El Mercat de les Flors ha acogido dentre del marco Dansa. Quinzena Metropolitana la última creación de Andrés Corchero. Una aproximación a la mística a través de la vinculación entre cuerpo y danza con título en forma de nombre propio: Teresa. Un espectáculo que trabaja con especial delicadeza la soledad y la compañía a partir una estética tan adecuada como cautivadora.
Una coreografía de Corchero imbuida por la mística. A partir de La gravedad y la gracia de Simone Weil y El libro de la vida de Santa Teresa de Jesús, se convoca a seis bailarinas que se encuentran en el escenario para bailar solas y al mismo tiempo acompañadas. Un constante punto de encuentro entre distintos orígenes, edades, métodos y personalidades artísticas. Solo la idea de coreografiar las palabras de Weil ya es sublime, pero es que en el resultado final todas las disciplinas convocadas están incluidas en una propuesta que desarrolla su lenguaje interno de manera progresiva hasta conseguir un último tramo ascendente y realmente fantástico. Un salto al vacío del espíritu (despojado del cuerpo y viceversa) antes, durante y después de transitar el dolor y la angustia vital para alcanzar el éxtasis más pleno.
Las bailarinas Fàtima Campos, Magdalena Garzón, Carla Moll, Ana Pérez García, Anna Pérez Moya y Donia Sbika realizan una labor excelente y completamente alineada con los requerimientos de la coreografía de Corchero. Resulta muy hermoso asistir en primera persona a esta suerte de acompañamiento bailado. Las seis confeccionan una pieza coral a partir del apoyo constante dentro de lo que también son solos simultáneos. Su integración e interacción con las piezas de vestuario y los elementos escenográficos es completa y espontánea y consiguen que la insinuación se convierta en evocación hasta magnificar lo más íntimo. Una fusión hermosa y mística de cada Teresa con su paisaje intrínseco y externo y, al mismo tiempo, del único y superior compartido. A destacar también su desempeño e inclusión del canto y el gran aprovechamiento de los suspensorios y su integración en la coreografía. Una labor verdaderamente extática.
Como podemos ver, resultaba especialmente importante el envoltorio. La escenografía de Miquel Ruiz se centra en los elementos naturales y consigue remarcar lo arduo y lo sublime de tan particular viaje interior a través de símbolos tan concretos como la piedra y los pétalos. La iluminación de Llorenç Parra se ocupa de insinuar el estado anímico e interior. Una de las mejores aportaciones en este apartado de lo que llevamos de temporada, ya que de algún modo lo lumínico sustituye a lo hablado y crea una espectacular dramaturgia entre la liturgia y el silencio. Las piezas de vestuario de Marc Guaita refuerzan y remarcan la aproximación contemporánea a esta(s) figura(s) femenina(s) y de algún modo se integran en la coreografía propiciando que la ascensión y el descendimiento se muestre de un modo tan hermoso como intenso y profundo.
Por último, el espacio sonoro de Damien Bazin alcanza una de sus mejores y más destacables aportaciones recientes. Consigue crear esta sensación de expectación y anticipación constante y propicia que nos dejemos llevar a través del espectro auditivo de un modo similar a lo que la escucha de los versos de San Juan de la Cruz representaban para el personaje. En la disciplina en general y en esta pieza en particular, el uso de las palabras se reduce a la mínima expresión. Muy acertada la opción de reducirlas a cánticos (que bien pueden incluir canciones de George Harrison, por ejemplo) y muy bien integrada también por las intérpretes esta faceta. Juntas acercan la pieza a lo celeste y universal.
Finalmente, con Teresa asistimos a un muy buen ejemplo de cómo se puede representar desde la disciplina de la danza muchos de los símbolos e imágenes que de algún modo han delimitado nuestra concepción mental y física a la hora de relacionarnos con el mundo que nos rodea. Una especie de abstracción nos invadirá durante la representación. De un modo en apariencia contemplativo los movimientos de las bailarinas irán generando en los espectadores una estado de ánimo vivaz y expectante. Una mística en forma de danza que nos invita a rebuscar en nuestro interior, entre lo humano y lo divino, para alcanzar el éxtasis. Pieza destacable e hipnótica.
Crítica realizada por Fernando Solla