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21.04.2021 Críticas  
Distancia de seguridad

El Teatro Galileo de Madrid programa El ciclista utópico, un texto de Alberto de Casso que va del humor negro al drama. Bajo la dirección de Yayo Cáceres y con Fran Perea y Fernando Soto en un duelo que empieza con un fortuito accidente de carretera.

Manuel es un maestro de vida anodina. Padre de familia, trabajo relativamente estable y pocas aspiraciones más en la vida. Desgraciadamente, mientras conduce su coche el sol le ciega momentáneamente con la consecuencia de llevarse por delante a un ciclista. El resultado del accidente no es serio. Solo la bicicleta queda inservible. Acebal, el ciclista solo queda levemente magullado. A raíz de ese evento, Manuel que no sabe como disculparse y resarcir al accidentado se ve inmerso en una serie de situaciones cuanto menos incomodas, provocadas por esa accidental amistad que surge del choque en la carretera.

Sin desvelar más detalles para no destripar más de la cuenta, la historia se convierte en una de suspense y cierto agobio. Acebal, personaje interpretado por Fernando Soto es tan deleznable, tan pesado y tan odioso que dan ganas de soltarle más de un improperio en medio de la función. Su obsesión enfermiza por las curvas femeninas, por inventar máquinas de dudosa utilidad, su racismo, nacionalismo y verborrea consiguen irritar sobremanera. En justa contraposición esta Fran Perea encarnando al pusilánime profesor. Un hombre al que este accidente le cambiará la vida, no sin pasarle una abultada factura. Fran Perea compone un personaje que relata todo lo que le pasa por la cabeza, que estructura sus reiterados movimientos y que se ve obligado a hacer y actuar de maneras impensadas para él.

El desarrollo de la acción es rápido, casi asfixiante en algunos momentos. La batalla dialéctica entre los dos personajes es intensa. Hay momentos para el humor, aunque este se congele de repente. Hay un fondo filosófico, utópico en la historia. ¿Quién resulta más perjudicado de un suceso que debería haberse solventado sin más consecuencias? ¿Cómo nos hacemos prisioneros de nuestras decisiones? ¿Hasta cuándo debemos moralmente aguantar ciertas situaciones? Todo eso vuela por encima del texto e intenta aposentarse en las mentes de los espectadores, aunque el acelerado ritmo de la acción no deje mucho espacio para la reflexión.

El ciclista utópico se disfruta porque entretiene e irrita a la vez, con unos personajes en los cuales es difícil verse, por lo rocambolesca de la situación, pero ¿a quién no le entretiene ver como se les complica la vida a los otros? El desenlace, cuanto menos precipitado, es un buen punto final a una historia que jamás debió ni debería sucederle a nadie. Un aviso, si son conductores y ven a un ciclista, mantengan la distancia de seguridad.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau

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