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29.03.2021 Críticas  
La música o la palabra

Lola Blasco y Alexis Delgado Búrdalo son los protagonistas, en escena y al piano, de Música y mal, hasta el 11 de abril en el Teatro Fernán Gómez de Madrid. La obra, escrita por Blasco y dirigida por la misma autora junto con Pepa Gamboa, configura un viaje que recorre la biografía y obra de grandes compositores y la época del nazismo.

Una mujer inquieta, segura, culta, inocente pero experimentada elabora su propia narrativa en varios capítulos; quizá un personaje muy cercano a Blasco, ya que indica que se dedica fundamentalmente a la escritura. El piano de Delgado Búrdalo acompaña y ambienta su narración. La obra comienza con un juicio a Wagner; la protagonista, dividida entre sus composiciones maravillosas y su antisemitismo, expone una visión del músico más bien negativa, lo que alimenta el morbo alrededor del personaje, especialmente si el talento y la inteligencia forman parte de la ecuación. Escuchar ciertas piezas, dice mientras se sube a la banqueta del pianista, es como estar en el cuadro de Caspar David Friedrich, El caminante sobre el mar de nubes.

No se trata de una obra aséptica o meramente expositiva; más bien todo lo contrario. Sin embargo, la pasión por la música termina por invadirlo todo. En ocasiones, parece una lección sobre el cromatismo. Otras veces, una lección de los recovecos de la Historia, o de las vidas de seres humanos que se refugiaron en la belleza o en la música para soportar la barbarie. Algunos de ellos no le hacían ascos a Hitler.

Esta en una obra intimista, ambientada en el salón de una casa cualquiera, en que el componente visual es fundamental. Blasco desglosa y muestra abiertamente al espectador las imágenes de los personajes históricos de los que habla, así como sus influencias artísticas, incluso cinematográficas. El decorado es tremendamente funcional y también lo es el vestuario, que parece recrear la estética de los soldados nazis. La linterna prepara al espectador para el relato de las leyendas, por ejemplo, en torno a Gesualdo. Suena Bach, se parafrasea a Nietzsche.

Las atrocidades del nazismo se parecen hoy a las de ISIS; el lado oscuro del ser humano existe y, a veces, prevalece. Algunos se dedicaron a decidir el destino de otros seres humanos. Y, sin embargo, todos podían escuchar música, tanto los prisioneros del campo de concentración, mientras rozaban la esperanza, como el doctor Mengele, mientras realizaba sus terroríficos experimentos.

Entre los momentos más interesantes de la función, encontramos el experimento sobre la Sonata erótica de Schullhoff, entre el sonido, la luz y el deseo, y el fragmento musicalizado, prácticamente rapeado, en que Blasco relaciona su narración en torno a la música con la literatura, en concreto con el Fausto, de Goethe. La palabra o la música, se plantea la dramaturga y actriz protagonista. Por otro lado, el silencio del asombro mientras suena el Claro de luna de Debussy.

Música y mal habla de lo mejor y lo peor del ser humano, de la relación y la ruptura entre el artista y su obra, entre los diferentes lenguajes artísticos, la Historia y la leyenda. En definitiva, del misterio, de la magia, del poder hipnotizador de la música en esas “noches líricas” de las que habla Blasco, en esos momentos de angustia existencial, o desazón, o placer, o alegría de vivir, o de morir. Todo un concierto teatral, musical, histórico; un alarde de sinceridad y de erudición a un ritmo trepidante.

Crítica realizada por Susana Inés Pérez

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