El Teatre Lliure acoge RRR dentro de la programación de la Dansa. Quinzena Metropolina. Un espectáculo que traza un hipnótico punto de encuentro multidisciplinar y que experimenta con éxito la mezcolanza de lenguajes (plásticos, sonoros y coreográficos) de Frederic Amac, cabosanroque y La Veronal y mantiene una estimulación sensorial constante.
Nos encontramos ante una propuesta insólita construida a partir de la idea de vibración o reverberación a la que alude la sonoridad de la pronunciación del título de la misma. Tres letras para tres disciplinas que se cruzan y se (cor)responden. Instalación de luz y sonido y acción escénica. ¿Qué se tienen que decir estos mundos creativos entre ellos? No se trata tanto de buscar o hallar una respuesta como de prestarse a una experiencia entre abstracta y catatónica. La capacidad de los artistas convocados para desarrollar desde sus distintos lenguajes demuestra que no es necesario verbalizar para crear realidades antes nuestros ojos mucho más allá del marco encorsetado de la palabra.
Las unidades mínimas del lenguaje no verbal admiten múltiples formas para comunicar y transmitir y en RRR el recorrido entre la creación y la transformación constante está presente en todo momento hasta convertirse en la seña de identidad principal de un espectáculo que desafía la uniformidad categórica. El espacio es blanco como blanco es un lienzo todavía sin pintar y que mantiene intactas las infinitas posibilidades que puede llegar a contener algo que todavía está por construir, idear o diseñar. La presencia en escena de Frederic Amat une escenografía y plasticidad y crea una suerte de pictogramas diáfanos y abstractos. Negro sobre blanco y una sola gota de rojo. Pinceladas que crean la ilusión de seguir y al mismo tiempo incidir en la configuración y ejecución de los movimientos.
Como los objetos escultóricos que se sitúan frente a frente de los instrumentos diseñados por Laia Torrents i Roger Aixut, que responden y al mismo tiempo impactan con sus vibraciones y zumbidos. Murmuraciones electromagnéticas sobre este triple cruce de caminos que acerca también la (re)presentación a la hipnosis para asimilar nuestra percepción/reacción sensible a la de los cuerpos que ocupan el escenario, sean de la naturaleza que sean. El diseño del espacio sonoro y la música de cabosanroque resulta tan inexplicable como infalible para que el particular leguaje interno se convierta en realidad abstracta y cobre todo el sentido del mundo. La implicación de Toti Arimany como técnico de sonido y la fantástica iluminación de Cube.bz se convierten en cómplices excepcionales. Lo mismo sucede con la asistencia escénica de Arnau Colomo, convertido en imprescindible protagonista que facilita y posibilita que todo «suceda», visibilizando también la aportación de todos los factores que intervienen en una puesta en escena de semejantes características.
Cuerpos que despiertan y reaccionan en tan particular ambiente con sus intermitencias lumínicas y sonoras y fusionados con los objetos que los esconden u ocupan. En tan inesperado espacio, donde cada disciplina interviene también en todas las demás a las que acompaña en una excelente acción constante y mantenida, la danza adquiere connotaciones elevadas a la máxima potencia. El espíritu de La Veronal se manifiesta a partir de la coreografía de Marcos Morau ejecutada por un soberbio Jon López que transita y a la vez delimita este mapa escénico que también es RRR. ¿Cómo se baila la espontaneidad de la reacción física ante los estímulos de la luz y el sonido y se torna en algo corpóreo un conjunto de impulsos hasta conseguir que el cuerpo se convierta en símil de un nudo gordiano o símbolo/pictograma del infinito? Esta compañía trabaja como pocas con un dominio excepcional de todos los factores que intervienen en la puesta en escena y aquí se convierten en uno más. López consigue interiorizar, absorber y manifestar toda esta poética evocando un espacio físico-mental del que participamos en todo momento. Coreografía elaboradísima que se ejecuta naturalizando una energía y fortaleza inconmensurables que ante nuestros ojos se ejecutará con hermosísima y (de nuevo) hipnótica ligereza.
Finalmente, RRR supone un punto de encuentro también para el público. Reverberaciones visuales, sonoras y corpóreas que impactan en los cuerpos inmóviles de las personas asistentes que realmente consiguen trascender la convención pasiva y no participativa del que calla, mira y escucha hasta conseguir dejarse llevar a un lugar precisamente por abstracto mucho más atractivo. Independientemente de la educación y planificación sensorial de cada uno la pieza se disfruta y se percibe gracias a la capacidad de todos los implicados de escenificar y expresar a partir de una simultaneidad realmente bien hilvanada y complementada. Un instante escénico privilegiado que nos facilita una momentánea pero feliz evasión de la realidad que nos espera a la salida del teatro.
Crítica realizada por Fernando Solla