Andrés Lima lo ha conseguido, Shock 2 (La Tormenta y la Guerra) se mantiene a la altura de su predecesora conjugando en el Teatro Valle Inclán (Centro Dramático Nacional, Madrid) documentación, historia, dramaturgia y una excelente dirección del medio escénico y de sus actores para denunciar los desmanes neoliberales a los que llevamos sometidos desde hace décadas.
Los resortes del poder son muy sutiles. Saben cómo estar ahí donde procede, pulsar el botón adecuado y coordinar las piezas necesarias para que la ruta que tome el camino colectivo sea las que a ellos les convenga. ¿La necesitada y deseada por la mayoría? Pregunta a la que unos responderán que sí desde el egoísmo de verse beneficiados, que muchos otros confirmarán ante el temor de verse en el lado de los perjudicados, y que silenciará al resto con el peso, la elocuencia y la repetición en múltiples versiones y formatos con la supuesta objetividad (en la otra cara de la moneda, mentiras y tergiversaciones) de sus diseñadores.
Shock 1 nos contó cómo EE.UU. se encargó de desmoronar las esperanzas democráticas de Sudamérica en las décadas de los 60 y 70 del pasado siglo con el objetivo de mantener su liderazgo político y militar con la excusa de hacer frente al comunismo. Ahora, dos años después, Shock 2, nos relata lo sucedido durante las tres décadas siguientes, en las que con la excusa cínica de salvaguardar la democracia, pero con motivaciones única y estrictamente económicas se ha dedicado a arrasar allí donde ha puesto el ojo.
Pero en esta ocasión, los ideales patrióticos fueron absorbidos por la deslealtad y la insensibilidad de unos pocos, que en lugar de resolver los problemas de sostenibilidad del Estado del Bienestar decidieron limitarlo hasta casi anularlo, al tiempo que buscaban de dónde obtener más y más. Y cuanto más tenían, más querían, porque nunca es suficiente, sin importar las consecuencias para los que se vieran afectados por la apisonadora de sus ambiciones. Margaret Thatcher, Ronald Reagan o Juan Pablo II fueron algunos de aquellos ideólogos, gobernantes y prescriptores de una serie de principios, doctrinas y políticas que Albert Boronat, Juan Cavestany, Andrés Lima y Juan Mayorga han convertido en un texto que sintetiza aquella esencia que dio un giro a nuestra historia más reciente.
Ahí fue donde comenzó una globalización que ha hecho que nombres y lugares como Yeltsin o la Plaza de Tiananmén formen parte de nuestro imaginario, que nos hayamos sentido afectados personalmente por atentados como los del 11-S o que incluso nos quitara el sueño el vernos involucrados en guerras como la de Afganistán o la de Irak. Una convulsa combinación de historia, política y economía con los derechos humanos, las relaciones internacionales y la psicología de la megalomanía como hilo conductor.
Un puzle de mil piezas que Boronat y Lima han diseñado tan bien sobre el papel que la materialización en escena dirigida por Andrés está a caballo entre lo continuamente fluido y lo casi perfecto. Si no lo es, es por utilizar la misma fórmula que en el Shock precedente, pero hay que loarles que, aunque los elementos sean los mismos que en El Cóndor y el Puma, en La Tormenta y la Guerra la escenografía de Beatriz San Juan, la iluminación de Pedro Yagüe, la música y el espacio sonoro de Jaume Manresa y las videocreaciones de Miquel Àngel Raió están formuladas de manera diferente, pero con la misma creatividad y consiguiendo el mismo impacto que entonces.
En cuanto al reparto actoral, todos ellos espléndidos. Lo mismo da que nos acerquen a personajes conocidos, brillamente caricaturizados (delirantes el José María Aznar de Juan Vinuesa y la Marta Sánchez de Natalia Hernández), que a otros de los que quizás solo los más eruditos estén al tanto (el monólogo inicial de Antonio Durán Morris como Carl Shcmitt es brutal). La variedad de registros que solventan sobresalientemente es digna de aplauso. Ya sean el Osama Bin Laden y los dos George Bush (padre e hijo) de Guillermo Toledo, como el acento chino, la flema británica y la prepotencia del establishment norteamericano a los que pone voz y presencia Paco Ochoa. Fogonazos muy bien combinados con otros menos conocidos, más simbólicos, como los encarnados por Alba Flores. Pero si hay alguien a quien destacar, por ser aún más genial es a María Morales, regalándonos fotos fijas como su caracterización como la dama de hierro o sobrecogiendo al patio de butacas con su vívido relato de la periodista Olga Rodriguez en uno de los pasajes más memorables de esta función, el de la muerte del cámara José Couso el 8 de abril de 2020 como resultado de un ataque del ejército estadounidense al Hotel Palestina de Bagdad donde ambos estaban trabajando.
Dando por hecho que Shock 2 volverá a llenar muy merecidamente la platea representación tras representación, solo se me ocurre preguntarme si habrá Shock 3. Quedamos a la espera de la respuesta del Centro Dramático Nacional y de Check-in Producciones.
Crítica realizada por Lucas Ferreira