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08.02.2021 Críticas  
Pensamiento republicano

El Teatro La Latina de Madrid acoge el estreno madrileño de Viejo Amigo Cicerón. Con un equipo artístico generador de altas expectativas -texto de Ernesto Caballero, dirección de Mario Gas y papel protagonista a cargo de José María Pou-, pero con un resultado que no convierte estas en realidad.

Las noches de verano en Augusta Emerita suelen ser tiempo de disfrute. La arquitectura de su teatro levantado en torno al año 16 a.C. es el emplazamiento idóneo si quieres verte envuelto por una construcción que engrandece toda dramaturgia, especialmente si está ambientada en aquellos tiempos. Algo que sucede en esta obra. Dos alumnos en la biblioteca de su universidad que están trabajando sobre un personaje de dos milenios atrás y a cuya época se ven trasladados con la aparición de quien podría ser tanto un historiador como la reencarnación de este, de Marco Tulio Cicerón.

Esta vez ese viaje no tiene lugar y el texto de Ernesto Caballero queda ambientado en un aquí y ahora entre libros, bien resuelto por Sebastià Brosa, pero que nos hace preguntarnos cómo debió ser asistir a su representación en la capital extremeña. La propuesta de Ernesto Caballero de darnos a conocer a este jurista, político, filósofo, escritor y orador, una de las figuras más emblemáticas de la República romana, suena a trabajo divulgativo plasmado en forma teatral en lugar de ensayística. Está bien estructurado, hilvana correctamente la ficción con la Historia, pero a su sucesión de datos, hechos, sentencias y reflexiones le falta alma. Su intento de que hagamos nuestras sus palabras y de que establezcamos paralelismos, universalidades o nos planteemos la vigencia de lo formulado o defendido por él no cuaja.

El buen hacer de José María Pou es más producto de su técnica, experiencia y maestría que de las oportunidades que le ofrece el convertir a los dos aplicados estudiantes en quienes fueran su secretario, Tirón, y su hija, Tulia. Papeles en los que Alejandro Bordanove y Maria Cirici cumplen con su cometido, pero sin llegar a construir verdaderos personajes, limitándose a ser la réplica necesaria para que Cicerón exponga sus principios éticos y morales, así como su proceder y sus decisiones en los principales momentos de su vida pública y privada. Desde cuando era admirado, respetado y consultado a cuando todo se volvió en su contra y sus días tornaron en tragedia.

La dirección de Mario Gas parece haberse quedado en el libreto. El movimiento escénico es mínimo y no con escaso dinamismo, a excepción de la iluminación de Juanjo Llorens y el espacio sonoro de Orestes Gas. Otro tanto sucede con la videoescena, firmada por Álvaro Luna, que en este lugar resulta artificiosa, más pensada en dar uso a los nuevos elementos técnicos de los que dispone la sala tras la renovación de meses atrás que en hacer crecer el mensaje y el propósito de la función. A pesar de todo, creo que esta coproducción del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida y el Teatre Romea en Barcelona (de cuya programación formó parte en el otoño de 2019) podría funcionar, pero con un enfoque más centrado en vitalizar y humanizar lo que vemos que en hacernos partícipes de un modelo de pensamiento.

Crítica realizada por Lucas Ferreira

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