Se agolpan en estas semanas los homenajes pendientes del Centenario Galdós. En la Sala principal del Teatro Español se presenta Galdós: sombra y realidad. Un texto de Ignacio del Moral y Verónica Fernández que rezuma buenas intenciones pero que se queda escaso de contenido.
La celebración de centenarios puede ser un arma de doble filo. A la buena intención de homenajear a figuras relevantes de nuestra historia y darlas a conocer a generaciones más jóvenes puede que, entre todas las ofertas y las prisas a las que este año pandémico nos ha abocado, se queden propuestas que parezcan inacabadas, o concebidas con demasiada celeridad. No creo que sea necesaria la excusa de un centenario para reivindicar una figura como la de Benito Pérez Galdós, pero si es así, por lo menos que nos encontremos con homenajes repensados. Lo que hoy nos ocupa, a pesar de resultar de una factura de calidad, se queda en un intento que debiera dejar más poso del que deja.
Se nos aparece Galdós a punto de morir. En ese trance llega Teodosia, interpretada por Carmen Conesa. Teo fue el último amor de Galdós, veinte años más joven que él y que falleció cuatro días antes que el escritor. Teodosia llega como un bálsamo guiador, le llevará de la mano al inevitable viaje. Un viaje en el que a modo de Fellini y su ocho y medio, se mezclaran las mujeres más importantes de la vida de Galdós. Las reales y las que surgieron de su inspirada obra. Fortunata, Emilia Pardo Bazán, Concha, Lorenza y la que fue su gran amor, Sisita.
Jesús Noguero se mete en un Benito que pasa de ser un alma moribunda a recrear sus amores de juventud. En ese Galdós curioso que se inspiraba en las noticias y cotilleos de la villa para recrear historias que formarían parte de la literatura española más notable. En ese Galdós arrollado por la personalidad de Emilia Pardo Bazán, en ese Galdós atormentado por su obligada separación de Sisita.
A la ya mencionada Carmen Conesa como Teo, y que con su elegante presencia y sus aportaciones al piano eleva el conjunto, se suma Marta Aledo como Concha Ruth, en un papel que destila comedia y que le viene como anillo al dedo. Amparo Fernández es la en apariencia sobria Pardo Bazán, pero que se ve arrollada por el deseo y la pasión hacia Benito. María Ramos es la joven Sisita. Ainhoa Santamaría se mete en la piel de la malograda Lorenza y Diana Palazón muta entre Marianela, Fortunata, Tristana y Doña Perfecta.
El texto y el montaje van siguiendo los encuentros fortuitos de Galdós con sus mujeres. Entre anécdotas y algún dato histórico vamos situando el viaje. La excusa de estar siguiendo al perro de Don Benito la vamos a obviar como recurso dramático. El final es el inevitable.
Destaca más el montaje por la propuesta visual que textual. José Luis Raymond diseña un espacio escénico en constante movimiento, con mobiliario sólido, que ayudado de la certera luz de Carlos Torrijos consigue instantáneas emotivas. Lástima que el conjunto esté desequilibrado por un texto que se queda tan en la superficie que parece terminado atropelladamente. Ya que todo está a favor, un elenco grande y de calidad, un vestuario evocador, un teatro legendario como el español, las ganas de sumergirse en el universo Galdós, Pilar G. Almansa como directora. Todo parece ir en la dirección correcta, pero falta el aire que empuje las velas.
Crítica realizada por Moisés C. Alabau