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29.04.2021 Críticas  
Un relato de superación y amor por la vida y la libertad

Tras su exitoso paso por el Centro Dramático Nacional (CDN) de Madrid, la obra de Alfredo Sanzol, El bar que se tragó a todos los Españoles, llega al Teatre Lliure de Barcelona por un corto periodo de tiempo. Tres horas de pura genialidad magnética que se hacen bien cortas.

El primer espectáculo del dramaturgo y director Alfredo Sanzol como director del Centro Dramático Nacional llega a Barcelona recién estrenado. Se trata de la historia de Jorge Arizmendi, un cura navarro de 33 años que, en 1963, gracias a los cambios surgidos del Concilio Vaticano II, decide cambiar de vida, colgar los hábitos y viajar a los Estados Unidos para aprender inglés y marketing.

De bien joven, a la edad de 12 años, un cura propuso a la familia de Jorge que este empezara a estudiar en un seminario para, algún día, convertirse en cura. Con joven edad, Jorge no sabía qué hacer y, como su madre, solo deseaban una cosa: no defraudar a Dios. Por ello, decidieron aceptar la propuesta del párroco y ofrecerle una vida a su hijo lejos de la guerra.

A la edad de 33 años y ya ordenado sacerdote, Jorge (Francesco Carril) sufre una crisis de fe y libertad (sobretodo esta última) y se da cuenta que su planificada vida no ha sido planeada por él. No ha tenido decisión en nada ya que se obligó a seguir unas directrices para hacer feliz a los suyos. Ahora, se da cuenta que esa felicidad no lo es tanto y que lo que busca es encontrarse a sí mismo, formarse en lo que le guste (que aun no tiene claro) enamorarse y formar una familia. Por ello, decide pedir una dispensa al Vaticano para poder iniciar una nueva vida y, mientras la contestación llega, viaja a Estados Unidos para alejarse de la iglesia y encontrar su meta.

Esta historia, llena de desconocidos por conocer y de carreteras kilométricas, le hará recabar en bares llevados por Españoles (o hijos de estos) para encontrar personajes que le influirán profundamente y le ayudarán (o no) a encontrarse. Una historia que a priori puede parecer extraña, se torna en un relato de superación y amor por la vida y la libertad.

Basándose en la historia real de su padre, Sanzol elabora un relato de crecimiento y transformación personal que simboliza el de toda una sociedad: dejar el sacerdocio en 1963 en el Estado español suponía un sismo personal, familiar y político. Por otro lado, el espectáculo que quiere dar luz y devolver la dignidad a todas aquellas personas que decidieron cambiar de vida arriesgándose para conseguirlo. Bañadas bajo los coletazos de la Guerra Civil Española y en pleno Franquismo, nos daremos cuenta que la inquietud de los personajes no es tan diferente a la nuestra.

En primer lugar, me gustaría destacar la parte técnica de la obra; algo que suelo dejar para el final pero que, esta vez, bien se merece un inicio. El espacio escénico y el vestuario creado por Alejandro Andújar es de los más entrañables y reales que recuerdo haber vislumbrado en escena. Todas y cada una de las veces que la escenografía se mueve, cambia, se parte… en todas, el montaje se engrandece. Es una absoluta maravilla ver cómo se crean las transiciones entre escenas y la simpleza y sencillez con las que se marcan dentro de la obra.

Lo mismo ocurre con el vestuario. Con todo mesurado al milímetro, el montaje nos adentra de lleno en los años 60 y, la verdad, no querríamos salir de allí. Bravo por Pascualin Estructures, Mambo Decorados y Jorba Miró en la construcción de la cuidada escenografía. Bravo por Hijos de Jesús Mateos y May Servicios en la utilería. Bravo a Sfumato por la ambientación escenográfica. Bravo, a Maribel Rodríguez Hernández por la confección del vestuario. Y bravo por la caracterización de personajes de Chema Noci.

Por otra parte, algo que ayuda a engrandecer el espectáculo que podemos disfrutar en el Teatre Lliure es el espacio sonoro de Sandra Vicente, la iluminación de Pedro Yagüe y el movimiento escénico de Amaya Galeote. Estos tres grandes pilares de la obra se funden creando escenas mágicas. Por parte de la iluminación, es maravilloso ver como se fusiona con la escenografía. Cuando la escenografía se rompe y crea espacios inesperados, la iluminación se adapta con aparente facilidad al nuevo espacio creándonos una visión totalmente diferente a la anterior. Por su parte, el espacio sonoro se enaltece y juega con diferentes efectos, como los efectos telefónicos cuando contactan con el departamento Internacional de la Telefónica. Y, por último, el baile continuo del movimiento escénico tan bien organizado, tan orgánico; tan bien introducido en la historia como el (casi) imperceptible momento de retirar un cristal para adentrarnos aun más en lo que estamos viviendo.

En lo referente a las interpretaciones, destaca Francesco Carril como Jorge Arizmendi; el personaje principal de la obra. Él es mágico. Magnético. Con un personaje que parece ideado para su piel, Carril nos enamora con una figura que rezuma optimismo y ansias de libertad. Como clava durante 3 horas ese maravilloso acento que nos ancla en un personaje que recordaremos durante años que se hace querer y comprender. Un fino trabajo actoral que influye al público presente y que lo arrastra a la historia desde su primera aparición en escena.

Junto a Carril, disfrutamos de una compañía absolutamente portentosa que nos sorprende personaje a personaje. Elena González, Natalia Huarte, David Lorente, Nuria Mencía, Jesús Noguero, Albert Ribalta, Jimmy Roca y Camila Viyuela nos presentan una multitud de personajes de los cuales perdí la cuenta al maravillarme de su gran trabajo. Algunos de ellos mas cómicos (que grandes momentos de comedia vivimos) y otros mas reales y presentes; nos demostraron la gran preparación de un elenco camaleónico que nos dejó con la boca abierta.

Por último, destacar el fantástico trabajo de Alfredo Sanzol como director y autor de la obra. El texto rezuma verdad y las ideas que se expresan en él recaban muy dentro de un público que se rinde ante la prosa directa que expresa. Sencillez, ilusión e ideas claras y bien expuestas, hacen que la obra no decaiga en ningún momento. Queremos saber más y Sanzol sabe muy bien como ir racionándonos esas golosinas que nos llenan pero que no nos empachan en absoluto. Y, en lo referente al Sanzol director de actores, es de alabar como consigue llegar a sacar todo lo que el texto condensa para ser expresado a través de la piel de actores y actrices cuyo inmenso trabajo se alarga durante casi 3 horas ininterrumpidas de actuación (y digo casi por los pequeños 10 minutos que hay de intermedio) que no decae en ningún minuto. Tres horas de pura genialidad magnética que se hacen bien cortas.

Si has tenido suerte de conseguir entradas para El bar que se tragó a todos los Españoles en el Teatre Lliure de Barcelona te doy mi mas sincera enhorabuena. Lo vas a disfrutar. Si, por el contrario, te quedaste sin; estate atento y no dudes en revisar fechas de posibles giras. Pocas veces vas a disfrutar tanto de un relato de superación y amor por la vida y la libertad tan bien hilado. Las seis rondas de aplausos del público asistente al estreno pueden atestiguarlo.

Crítica realizada por Norman Marsà

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