El Teatro de la Abadía de Madrid es “EL” teatro al que acudir en el mes de mayo por el SUCIA de Bárbara Mestanza y el Othello de Voadora, que llega a la sala Juan de la Cruz con todo el poder de unas cortinas color carne (caucásica) para hablarnos del negro más famoso del teatro universal.
Las Voadora han decido contarnos la historia de Othello (Chumo Mata) sin concederle la palabra ni a él ni a Yago (Ana Esmith) ni a Rodrigo (Hugo Torres) ni a Casio (Joaquín Abella) ni a Basanio (Ángel Burgos). Solo las voces de Desdémona (Mari Paz Sayago) y Enmilia (Ángel Burgos) conversarán porque aquí las mujeres son las protagonistas y las encargadas de dar la palabra a los hombres que toman decisiones sobre ellas, ya que son sus amos y señores y tienen sus destinos en sus manos, literalmente, pero alrededor de sus cuellos.
La opresión se va a acabar, y aunque el final es inevitable, como es un ejemplo la fantástica película ‘Promising Young Woman’, al menos hay que dar la oportunidad de conocer qué es lo que pasó y adoptar una óptica diferente a la que estamos acostumbrados, y aquí es crucial la mirada de Marta Pazos y la versión del texto de Fernando Epelde, ya que la posición patriarcal y blanca del original de William Shakespeare, realzada con un superlativo espacio escénico de Marta Pazos, subraya esa supremacía caucásica y redirige la atención a la piel, a lo cercano, a la persona por encima del conflicto que se plantea.
Las inseguridades y manipulación de Yago conducen a otro inseguro y vulnerable a que cometa un asesinato sin llegar a cuestionarse la veracidad de los hechos, o la confianza en su amada. Desdémona sufre un juicio fugaz cuya condena ya estaba escrita de antemano, sin escuchar siquiera la acusación vertida en su contra. La presunción de inocencia en una mujer a la que se cuestiona desde el momento mismo que conoce a Othello es la que sufren todas las mujeres solo por pertenecer a la identidad en que ellas se reconocen, donde el yugo de lo binario también les alcanza: soltera-casada, santa-puta, culpable-inocente, blanca-negra.
Todo este Othello de Voadora es lujoso tanto en la dirección de actores, de Marta Pazos, como en un vestuario digno del Teatro Real o del Teatro de la Zarzuela, de Silvia Delagneau; la música original de Hugo Torres, e iluminación de Nuno Meira.
Othello no va a conciliar la opinión del público que quizás vaya en busca de una representación clásica y shakesperiana, al igual que los códigos sobre los que se mueven Voadora son tan particulares que una zambullida directa en este actual montaje sin contar con un ajuste identitario de la compañía, quizás sea arriesgado, pero si uno se entrega a este juego de masculinidades frágiles, tórridas saunas venecianas y hombres que se baten en duelo con las manos desnudas; ante la mirada de una mujer que ya no tiene nada que perder porque ni siquiera ha podido mantener la vida, Othello es un goce estético e intelectual del que uno sale habiéndose matriculado en la Universidad del Teatro y del quizá salga con el diploma de empotrador debajo del brazo, o con el empotrador mismo.
Crítica realizada por Ismael Lomana