles en concreto. Este detalle funciona tanto a nivel estético como de contexto porque nos sitúa de pleno en un ambiente físico e interior. En un estado de ánimo. Ollé, encuentra otro buen respaldado en el vestuario de Lluc Castells, especialmente en los cuadros segundo y tercero donde la caracterización de los figurantes resulta crucial y realiza una función connotativa. Oficios u ocupaciones que marcan también clase y estatus, además de un dramatismo que le sienta a las mil maravillas a la historia de Mimì y Rodolfo. Ollé los sitúa entre manteros, prostitutas y barrenderos en exteriores, algo que contrasta con la exuberancia de la concurrencia del Caffè Momus. Y de aquí, al vacío para la nevada que precede al desenlace. El director de escena juega muy bien con la disposición de los intérpretes por el espacio para recrear todos y cada uno de los momentos descritos.
En este grupo, la dirección musical de Bisanti es de tan limpia casi translúcida. Todo fluye según lo previsto, tanto para los intérpretes como para todos los participantes en escena. De este modo, tanto la Orquestra como el Cor del Gran Teatre del Liceu demuestran su solvencia y compromiso. La labor de Conxita Garcia se entrelaza con la de Xavier Puig y Josep Vila Jover, directores del Cor de Cambra del Palau de la Música Catalana y del Cor infantil Amics de la Unió. Un desempeño muy cohesionado que favorece al resultado final. Entre ellos, el elenco protagonista asume más que bien las directrices interpretativas de Ollé. Anita Hartig y Ataya Allan alcanzan la química deseable tanto entre ellos como para con sus personajes. Más de desde lo vocal ella y desde lo interpretativo él, y dentro de su buen entendimiento, destacan en Che gelida manina y Mi chiamano Mimí . Ella defiende con emotividad manifiesta D’onde lieta uscì al tuo grido y, juntos, consiguen uno de los momentos álgidos de la velada con su dueto final Dunque è proprio finita?. Valentina Naforniţa domina a Musetta desde lo vocal y aprovecha la caracterización para llenar de matices a su personaje. Destacables también en esta doble vertiente Toni Marsol, Roberto de Candia y Goderdzi Janelidze como Schaunard, Marcello y Colline.
Finalmente, nos encontramos ante un montaje de La bohème que mantiene un espíritu fiel al original. De aspecto marcadamente contemporáneo en lo visual, podemos encontrar en la propuesta de Ollé todos los elementos que caracterizan la pieza. Un elenco compenetrado y vocalmente más que correcto, y que destaca especialmente en lo teatral de su aproximación, y la batuta de Bisanti ofrecen una velada agradable y emotiva. De nuevo, el tándem formado por Flores y Schönebaum elevan el resultado final del conjunto con una puesta en escena adecuada y benevolente. Hermoso montaje.
Crítica realizada por Fernando Solla