Naves del Español de Madrid presentan, directo del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, Antígona, un actualizado clásico de Sófocles. Desobediencia civil, ley natural y llevar la vanguardia a las instituciones legales son planteamientos que desde el 411 a.C. aún se siguen debatiendo, y más con el actual panorama político pandémico y post-confinamiento.
Porque Creonte (Fernando Cayo) prefiere verla muerta, Antígona (Irene Arcos) debe morir. Porque a él le da la gana, porque él será feliz, porque se ha vuelto muy rara, Antígona debe morir. Porque fue juzgada y condenada, Antígona debe morir. Porque tiene muy revuelto el karma, Antígona debe morir. Porque es tan tebana, porque Hemón (Jorge Mayor) será feliz. Y el coro se reirá porque Antígona lo va a pasar fatal. Antígona debe morir.
Este Antígona de David Gaitán, si lo enmarcamos en el momento en que se estrenó en México, “tras la desaparición forzada de 43 estudiantes y las salidas en masa de que muchas familias hicieron con el fin de encontrar el cuerpo de sus seres queridos con vida o darles la sepultura que merecían hacían que el proyecto Antígona tomara una relevancia particular desde el ángulo político y un sutil peligro desde el artístico, al correr el riesgo de ser catalogada como una apuesta oportunista frente al dolor de la sociedad.” Podemos traer a las manifestaciones pacíficas de las últimas semanas, aunque sin un entorno tan trágico, en el que las fuerzas del orden identifican, encarcelan y apalean a ciudadanos ejerciendo un derecho constitucional, y Antígona cobra aún más esa fuerza de símbolo rebelde.
Desde el formidable monólogo inicial de Clara Sanchís como Sabiduría, vocal del foro tebano con ideas reformadoras y críticas, ya queda patente el registro actual de una tragedia clásica, que si no fuese por un rap en mitad del montaje, una vez más cayendo en la equivocación de que esta sea la forma de expresar modernidad y rebeldía (alguien debe romper con este sinsentido tras ver los resultados en los Goya de 2012, y estamos en 2021); todo lo que se plantea aquí es un acierto, aún pesando también un prólogo narrado demasiado largo.
Todo el montaje, abandonando la tragedia para abrazar el drama legal contemporáneo con inclusión del público como foro de Tebas, aunque sin llegar a la radicalidad que este motivó en ‘Un enemigo del pueblo (Ágora)’ en el Teatro Kamikaze, con la fuerza de suspender la función si así era su deseo; como planteamiento, es magnífico, y uno ya se relaja desde la butaca porque no va a asistir a “otro montaje más sobre una tragedia clásica”. Hay guiños a las series legales de referencia de los últimos años que son ‘The Good Wife’ y ‘The Good Fight’, desde la dirección del personaje de la “abogada” Clara Sanchís, que no deja de ser Elsbeth Tascioni, el número musical, las representaciones de momentos del pasado o el histrionismo de Creonte, un Louis Canning odioso pero hipnótico, de Fernando Cayo.
Y aquí llego al punto clave de todo Antígona, que contra todo pronóstico no es ella, sino el villano, Creonte rey de Tebas que ha decidido ejecutar su ley para que ella muera lapidada a manos del pueblo. Fernando Cayo está divertido, exhibicionista, carismático, y tremendamente odioso, pero atractivo; las señoras (como concepto, sin asignar identidad sexual) disfrutan como perras de Tebas con los huesos de este rey por sorpresa. Y es tanta la atracción de este imán que la sala se queda pegada a este tirano y obvia el resto de talentos en escena. Irene Arcos es invisible, como lo es Isabel Moreno como Ismene, hasta el Guardia de Elías González en su innecesaria pero divertida intervención en el tramo final, tiene más poder en escena que sus compañeras y compañero Jorge Mayor.
Antígona quizás podría haber sido un duelo interpretativo entre Clara Sanchís y Fernando Cayo, de una hora de duración que eliminaría todas las partes sobrantes de un texto que se dilata demasiado en el tiempo. El sentir general (entre los cercanos) de la función es que se hace larga y aunque el clamor final de la figuración es un golpe de efecto potente e inesperado, hubiese preferido que el poder del patriarcado no quedase marcado en mi recuerdo, sintiendo que el centro de la tragedia, la protagonista voluntaria, quedase fagocitada por un ego masculino. Que quizás esta es la intención del director, ojo, plantear a la audiencia este otro ejemplo de que las manifestaciones de cada 8 de marzo siguen siendo necesarias y que todos los días deben ser el 8 de marzo. Que el silencio hacia las mujeres cese y Antígona recupere su voz.
Crítica realizada por Ismael Lomana