No es la primera vez que la actriz, dramaturga y directora Sandra Ferrús dirige e interpreta su propio texto. Ya lo hizo con la conmovedora obra El silencio de Elvis y ahora regresa con La Panadera, un drama contemporáneo que se puede disfrutar en la Sala de la Princesa del Teatro María Guerrero de Madrid.
Es la historia de Concha, una mujer con una vida tranquila y feliz que resulta humillada por un vídeo de contenido sexual difundido sin su consentimiento. Su intimidad pasa, sin esperarlo y de un día para otro, a estar en boca de todos. Este texto es una mezcla explosiva de noticias que desgraciadamente cada vez son más frecuentes en los medios de comunicación y de emociones cambiantes que remueven el alma de los espectadores y espectadoras. Me encanta cuando el teatro, además de entretener, también se utiliza para hacernos reflexionar sobre lo que estamos presenciando y es que La panadera tiene la capacidad de observar la sociedad en la que vivimos, ver lo que ocurre a nuestro alrededor y denunciarlo desde las tablas.
Sandra Ferrús no cae el tremendismo cómodo y nos presenta una obra llena de fuerza dramática en la que da voz a todas esas mujeres víctimas de la difusión de una fotografía o un vídeo íntimo. A lo largo de una hora y media se suceden escenas que son un reflejo de la sociedad machista en la que todavía está presente la culpabilización de las víctimas y las consecuencias psicológicas que ello conlleva. Poco a poco la rabia, la vergüenza, la impotencia, el dolor y un buen puñado de emociones más van haciéndose hueco en la pequeña y acogedora Sala de la Princesa que añade un punto de originalidad a la representación y propicia cercanía, conexión e intimidad entre los actores y actrices y el público.
La interpretación del elenco es sobresaliente, sobre todo Ferrús que vuelve a sorprenderme con su valentía y su talento mientras transita con mucha credibilidad por todo tipo de sentimientos. La actriz da toda una lección de dicción e interpretación mientras demuestra una gran soltura y comodidad sobre las tablas. Estupendo también el actor Martxelo Rubio que interpreta con mucha fuerza a su personaje y que expresa con todo lujo de detalles las contradicciones por las que pasa el marido de la protagonista. César Cambeiro domina a la perfección sus palabras, movimientos y miradas para hacernos saborear la incomprensión que puede llegar a sentir su personaje en determinados momentos. Susana Hernández da vida de manera brillante a una psicóloga que nos abre los ojos ante la importancia de garantizar una atención integral a las víctimas que sufren tanto dolor. Completa el reparto Elías González logrando demostrar que se trata de un elenco que fluye sobre el escenario y que demuestra un admirable esfuerzo coral.
Entre todos consiguen que el ritmo no decaiga en ningún momento aunque el mérito de este asunto también radica en el dinámico espacio escénico, creado por Elisa Sanz, que nos traslada de un lugar a otro sin la necesidad de grandes despliegues que nos distraigan de lo realmente importante. Todos los aspectos técnicos se complementan de maravilla porque el conjunto visual ayuda a adentrarse en La Panadera y matiza el ambiente en el que se desarrolla este drama contemporáneo. La iluminación cumple perfectamente su función, Paloma Parra dota de fuerza e importancia cada entrada y salida y cada movimiento escénico mientras que la música refuerza este emotivo montaje en el que está muy bien aprovechada la inmediatez del medio para hacernos llegar con sensibilidad y frescura hasta el fondo de la cuestión.
Después de la ópera prima de Sandra Ferrús las expectativas eran altas con esta segunda producción teatral y afortunadamente se han cumplido. En definitiva, una obra necesaria, conmovedora y valiente que sabe llegar directamente al corazón de quien tenga el acierto de presenciarla en el Teatro María Guerrero.
Crítica realizada por Patricia Moreno