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18.06.2021 Críticas  
El conejo rojo

Ronejo, la producción de Sexpeare que nos cuenta como nuestros sueños están teledirigidos por grandes corporaciones de la misma manera que nos introducen estos días un chip 5G al vacunarnos, está ya en el Teatro de la Abadía de Madrid.

Un despiporre, una fanfarria, una gamberrada que algunos ya tuvieron la suerte de ver en 2020 y otros hemos tenido que esperar a que la actualidad le diera una pátina de delirante y absurda posible realidad a su propuesta. ¿Y si un día te levantas y descubres que tienes en tu cabeza un conejo rojo que guía tus pasajes oníricos? Algo así como si tu cabecita fuera el nuevo escenario de Alicia en el país de las maravillas cruzada con Austin Powers, pero en lugar de ser ideado por Lewis Carroll y Mike Myers, fuera manipulado por el listado de las marcas más potentes y poderosas del mundo comercial.

Pero como esto es teatro y puede suceder cuanto Rulo Pardo imagine y después escriba, algo se cortocircuita dentro de tu cabeza y el elemento alienígena y tú entráis en contacto. Desde fuera un caso más de paranoia, desde dentro una relación de lo más reñida y discutida, una pareja mal avenida, pero condenada a entenderse ante la imposibilidad de separarse, a no ser que entre los dos encuentren una solución científica a lo suyo. Punto de partida expuesto con hipérbole y esperpento que deja claro que Ronejo es un histriónico disparate.

Una extravagancia que arranca muy bien gracias a la excelente interpretación de Rulo Pardo, Carmen Ruiz, Felipe G. Vélez y Juan Vinuesa. Un derroche de exceso, sobrado de macarrismo, salteado con un punto de cuarta pared y de suspensión de la realidad a la manera de la ciencia ficción de La bola de cristal o de aquellas películas de cuando éramos niños, que solo pedían nuestro compromiso para creernos estar en un mundo paralelo. Sin embargo, no progresa como promete ni profundiza como sería deseable, quedándose en una superficie extravagante y gestual, pícaramente malhablada y alocadamente divertida pero no lo suficiente como para aguantar el tirón durante la hora y media de función.

Ayuda, y mucho, la excelente producción de Manuel Sánchez, con un espacio escénico concebido por Arte y Ficción que sintetiza muy bien la nula convencionalidad de las tramas. Valga como ejemplo el delirio de su casa menguante. O el vestuario de Jara Venegas que subraya la personalidad y carácter nada convencional de cada uno de los personajes. Muy bien rodeados por la composición musical y la iluminación de Mariano Marín y Marino Zabaleta, que van más allá de lo técnico para intervenir directamente en la narrativa de la historia. Una combinación de técnica, expresividad y creatividad que, aunque no consiga un resultado sobresaliente, no deja duda alguna del trabajo, dedicación y ganas de frescura y evasión que dan forma a Ronejo.

Crítica realizada por Lucas Ferreira

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