Después de Una gossa en un descampat, esperaba con muchísimas ganas un nuevo texto de Claudia Cedó. Y no tenía dudas de lo que iba a pasar. Con Mare de Sucre, la Cedò se vuelve a consagrar como creadora teatral. Como parte de la programación del Festival Simbiòtic, el TNC nos regala, de nuevo, un universo que recordar.
Yo definiría Mare de Sucre como el mundo de las tres Ces. El de Claudia, como madre. El de la Cedó dramaturga. Y el de la Cloe, la que ejecuta lo que las dos anteriores quieren contar. Sensible de forma personal al tema de la maternidad y todos sus matices, como queda evidente, la Cedó utiliza un instrumento tan potente como el teatro para dar vida a Cloe, una chica de 27 años con Diversidad Funcional (DF) que quiere ser madre. Un texto en equilibrio entre el dilema moral de esta situación y las realidades que plantea. Una tesitura de la cual poco se habla, poco se trata y de la que se da por sentado que la respuesta tiene que ser un no.
La Cedó no dice ni sí ni no. La Cedó dice: «Vamos a subir el tema a la palestra; vamos a explicarlo; vamos a enseñar la realidad de muchas mujeres con DF que sí quieren ser madres; y vamos a ser sinceros. Porque en algunos casos puede ser inviable. Pero no siempre tiene que serlo. Y cuando eso es así, ¿qué hace la sociedad con ello? Y, ¿qué hacen las instituciones para conseguir que demos un paso más?»
La Cloe encarna todos esos deseos y todos esos miedos. Vive en una casa de una fundación para personas con DF y ahí es donde se ha propuesto cumplir su deseo de ser madre, para la sorpresa de compañeros, cuidadores y el director de la fundación. Y sobretodo, contra la voluntad de su madre, la persona que más la quiere pero la que menos la comprende. La Cloe destapa todas esas grandes carencias en esta cuestión, con sus monólogos sin cuarta pared mientras que el resto escenifica esa realidad. Andrea Álvarez interpreta a Cloe. Andrea y Cloe. Cloe y Andrea. No sé cuál de las dos me emociona más. Si las reflexiones interiores de Cloe, su manera de luchar y de imponer deseo y criterio o Andrea, la actriz que ha conseguido una interpretación tan pura, tan bella, a la altura de una sala del TNC.
Otra estrella con brillo propio de esta función es María Rodríguez, la cuidadora de la fundación. La Cedó sabe que con ella va a tiro seguro, después de su trabajo en La gossa. Conoce el alto grado de interiorización de personajes que gasta la Rodríguez. Lo vivió con La gossa; así que ¿para qué arriesgar? Llora la Rodríguez, y llora la platea. Se enrabia la Rodríguez, y enrabia a la platea. La empatía de la Rodríguez llega a todos los rincones de la platea. Y, ¿qué es sino el teatro sino que historia y actor consigan que el espectador suba al escenario y viva también en la función?
Pero la Cedó, no contenta con la potencia de estos dos personajes, incorpora a un trío maravilloso como son Marc, Consuelo y Cristina (Marc Buxaderas, Mercè Mendez y Judit Pardàs), los compañeros en la casa donde vive Cloe. Todos nos regalan momentos tan cómicos, tan tiernos y tan especiales… Momentos que te recuerdan que las barreras se las ponen otros y no ellos mismos y que demuestran, tanto en la ficción como en la realidad, que existe la posibilidad siempre de trabajar duro en pro de la superación personal. Me muero de risa con los arrebatos coléricos de Marc y con la actitud desafiante de la Cristina y me deshago con todo el cariño que demuestra Consuelo (aparte de su fantástico ‘solo’ en medio de la función).
Iván Benet (Albert) y Teresa Urroz (la madre) completan el elenco, con unos personajes llenos de matices, complicados de interpretar en esta función. Los personajes aparentemente menos agradecidos. Pero personajes necesarios. Esa parte de muro que hay que derribar en esta sociedad. La Urroz nada en cada escena como pez en el agua. Y que el Benet es un grande, lo sabemos. Que es de los que siempre te sorprende con una interpretación diferente a la anterior, también. Es de aquellos que jamás se encasillan. De los que hacen de cada personaje, historias. Y aquí, además, se le adivina muy adentro la emoción y el cariño que se le generan de trabajar en un proyecto así.
En Mare de Sucre me emociono todo el rato. Desde el principio, cuando me siento y huele a teatro. Cuando miro alrededor y ves la sala llena sabiendo que nada más estrenar han agotado entradas. Me emociono con la música que suena (Lluís Robirola), con que hayan subtitulado y traducido a lengua de signos. Con que escenógrafa (la «Closca») e iluminador (Luis Martí) lo hayan hecho tan bonito. Y, al final, lo que más me emociona es que pase lo que cuesta tanto que pase en Barcelona. Que el público, a la primera, se levante a ovacionar. Que con ello se reconozca la calidad de un montaje precioso y el arduo trabajo de toda esta compañía, y lo que la Cedó está consiguiendo con Escenaris Especials. Me emociona que la gente diga con un aplauso: «Gracias por estar ahí».
Crítica realizada por Diana Limones