Si el 38 Festival de Otoño tuviese un cartel como el de los de música, el nombre de José Troncoso estaría en negrita y con buen tamaño para anunciar La Cresta de la Ola en el Teatro de la Abadía, una tragicomedia donde todo lo que sube, baja, y donde todos están deseando verse caer.
Victoria (Alicia Rodríguez) es una “fregona” que se mira en el espejo de Estela (Ana Turpin), una famosa de turno en La Cresta de la Ola. Jacinto (José Bustos), es el marido de Victoria, un leal hombre de mantenimiento de origen marroquí, que, como su mujer, tampoco es quien es. Eugenia (Belén Ponce de León), Eu para las amigas como Estela, es el reflejo de la luz de esta, y con eso está dispuesta a conformarse. Una noche, en una gala benéfica, las personalidades de Victoria y Estela se intercambian, y las consecuencias de este extraño suceso es lo que ocurrirá sobre el escenario.
José Troncoso, aquí dramaturgo y director, nos tiene habituados a enfrentarnos a sus personajes como el reflejo que despedimos nosotros mismos, y en este juego de reconocimiento más próximo al psicoanálisis que a una atracción de feria de espejos deformantes, uno nunca abona la sala teatral tal cual entró. La Cresta de la Ola tiene la misma perversión que «Us» de Jordan Peele, el humor de «Ponte en mi lugar», pero la psicología de los personajes es marca de La Estampida Teatro, y es en este montaje en que la apariencia grotesca exterior de sus otros montajes, en La Cresta de la Ola pasa al interior, mostrándonos a los intérpretes esplendorosos y bellos por ese vestuario de Miguel Ángel Milán y la labor de maquillaje y peluquería de Chema Noci. All eyes on them!
Desde que conocí a la compañía con «Las princesas del Pacífico», y me pude cruzar con la mirada, no ya solo literal, sino artística de Troncoso, ya sea anualmente, la cita con La Estampida Teatro es obligada e ineludible, ya que, aunque la conexión que pueda llegar a sentir hacia la historia o personajes sobre el escenario sea mayor o menor, el trasfondo que trata y el poso que queda en el interior es lo que me hace volver una y otra vez, y repetir sea lo que sea que ha salido del imaginario de José Troncoso. Todos sus personajes muestran las secuelas de toda una serie de accidentes y atropellos vitales, en cuyos cuerpos se configuran redes de cicatrices que como calzadas romanas, todas conducen a un mismo lugar; al igual que estas mujeres podrían ser momentos vitales de una misma persona cuya vida vemos sobre el escenario como un serial emotivo, desgarrador pero con mucho humor.
La Cresta de la Ola es una sátira trágica sobre la fama con obsolescencia programada, en la que sus protagonistas surfean enganchadas con uñas de gel y dientes recién blanqueados, sobre tablas doradas impregnadas de la pegajosa baba desbordante de las bocas de sus fieles. Estela, la estrella de la mañana, que no del mañana, que no se ha parado a escuchar a su niño interior que pide auxilio, y sobre cuyas lágrimas va a navegar Victoria, triunfadora sobre el mal, la otra cara de esa misma moneda. Ambas, que son una, amparadas por la nobleza de Eugenia y protegidas por Yasin, ala Jacinto, el protector de la fama, rico tan solo con el amor de su Victoria. Pero esta no es su historia, igual que no lo es la de Victoria.
Todo es un lujo en La Cresta de la Ola, desde la escenografía excelsa de Alessio Meloni, al vestuario y peluquería ya mencionados: el diseño de iluminación de Leticia L. Karamazana, y el propio trabajo de las cuatro intérpretes que entregan un trabajo cuidadísimo y efectivo sobre algo tan difícil de representar como es el esperpento. Maestros.
Crítica realizada por Ismael Lomana