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22.03.2021 Críticas  
Un clásico gritado que no atrapa

De nuevo, los textos de Tennessee Williams vuelven a la cartelera Barcelonesa. Tras celebrados éxitos como La gata sobre el tejado de zinc caliente o Un tranvía llamado deseo, el Teatre Nacional de Catalunya de Barcelona prueba suerte con La noche de la iguana; un montaje que presenta un reparto extraordinario pero que no consigue llegar a buen puerto.

Años cuarenta, en un rincón perdido de la costa del Pacífico en México. Mientras grupos de turistas alemanes celebran en bañador los bombardeos de la Luftwaffe sobre Londres, el exreverendo Lawrence T. Shannon, reconvertido en guía turístico tras haber sido expulsado de su iglesia y haber pasado una temporada en un hospital psiquiátrico, se reencuentra con una antigua amante que dirige un pequeño hotel.
La nit de la iguana se sumerge en el malestar del mundo globalizado, íntimamente amenazado por la banalización turística y sus promesas encapsuladas que empujan a la perpetua insatisfacción ante la falta de alternativas cotidianas fértiles. Y al mismo tiempo, imbuida en un embriagador erotismo crepuscular, la obra de Tennessee Williams surge también como un canto a la belleza y a la arriesgada vivencia de la libertad.

El gran escenario del TNC nos muestra un viejo y decrépito hotel, un hotel de segunda o tercera clase, cerca de la playa pero en pleno contacto con la naturaleza y la decadencia. ¿Un lugar tranquilo al que escaparse y olvidar? Podría ser. Maxine Faulk (Nora Navas) regenta este hotel en ruinas con el que «sobrevive» lejos de una civilización que no quiere volver a pisar.

La magnífica escenografía creada por Max Glaenzel es lo más agradecido de la obra. Su versatilidad en diferentes planos, y lo bien integrados que está en la «naturaleza», hace que se convierta en el principal y más imponente personaje de la obra. Sus festejos con la meteorología y los atardeceres, hacen que quieras vacunarte del cualquier enfermedad tropical y poder perderte en él. Una escenografía perfecta que hace que te intereses por el montaje solo empezar. Pero, ¿una excelente escenografía puede ser el pilar principal de una obra?

Carlota Subirós, directora de la obra, ha tenido que recortar el texto de Tennessee Williams para poder adaptarlo a un máximo de 2 horas y 5 minutos en el que poder explicar la gran parte de la historia y cumplir con los mandatos del PROCICAT; como la imposibilidad de realizar entreactos.
Un recorte que hace que conozcamos una gran parte de las historias que aparecen en escena pero que, por lo que notamos desde las butacas, hace que la cohesión del texto quede un poco coja. Historias como la de los Alemanes que se alojan en el hotel o, incluso, la joven que trata de enamorar a Shannon, se convierten en una excusa pasajera en la obra. No hay seguimiento en sus escenas y solo sirven de apoyo a una historia principal que notamos inconexa. En momentos, estas historias se convierten en innecesarias y nos distraen de una historia principal en la que no llegamos a entender el cambio que sufre el personaje central, Lawrence Shannon (Joan Carreras); quién en un principio tiene una fuerte conexión con Maxine Faulk (regente del hotel) y que, tiempo después, da toda su atención al personaje de Hannah Jelkes (Màrcia Cisteró), una misteriosa mujer que vive de vender sus acuarelas mientras Nono, su «abuelo» al que cuida, se dedica a enmudecer al mundo con su poesía. Ambos viven una historia a tres (a veces a cuatro, si contamos a la joven enamoradiza de la excursión) llena de celos y relaciones insatisfactorias que giran bajo el manto del personaje masculino atormentado por su libidinosa desdicha mientras se plantea el camino que ha tomado su vida al ser expulsado de la santa madre iglesia. Temas que dan para mucho en una obra de Tennessee pero que no quedan claros en la adaptación recortada de Subirós.

La nit de la iguana se inicia bajo un ritmo escénico álgido lleno de acción dramática que va decayendo poco a poco. Conversaciones largas y tediosas entre personajes cuya acción en escena es prácticamente nula y que, junto a la banda sonora de la joven guitarra en mano (preciosas y melancólicas canciones en la fantástica voz de Paula Jornet), no ayudan al público a sobrellevar el montaje. Por otro lado, la intensidad que se quiere mostrar en la obra es a veces demasiado histriónica. ¿Es necesario exponer las ideas de un personaje atormentado gritando cada ciertos minutos? En contraste con otros personajes, cuya historia podría ser igual de atormentada pero que se muestra en desdicha, esto se percibe como algo no justificado que hace que pierdas interés en el personaje. Y, perder interés en el personaje principal de la obra que es el pilar principal que la sustenta, es algo que no se debería permitir.

Lamentablemente, La nit de la iguana nos presenta un elenco de primer nivel (Paul Berrondo, Joan Carreras, Màrcia Cisteró, Ricardo Cornelius, Antònia Jaume, Paula Jornet, Wanja Manuel Kahlert, Nora Navas, Hans Richter, Juan Andrés Ríos, Claudia Schneider y Lluís Soler) que podría encumbrar un texto como este pero que, en este caso, no aporta a la escena lo que debería para convertirse en todo un éxito.

Crítica realizada por Norman Marsà

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