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29.03.2021 Críticas  
Hilarante y mordaz artilugio escénico

El TNC estrena De què parlem mentre no parlem de tota aquesta merda, la última propuesta de La Calòrica. Un texto sesudo y travieso de Joan Yago defendido por unas interpretaciones espléndidas de la compañía, a la que se suma una fantástica Mònica López, con dirección firme de Israel Solà y un destacable espacio escénico de Albert Pascual nos esperan en la Sala Petita.

El cambio climático no suele convertirse en núcleo del argumento de demasiadas piezas teatrales. Menciones, alegorías alusivas, denuncias más o menos explícitas… De eso sí que podemos encontrar. Lo que no es habitual tampoco es que la sátira se apodere de la función de un modo transversal y completamente devastador. Que lo intente, sí. Que lo consiga… no tanto. No hay (o no debería haber) una única trayectoria marcada para el desarrollo de una compañía como la que nos ocupa, más allá de las inquietudes artísticas de sus integrantes que, como todo, mudan y evolucionan. Por supuesto que el espíritu crítico es bienvenido pero muchas veces los que valoramos el trabajo de los demás pecamos de ombliguismo. Es decir, destacamos o censuramos teniendo en cuenta antes preferencias individuales que el contexto espacio-temporal en el que se sitúan los títulos, su incidencia en el momento (artístico y social) en el que surgen y su relación/posicionamiento con respecto a sus coetáneos en la cartelera.

Sería divertido y muy revelador, ya que estamos en un congreso, que la elocuente y negacionista ponente interpretada por López (Mònica) estableciera un diálogo con el padre de la protagonista de If There Is I Haven’t Found It Yet (Nick Payne, 2009 – vista en 2013 en la Sala Beckett con el título de Si existeix, encara no ho he trobat bajo el sello de Sixto Paz) de un modo similar a la conversación que mantiene el personaje con Xavi Francès en uno de los momentos clave de esta función. En esa liga es en la que jugamos hoy y aquí.

Dicho esto y, sin caer en el spoiler, Yago se supera con un texto no auto-complaciente y que al mismo tiempo se gusta y explaya tanto en su estructura como en el desarrollo de las escenas. Es muy gratificante como espectador disfrutar de unas secuencias que alargan y se recrean en situaciones entre hilarantes y contundentes. No ir con el cronómetro en mano y orquestar las situaciones de un modo tan original como expansivo y siempre aportando al resultando conjunto. Con habilidad sabe cómo no hablar de la pandemia sin olvidarla para centrarse en un tema mucho más olvidado, por lo menos a efectos prácticos. Calzándonos de concienciación a través de la aparente distensión imperante y diseñando una escatológica trama de auto-ficción en paralelo (o no) a la celebración de un congreso de negacionistas. Situaciones corales y monólogos encarnizados en los que nos aproximamos a mentalidades opuestas sin deshumanizar en exceso sino todo lo contrario. Es decir, persuadiendo y evocando a la inteligencia y el raciocinio, sin octavillas o panfletos explícitos.

En esta línea, la dirección de Solà acerca el texto de su compañero hasta conseguir hilvanar y transitar entre la comedia y el drama (gracias también al tratamiento de las escenas cumbres del personaje de M. López) para potenciar la crítica y manteniendo el tempo in crescendo de escenas tan cruciales como las de las reuniones en la escalera y el bar o la ya mencionada conversación, entre otras. En cuento al trabajo con los intérpretes, se integra el sketch y el gag de un modo en que Xavi Francès, Aitor Galisteo-Rocher, Esther López, Marc Rius y Júlia Truyol pueden interpretarse a sí mismos y al mismo tiempo desdoblarse en el resto de personajes, rozando siempre la excelencia y convirtiendo la función en un festival de gestos, muecas y polifonía de voces. Cada uno a su manera y al mismo tiempo escuchando a los demás nos ofrecen momentos individuales y conjuntos más que relevantes, integrando también el refuerzo en el movimiento de Davo Marín. La presencia como artista invitada de una implacable y al mismo tiempo humana Mónica López restulta un gran acierto y de sus monólogos e interacciones con Truyol y Francès, especialmente, se consiguen los momentos culminantes de la función.

Un dinamismo al que la escenografía de Pascual aporta varios enteros, entendiendo tanto los requerimientos de la propuesta como las posibilidades de la sala y diseñando un espacio híbrido que casa la utilería con el audiovisual hasta conseguir escenas hipnóticas (como la ya mencionada del bar) y en transformación constante. Una visión muy bien avenida que acerca la vertiente más oficiosa o artesanal a la tecnológica y viceversa. Un trabajo redondeado por (y en perfecta sintonía con) la caracterización de Anna Rosillo y la construcción de la máscara y las prótesis de Carles Piera y David Chapanoff, respectivamente. En lo referente a escenografía, el trabajo en el vídeo de Aharón Sánchez magnifica de un modo estupendo las posibilidades que ofrecen las pantallas y juega muy bien con la auto-ficción imperante, así como la excelente iluminación de Raimon Rius y el no menos inspirado espacio sonoro de Guillem Rodríguez. Ambos naturalizan con efectividad y adecuación estética toda la planificación de tramas y su división en escena, normalizando la simultaneidad y al mismo tiempo las transiciones con ritmo y sabiduría.

Finalmente, hay espectáculos que se pueden valorar por lo loable de sus intenciones y otros por el resultando en la consecución de las mismas. De què parlem mentre no parlem de tota aquesta merda unifica y alcanza ambas posibilidades y ofrece la oportunidad de disfrutar de una pieza de factura impecable, excelentemente interpretada y con un texto de base no por comprometido menos juguetón. Todo suma, especialmente la adecuación entre lo que deberían ser los requerimientos de la institución, las inquietudes y las señas identitarias de la compañía (véanse las distintas variantes dialectales de la lengua catalana empleadas como ejemplo más representativo). Una propuesta que, en última instancia, acerca este espacio a un público que probablemente no suele pisar este (también su) teatro y al mismo tiempo amplía la visión y la perspectiva de lo que las artes escénicas pueden aportar y aportan a otro sector más acomodado y vinculado a la trayectoria «habitual» en la casa.

Crítica realizada por Fernando Solla

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