El Mercat de les Flors ha presentado Traces como cierre de la Quinzena Metropolitana. La pieza de Wim Vandekeybus nos remite a Rumanía, concretamente a la naturaleza más remota de los Cárpatos. Una esperada visita que, como es habitual en el coreógrafo, sitúa a los intérpretes en un territorio de extrema fisicalidad y vinculada íntimamente a la composición musical.
Nos encontramos ante una pieza que nace como respuesta a la era post-Ceaușescu. Lejos de diseñar un espectáculo explícitamente político, el artista decide adentrarse en la faceta más salvaje y paisajística de lo que podemos considerar el último pulmón de Europa sin ignorar lo concluyente y postrero de este escalafón. Una coreografía que debe ser entendida desde ese retorno a la relación entre lo humano, lo animal y la naturaleza no tanto como un ejercicio de ingenuidad sino como un back to basics desde la persistencia y resistencia de lo primigenio. El oso como último símbolo también de lo salvaje. Víctima y al mismo tiempo amenaza, incluso animal doméstico abandonado o prohibido como tal para las tribus de gitanos rumanos de cara a su entrada europea. Globalización que niega la autenticidad… Movimientos y secuencias coreográficas a modo de instantáneas o fotografías de esta destrucción de la indiferencia hacia el planeta y la falta de respeto por lo ancestral.
Lo atávico, como decíamos, a partir de la figura del oso (insólita y hábilmente representado, más allá de los soberbios movimientos de los intérpretes, por el diseño de vestuario de Jan Maillard). De este modo, nos encontramos ante una suerte de fábula coreografiada. Los intérpretes recrean estas escenas primarias a través de una perfecta mezcolanza entre el teatro físico y la danza contemporánea. Un lenguaje extremo y exigente, incluso caótico en combinación con la dramaturgia de Erwin Jans. Carreras escénicas y saltos por parejas (a veces choques) y lanzamientos cuerpo contra cuerpo. Diez bailarines que ocuparán un escenario lleno pero nunca sobreestimulado por parte de Vandekeybus. Intérpretes que también intervienen en la creación, ya que las posibilidades y aptitudes de cada uno se convierten en su máxima capacidad de expresión. De este modo, Alexandros Anastasiadis, Borna Babić, Maureen Bator, Davide Belotti, Pieter Desmet, Maria Kolegova, Kit King, Anna Karenina Lambrechts, Magdalena Oettl y Mufutau Yusuf bailan con intensidad e inmensidad.
Transmiten toda la potencia de las imágines en combinación con los hermosos (también lúgubres) paisajes que la fantástica y espectacular escenografía (obra de Vandekeybus y Tom de With) y la brutal composición musical de Trixie Whitley, Shahzad Ismaily, Ben Perowsky y Daniel Mintseris (con invitado especial, guitarra en mano y en directo de Marc Ribot). Un panorama sonoro en el que se cuela el texto como si se tratara de un lenguaje inventado ya que entenderemos la intención pero no el significado. Un universo que, como sucede en las películas de David Lynch, no hace falta descifrar en su totalidad para disfrutarlo. De lo que se trata en última instancia es de explicar la historia interior investigando un sentimiento que se desarrolla antes o más allá del lenguaje y solo se puede explicar en estas pulsiones que se producen entre la danza y la música. En similar línea de indefinición encontramos el vestuario de Isabelle Lhoas. En semejante espacio hay que destacar el diseño de sonido de Christian Schröder y la fantástica iluminación plagada de claroscuros de Vandekeybus y Francis Gahide, así como las pinturas en escena de Patrick [Bob] Vantricht.
Finalmente, Traces es una espectáculo visualmente hipnótico y envolvente. Si bien es cierto que las transiciones silenciosas de la dramaturgia se acercan más a las pausas en la narración que a su desarrollo, no lo es menos que la intensidad dramática de las coreografías más salvajes y la cuidadosa y esmerada puesta en escena elevan el resultado final a un lugar eminentemente connatural y existencial. Diez excelentes bailarines se encargan de que la propuesta llegue a ese complejo y enriquecedor lugar, resarciéndonos en cierta manera de la larguísima espera de más de media década desde la última visita de Vandekeybus a la ciudad condal. Vista la calurosa acogida, estamos convencidos de que un intervalo así no se volverá a repetir. Que así sea.
Crítica realizada por Fernando Solla