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03.12.2020 Críticas  
En el limbo

Cierro el 38 Festival de Otoño con los arriesgados siempre, Colectivo Fango; Limbo en Réplika Teatro, cierra el ciclo Confín con esta investigación sobre el cuerpo y sus fronteras.

Nuevamente me aproximo desde casa a través del streaming a la última pieza del ciclo Confín, que lo han conformado diez exploraciones escénicas sobre el límite, y con Limbo se han ido directamente a ese borde de una cosa, a ese lugar donde van las almas sin bautizar y cuyo castigo será la contemplación del Divino por la eternidad.

En esta ocasión sobre el escenario una actriz (Rafuska Marks) dos actores (Trigo Gómez y Manuel Minaya), un creativo audiovisual (Danilo Moroni), un músico (Rodrigo da Matta), un iluminador y técnico creativo (Juan Miguel Alcarria) y un director (Camilo Vásquez) se reúnen para terminar de componer la obra que comenzaron a investigar durante el confinamiento, y se hace partícipe al espectador de esa mesa de trabajo y posteriores aportaciones de cada uno de los artistas, en su disciplina, para conformar este Limbo.

Desde el sofá me encuentro en el limbo frente a Limbo, y solo cuando da comienzo la pieza de Trigo Gómez termino de ubicarme en esta pieza teatral; a la mesa de trabajo le faltaba la naturalidad y el dinamismo del o sentirse observado, de lo que debería ser ese contexto creativo, limitado únicamente por el impulso inventivo y fecundo, sin monitorización como la de los cientos de ojos que les observaban. Una vez que se acota la pieza teatral a las cápsulas de los intérpretes, Limbo levanta gracias a la evocación de esa cascada que baña a Trigo Gómez. Recibo ecos de su anterior proyecto, Tribu, como un spin-off de uno de ellos que tras esa comida continuase si primitivo peregrinaje hacia un salto de agua donde limpiar su cuerpo y vaciar su mente.

Como respuesta a la pornocomodidad, practiquemos la pornoresistencia (gran aportación teórica y sustantiva del Colectivo Fango), esa colectividad en la que vivíamos antes de la actual crisis sanitaria, y cuyo máxima expresión fue ese embarrado contacto de cuerpos de Tribu, la compañía vuelve a la individualidad de F.O.M.O., pero esta vez, forzada por mandato gubernamental y responsabilidad individual, no autoimpuesta por el férreo dictado de las redes sociales. El recuperar la imaginación para sucumbir al onanismo onírico de Trigo Gómez, el afianzamiento de los lazos paterno filiales de Rafuska Marks, o esa transmutación en el espectro animal que nos protege de Manuel Minaya, son unas valiosas muestras de todo ese material creativo surgido de las mentes confinadas del Colectivo Fango, y no deja de darme la sensación de lo que hubiese podido suponer en mi vida personal ese acicate creador; algunos han aprovechado mejor que otros este confinamiento.

Mientras quedo a la espera de La Espera, proyecto en desarrollo del grupo, Limbo ha sido un aperitivo jugoso aunque desconcertante, que no ha hecho más que despertar aún más mi curiosidad de esa nueva criatura en gestación de este colectivo dinamizador de la escena teatral contemporánea.

Crítica realizada por Ismael Lomana

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