Gloria Muñoz es la viva encarnación de la Ira, obra escrita y también protagonizada por Julián Ortega que bajo la dirección de Dan Jemmet estrena el Teatro Español de Madrid. Una apuesta por el humor ácido que sorprende, hace disfrutar y genera unánimes aplausos.
Hay caras que te provocan la entrañable sensación de familiaridad. En un primer momento no sabes dónde ubicarlas. No recuerdas exactamente cuándo fue que las conociste o la última vez que las viste. Pero sí que mereció la pena y que sea lo que sea que te propongan, seguro que merece la pena. Gloria Muñoz es una de ellas. Uno de esos rostros que hace grande cualquier producción de la que forme parte, sea televisiva, cinematográfica o teatral. Excelente secundaria, pero también genial protagonista como demuestra serlo en esta Ira, con un papel que si no ha escrito especialmente para ella, se lo ha agendado y quien la vea interpretándolo le será difícil imaginarlo encarnado por otra actriz.
Viuda y madre de un antidisturbios, mujer mundana, sencilla y humilde, hecha a sí misma a base de esfuerzo, trabajo y rutina, ahora que la vida le tendría que recompensar por todo lo hecho, va y le coloca en una tesitura harto complicada. Una dificultad ante la que no le queda otra que llamar al fruto de su vientre para poner revelar lo siempre ocultado como para encontrar la manera con que resolver el entuerto en el que se ha metido en un arranque de pasión, indignación y enojo.
Argumento que podría dar pie a un thriller o un drama, pero del que Julián Ortega se ha servido para crear una comedia socarrona, más centrada en crear buenos personajes que en desarrollar tramas ingeniosas y generar a partir de ellos situaciones vibrantes, de esas que crean una atmósfera de conexión total entre el escenario y el patio de butacas. A partir de lo escrito, Dan Jemmet ha hecho de Dolores un personaje fresco, recurrente, con una Gloria Muñoz que resulta cercana y conocida, siempre dispuesta con su gesto, su deje costumbrista y su apostura a dar más de sí. Y lo hace sin resultar excesiva ni caer en la caricatura, manteniendo el ritmo, sin apresurarse ni deleitarse en la respuesta afirmativa que encuentra en el público.
Una atmósfera en la que Julián Ortega se inicia como el personaje necesario para su despliegue pero que poco a poco va ganando presencia e influencia, imprimiendo su propia huella en el desarrollo de la historia. Un devenir muy bien apoyado por la escenografía diseñada por Vanessa Actif con ese cubo que lo mismo multifuncional que nos traslada a distintos planos de la narración y que en determinados pasajes convierte lo que sucede en una caricatura que sintetiza al tiempo sus intenciones hiperbólicas. Un propósito que cumple también la iluminación de Felipe Ramos, ambiental, acusadora y epifánica según haga falta.
Tras hora y media de función queda en el cuerpo un regusto, una alegría y una satisfacción resultado de esta producción de La Zona que comenzó a girar en agosto pasado y que llega ahora a Madrid. Logro, sin duda alguna, del trabajo de Gloria, su relación materno filial con Julián y de los líos de los dos con la justicia, la paternidad y su gestión de las emociones.
Crítica realizada por Lucas Ferreira