El Escenari Joan Brossa ha acogido El nino – Allà on és és fàcil veure-s’hi, traducción de Joan Casas a partir del original de Irene Petra Zani. Una singular aproximación, a la vez dolorosa y luminosa, hacia el abuso infantil (y a determinadas patologías o condiciones psicológicas) dirigida de forma clarividente por Loredana Volpe e interpretada con bravura por Enka Alonso.
Uso y abuso. Nos encontramos ante la propuesta ganadora del Premi Born de Residencia Teatral 2020 y con la que la Cia. La Salamandra se acerca al universo formal y argumental de la autora italiana. Un texto que ya llamó nuestra atención cuando se presento, hace algo más de dos años, en formato de lectura dramatizada. La visita se realizó en el contexto de la residencia de traducción que la dramaturga y Casas realizaron en la Sala Beckett, dentro del proyecto europeo Fabulamundi. Playwriting Europe. Precisamente, por la aproximación al abuso y a trastornos como la anorexia o la bulimia es por lo que destaca este texto. Y también por su reflejo del cómo y de sus consecuencias, especialmente vinculadas con la (in)capacidad y (mal)formación que se desprenden (y resultan consecuencia directa) contra el aprendizaje y desarrollo de habilidades de relación social y afectivo-romántica, tanto a nivel individual como interpersonal.
La percepción del tiempo cerebral y dramático (manifiesto e interior). ¿Se pueden intercalar o yuxtaponer ritmos y códigos de la (tragi)comedia romántica con un tratamiento sintomático y patológico de la anorexia, a la vez como autodefensa y auto-rechazo hacia el abuso infantil y familiar? ¿Qué lugar ocupa el símil fabulado y ecologista en semejante asunto? Realmente, todo en esta puesta en escena está compleja y completamente vinculado a unificar todos los frentes diseñados por la autora. Una mujer frente al mar, con un muñeco de plástico como pareja eterna. La percepción de lo real en un cuerpo de material imperecedero e indestructible. Inagotable, perpetuo y constante. Igual como el conflicto interno, infligido y forzado. Profanado y violentado. Sentarse mirando al mar sin saber nadar como símbolo también de esa relación a partir de la incapacidad de crear vínculo alguno con el mundo que nos asusta y del que se nos ha negado la entrada desde tiempos primigenios. Plástico que contamina como contaminado está el estado anímico y psicológico de la protagonista, también indestructible y (ahí el drama) e imperecedero. Y, sin embargo, también lo es su ilusión.
Imposibilidad y necesidad de diálogo constante y de establecer un punto de encuentro que nunca llega. Un «otro» genérico que al mismo tiempo se convierte en uno superior y cualquiera fuera y más allá de una misma. Constructos sociales y supuestas herramientas populares para entender y relacionarse que, en este caso, se ejemplificarán con acierto a partir de canciones, todas ellas standards musicales. De este modo, veremos cómo a partir de lo popular también se unifica nuestra cosmovisión. La dirección de Volpe (especialmente delicada en el terreno interpretativo) alcanza todas las connotaciones. Ya descrita en parte la complejidad de todo el entramado dramático, centrémonos en la persistencia de y en esa ilusión, también, inquebrantable. La escenografía y vestuario (así como la iluminación de Daniel Gener y el espacio sonoro, también firmado por Alonso) se centran en esa «luminosidad». Una playa u orilla constante que se diseña para la escena con una estética muy acertada, trabajada y construida a partir de texturas plásticas. Detalles como el uso de la pintura corporal, entre otros, redondean la capacidad aproximativa sensible y comprometida de toda la compañía. Mencionamos también la ayudantía de dirección de Xavier Pàmies como visión externa y complementaria para que la correspondencia entre intención y resultado sea recíproca en todo momento.
Interpretación expansiva. Encontramos una actriz pletórica en la impresionante aportación de Enka Alonso. Doliente pero sin agresividad, consigue explicarlo todo con apasionamiento manifiesto, sobretodo en las generosas inflexiones vocales, en combinación con una gestualidad/expresividad contenida hasta que llegan los momentos de rebosamiento. La profundidad de su mirada y la asimilación en el rictus de lo que sucedió pero que todavía persiste y condiciona al personaje integra en su trabajo sobre las tablas un excelente ejercicio neurológico. Esto es así porque, en paralelo al recorrido dramático que se requiere plasmar, consigue trasladarnos también el peso invertido de lo que significa el paso del tiempo. De un modo forzado, se ha quebrantado ese fluir hacia el sentido futuro de su tiempo. Si el motor de los múltiples mundos que configuran el nuestro es por naturaleza evolutivo, a partir del conocimiento y la práctica, esta proyección se revierte mentalmente en sentido inverso. Futuro, pero inverso hasta alcanzar ese aparente y «everlasting love» hacia un muñeco de plástico que no es más (ni menos, y por eso terrible) que el símil de ese eterno anclaje en el porqué de su trastorno, por otro lado, configurador todavía en ese momento de su manera de concebir(se) en el mundo. Tanto en el amor imposible como, y esto era lo más delicado y peligroso, imposibilitado nos encontramos ante un trabajo fiero y sensible al mismo tiempo, de una delicadeza instintiva e hiperestésica. Diríamos que ilimitada. La pregunta sobre si el futuro (teniendo en cuenta el contexto del personaje) es un itinerario abierto o está indefectiblemente configurado por el pasado ofrecen una más que posible respuesta/reflexión en el excelente trabajo de Alonso.
Finalmente, El nino – Allà on és és fàcil veure-s’hi demuestra que de la capacidad para la inmersión intertextual de Volpe resulta una impagable y emocionante habilidad para convertirse en facilitadora del transito, tanto para los personajes como para el público. En este caso, por los estados alterados (y no) que se tratan en la pieza. La crítica a partir del cuestionamiento formalmente alegórico pero de fuerte calado asertivo. Una obra convertida, como en anteriores ocasiones, en surtidor dramático de ideas y planteamientos que siempre van a favor de los requerimientos del texto y a la vez lo/nos interpela(n). Itinerarios que son tanto físicos como intrínsecos y cuyas huellas alcanzan lo más recóndito de nuestras entrañas (con carácter y temperamento) de un modo en que razón y sentimiento unen sus fuerzas instructivas direccionando y la vez magnificando el gran impacto, también intelectual, que se desprende del resultado conjunto y final.
Crítica realizada por Fernando Solla