Como avanzadilla del Ciclo a la Artes Escénicas de temática LGBTIQ+, Iguales, se estrena en Nave 73 de Madrid La noche que amé a Pasolini de Pablo Martínez Bravo, sobre esa noche del ’75 en la que el director italiano era asesinado por Giuseppe Pelosi, único apresado y condenado por el delito, que nos contará su versión en primera persona.
Pino Pelosi (Fernando Sainz de la Maza) revive ante la audiencia su interrogatorio de la noche del 2 de noviembre de 1975, y nos cuenta su vida en familia, cómo conoció al artista y lo que fue su vida tras ser el único condenado y culpable por el homicidio, hasta que fallece en 2017 por un tumor pulmonar. Los pasajes de ese viaje sin retorno con embellecidos por la voz y presencia de Rubén Frías, presencia providencial y Caronte musical guía del joven chapero.
La noche que amé a Pasolini es un texto de Pablo Martínez Bravo que también dirige a Sainz de la Maza y Frías en este drama con toques biográficos en los que se da espacio a la fabulación sobre las posibles vidas, los desvíos que encontramos en él y las personas que conocemos y cuyo encuentro anecdótico torna relevante y crucial en la existencia de uno mismo. Pablo Martínez Bravo ha hecho un ejercicio escénico correcto, comedido y quizás demasiado respetuoso con los implicados, sin caer en el blanqueamiento de uno y otro, pero que quizás hubiese agradecido suciedad, nocturnidad y alevosía en la ejecución.
Cuando me enfrento a este texto no deja de venirme a la mente “Toro” de El Columpio Asesino, donde el niño al que siempre le gustaron largas sube al coche, y los dos amantes en el precipicio suben hasta el cielo y caen hasta el fondo bailando toda la noche, sin reproches. La carretera, el speed y el vicio son las imágenes de ese coche en medio de un descampado, con olor a cuero, colonia cara, y sexo oral en el asiento delantero. La imagen e imaginario rompedor y provocador de Pasolini me trae todo ese sexo a mi cabeza, y en un claro caso de expectativa versus realidad, lo que me encuentro en La noche que amé a Pasolini es casi una declaración de amor romántica hacia un genio desconocido y un joven marcado por esa figura ad infinitum.
La sutil escenografía de Paola de Diego, e iluminación de Álvaro Nogales es elegante, sugerente, y evocadora, que choca quizás en exceso aunque no en expresividad con el vestuario de Pier Paolo Alvaro, alegoría del visillo en Rubén Frías y fantasia quinqui setentera en Fernando Sainz de la Maza. La selección musical es obvia pero brillantemente ejecutada por Rubén Frías, huella indeleble cuando uno abandona la sala y recuerda su presencia fantasmagórica y barroca siempre al otro lado. Fernando Sainz de la Maza no imprime la picaresca y sexualidad que un chapero de Termini pudo encandilar a Pasolini y hacerle ser el elegido entre toda la carne encuerada de esa noche. Siguiendo su cine podemos llegar a hacernos una idea de los kinks de Pasolini y el Guiusepe Pelosi de Sainz de la Maza es mas un Jose Manzano buenazo que un Franco Citti.
Todo es correcto, quizás de más, y quizás mi única pega real es esa, que La noche que amé a Pasolini la siento como una representación sin alma, buscando un contento general, pero con nulo carácter transformador, ni siquiera en querer revisitar clásico de Pier Paolo Pasolini o la historia real detrás de esta ficción teatral. Espero que este montaje tenga una larga trayectoria de carretera y manta de la que se vaya cargando de bajos fondos, vicio, y amarga baja amarga baja, porque yo quiero que Pablo Martínez Bravo me haga bailar toda la noche, e irme a Berlín con Rubén Frías; carretera y speed con Fernando Sainz de la Maza, toda la noche. Toda la noche.
Crítica realizada por Ismael Lomana