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03.05.2021 Críticas  
200.000 mujeres. Mujeres.

La Sala Fènix de Barcelona recupera la fantástica obra 200.000 Mujeres de Ángela Palacios y Anna Tamayo. Una obra que muestra la crudeza de una época en la que 200.000 mujeres fueron asesinaras en Europa al grito de Bruja. Pero, ¿eran brujas o simplemente eran mujeres?

200.000 brujas mujeres fueron torturadas y condenadas a muerte en Europa entre los siglos XVI y XVII. Se les acusaba de provocar epidemias, heladas y muertes sobrenaturales, guiadas por el diablo. La Joana, la Jaumeta y la Felipa, comadrona, curandera y campesina, comparten una preocupación y un miedo, el ser acusadas, también ellas, de brujería.

Palacios (directora) y Tamayo (intérprete) nos sitúan en la Cataluña interior de los siglos XVI y XVII. Su historia, la que nos explican sobre las tablas, es la de miles de mujeres (200.000 documentadas pero, ¿cuántas reales?) que fueron atacadas a mano de los Tribunales Civiles y Eclesiásticos para, bajo coacción, ser acusadas de brujería. Una forma de control al sexo fuerte de la sociedad que atemorizadas, no se atrevían a vivir, aprender o hablar libremente bajo el temor a ser señaladas, juzgadas, ahorcadas o incluso quemadas al grito de bruja.

Bajo una oscuridad ensombrecida, Anna Tamayo nos recibe en la cocina de una humilde masía antigua en la que no se nos espera. Una maestra que nos recuerda a aquellas magníficas abuelas que convertían en historia atrayente todo lo que explicaban, nos prepara para la inmersión exhaustiva que el texto empieza a vislumbrar bajo sus palabras. De su mano, nos adentraremos en la historia de tres mujeres que fueron acusadas de ritos que nunca fueron probados. Acusadas por tribunales compuestos de hombres cobardes, ellas, como tantas otras mujeres, fueron calumniadas y etiquetadas por una sociedad que temía que tuvieran voz.

Gracias a la fantástica documentación de Mercè Alegre, la historia escrita a cuatro manos por actriz y directora nos impacta bajo un sencillo y admirable trabajo que juega en ocasiones con el público para acercarlo aún más a la historia que se nos presenta. Sensibilidad y serenidad en una explicación, por momentos, casi didáctica que arriesga bajo continuas transformaciones de texto y personajes para asombrar a un público que no se le oye ni respirar.

Anna Tamayo es una actriz todoterreno. Su sincera expresión y su veracidad al explicar e interpretar a las diferentes mujeres que nos presenta, nos atrapa de una forma inimaginable. De una forma natural y, ayudándose de las inflexiones vocales y el cambio constante de acentos, nos guía una a una por las mujeres que marcan la obra. Sus personajes rebosan cercanía y cariño de una forma tan empatica que nos atrapan. Es una delicia ver sus transiciones entre ellas, como se entrega y defiende un texto que expresa con sinceridad la cruel venganza que el siglo XVI y XVII se vertía sobre el sexo femenino. Ella sufre en escena y, nosotros, sufrimos con ella en la butaca. A mi parecer, no hay una actriz mejor para brindarnos esta gran lección de historia que ella. No concibo a nadie más realizado este difícil papel con tanta facilidad y veracidad a tan corta distancia. ¡Bravo!

Junto a fantástico trabajo actoral, he de alabar la parte técnica de la obra. Una puesta en escena sencilla, visual y sonora, que se torna cambiante y efectiva a la vez que el texto avanza; volviéndose cada vez más austera, cruda y oscura. El trabajo conjunto de escenografía (Bàrbara Massana), espacio sonoro (Alba Rubió), vestuario (Ester Buxaus Mir) e iluminación (Carlos Montilla) es tan atípico como efectivo. Un gran acierto que no hay que dejar pasar. Todo tiene un porqué, nada está colocado al azar.

Por último, y no lo menos importante, notar el trabajo de Ángela Palacios en la parte de dirección. El ritmo cambiante que le infringe a la obra es todo un acierto. Desde el inicio cálido, afectuoso y cercano, al ritmo álgido que nos hacer sufrir en las torturas que dichas mujeres sufrieron, hace que nos quedemos pegados a la butaca en un ejemplo de dirección actoral de manual. El trabajo que realiza junto a Tamayo hace que queramos ver más de ambas como compañía teatral.

En definitiva, 200.000 mujeres es un espectáculo honesto que nos habla de un genocidio que no solo ocurrió en Europa, sino que llegó a extenderse por todo el mundo tratando de silenciar a una parte de la sociedad aplicando la tiranía y el miedo. Un perfecto ensayo de historia del que aprender. Una pieza artesanal muy bien documentada que te hace pensar que, en momentos, no estamos tan alejados de ello. Una directa y sencilla dramaturgia que te golpea sin ser esperada. Y una interpretación tan bárbara como las barbaries que se les infligían a las mujeres de la época.

Crítica realizada por Norman Marsà

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