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31.12.2020 Críticas  
Incandescente interpretación protagonista

El Teatre Tantarantana abre las puertas de Baixos 22 a la compañía L’El·lida, que vuelve a Alessandro Baricco como fuente de inspiración para llevar a escena otra de sus novelas. En esta ocasión, La jove esposa (La sposa giovane, 2015) es el título elegido y el resultado es tan fiel al material original como a los requerimientos del lenguaje dramático.

Hay que aplaudir la ambición y entrega de Ivan Padilla, que firma una traducción exquisita como material de partida. Su dramaturgia aproxima el original al territorio del cuento en formato teatral. Una narración en primera persona, plagada de silencios, que nos sitúa en un estado donde la ensoñación parece coparlo todo. Un no-tiempo y no-espacio que se explica de dentro hacia fuera y en el que los personajes deberán representar para el público lo mismo que para la protagonista, ya que los conoceremos a través de su mirada. La adaptación es más que válida en cuanto a la traslación de los recursos y registros literarios del original, superando incluso los momentos más desusados de la percepción y expresión romántica del autor y su novela. A partir de aquí, la dramaturgia y dirección suponen una suma de aciertos en los que se entrelazan la fidelidad y la singularidad de la mirada de todos los implicados.

Realmente se consigue trasladar lo episódico de cada personaje de un modo que sobe las tablas se convierte en orgánico y nada forzado, sin rozar ni por asomo lo anecdótico. Réplicas que re-crean un mundo imaginativo y autosuficiente para cada uno de los miembros de tan peculiar familia. Las apariciones de cada uno remiten a la secuenciación en días precisos e invariables de la novela. También de los distintos espacios donde sucede la acción. Acciones que se repiten y es ahí donde se para el mundo, no así el tiempo y ritmo dramático que, curiosamente, intensifican la urgencia ante la espera. Este «tempo» también se ha trasladado a la dirección de intérpretes. Un tono o actitud demasiado redundante hacia los parlamentos podían incurrir en una penalización involuntaria ante unas observaciones o anotaciones afectadas de pretensión o sensiblería. Para nada es así. Muy felizmente se nos acompaña a través de la combinación de narraciones (relato lineal de la espera de la protagonista con divagaciones o digresiones). El circunloquio puede resultar algo confuso pero así era en el original y, en la puesta que nos ocupa, cada alteración modifica y atribuye significado.

Ráfagas de humor y de erotismo a través de escenas que tan pronto siguen a un personaje como a otro y que retoman o superponen sus historias. Esta característica está especialmente bien plasmada por Padilla, que constantemente hace interactuar lo privado y particular de cada uno con la forma en la que se crea y manipula la imagen que nos formamos de ellos a través de las historias que proporciona el resto. Personajes sobre los que se pone el foco en un momento preciso y que no volverán a aparecer, si lo hacen, hasta muy avanzado el relato. Nos moveremos entre el flujo y el reflujo de la empatía hacia su naturaleza y motivaciones. No se intenta establecer un significado estable e imperturbable. Desde este lugar, se tratan grandes temas como el compromiso, la sexualidad, , la ausencia, el deseo, el anhelo, el miedo a la muerte, la capacidad de superar o sobrevivir un día más…

Las interpretaciones del elenco deben ceñirse a una doble naturaleza. Deberán ocultar su verdadera personalidad hasta que la personaje titular se «interese» por cada uno de los integrantes de esta particular familia y a la vez expresarse en toda su complejidad. En este sentido, tanto Padilla como Dani Ledesma y Ramon Bovehí dosifican muy bien la información progresiva con respecto a sus personajes. Cada uno desde su propia sensibilidad, en esencia y en presencia. Francesca Vadell hace suya a la «matriarca» con una energía muy bien llevada y completamente alineada con los requerimientos de la pieza y sin caer nunca en lo obvio o prototípico fuera del rol que representa en el relato. A su vez, Lara Díez despliega una impactante y muy lograda integración del movimiento escénico o su ausencia en función de las necesidades de cada momento y un desempeño vocal más que imponente.

Y ahí surge una esplendorosa y refulgente Bárbara Roig, interrumpiendo la aparente monotonía, siempre con la promesa de la llegada inesperada del hijo. Una interpretación que es a la vez reflejo y refugio para el personaje en toda su complejidad. La actriz naturaliza el matiz vouyerístico y se convierte a la vez en una suerte de narradora omnisciente de su propia vida una vez ya la ha vivido, quizá recuperándola y viéndose a sí misma. En consonancia debe mostrar sus proyecciones sobre el resto en tiempo presente a la vez que observa su propio yo en el que para ella es ya pasado. Roig consigue recrear ese limbo permanente en el que reside su personaje, ocupando y transitando triunfante ese lugar de constante incertidumbre. Con una contención que progresa hacia la explosión y el estallido apasionado, nos coge la mano y le regala a su protagonista un ramillete inagotable de matices con una integración del movimiento y la inflexión vocal realmente magistral. Resulta verdaderamente hermoso contemplar su humanidad y esa mirada curiosa que se convierte en la nuestra y por la que nos dejamos llevar (y perder) con total confianza. Ella convierte la función en un viaje sobrecogedor por los recovecos más oscuros y luminosos del alma. Realmente impresionante, así como su gestualidad y expresión facial, que captan hasta el más mínimo matiz del original. Un diez.

La puesta en escena resulta tan sorprendente como hipnótica. Realmente consigue reforzar esa curiosidad por lo que se oculta tras el silencio y la construcción contemplativa de los personajes miembros de «la» familia. De una plasticidad incontestable, la escenografía de Marc Vall los sitúa en un artefacto a modo de tarima/marco fotográfico. Eso permite crear la suficiente distancia con la mirada de la protagonista y a la vez quitar opacidad a la planificación de la miscelánea temporal. Un lugar onírico donde olvidar que el tiempo pasa y la muerte acecha. A la vez, se deja aire suficiente para que cada miembro convocado pueda salir de su propio retrato y explicarse llenando un proscenio frontal semi-vacío al mismo tiempo que se da a conocer al público y a nuestra heroína. Cuatro sillas que marcan esa pausa y espera constante de unos seres que necesitaban un espacio donde poder dar rienda suelta a todas sus vulnerabilidades. Llamaradas de fragilidad que la fantástica iluminación de Dani Gener y la música y espacio sonoro de Cels Campos recogen a modo de espejo los elementos más meta-ficcionales que Baricco utilizó en su novela, como podrían ser el misterio alrededor de la verdadera identidad o naturaleza personajes. Siempre presentes y siempre en el plano protagónico idóneo, ambas disciplinas se manejan con destreza, adecuando el ritmo narrativo en lugar de distraer.

Finalmente, con La jove esposa encontramos un buen ejemplo de la razón de ser de la compañía. Baricco parece ser un autor recurrente y, en esta ocasión, la dificultad de captar tan particular universo literario se supera gracias a una aproximación dramática de factura intachable y reparto ajustadísimo. Encabezándolo, una interpretación ejemplar (diríamos que insuperable) de una magnífica e incandescente Bárbara Roig capaz de despertar la ilusión de ser la vívida corporeización del personaje que ideó el autor. Un trabajo digno de admirar y del que se debería (y probablemente será así) hablar durante largo tiempo.

Crítica realizada por Fernando Solla

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